La propiedad principal de la estructura de los ácidos grasos monoinsaturados es la presencia de un doble enlace o insaturación en su cadena carbonada, la cual nos permite clasificar este tipo de ácidos grasos en las series omega-7 (que incluye ácidos como el palmitoleico, encontrado sobre todo en hígado y tejido adiposo) y omega-9 (que incluye ácidos como el oleico, encontrado sobre todo en grasas y aceites tanto animales como vegetales, pero con mayor presencia en estos últimos).
Que su popularidad sea menor a la de las series omega-3 y omega-6 (ambas series pertenecientes a los ácidos grasos poliinsaturados) se debe probablemente a que somos incapaces de sintetizar los poliinsaturados (a excepción del araquidónico), mientras que sí podemos hacerlo con los monoinsaturados, ocurriendo esto en el retículo endoplasmático; la estructura subcelular encargada de la modificación de ácidos grasos, entre otras funciones.
Siguiendo las Recommended Dietary Allowances (RDA) de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), válidas para el 97,5% de la población sana, una dieta saludable debería contener entre un 30 y un 35% de la energía total en forma de grasas, de las cuales un 15-20% debería corresponder a las monoinsaturadas. (3)
Se ha observado que el consumo de grasas monoinsaturadas es capaz de disminuir la cantidad de lipoproteínas de baja densidad (colesterol LDL; el “malo”), y aumentar el bueno, por lo que podemos dejar de considerar a la grasa como algo perjudicial en nuestra alimentación y empezar a saber diferenciar cuándo las grasas nos son favorables y cuándo no. Además, este tipo de grasas protegen contra el descenso del colesterol HDL (4, 7)
La serie omega-7 es capaz de reducir el riesgo de padecer diabetes mellitus de tipo II, además de que ayuda a evitar la formación de ateromas. Es quizá uno de los motivos que hayan impulsado a las compañías a comercializar suplementos que contienen este tipo de ácidos grasos. (5, 6)
Si optamos por una alimentación exenta de suplementos, deberíamos considerar alimentos como el aceite de oliva, la yema de huevo, las nueces de macadamia, la mantequilla o el aguacate, entre muchos otros. El consumo de estos productos puede aportarnos una cantidad considerable de ácidos grasos omega-7.
Por su parte, el omega-9 nos puede ser útil en cuanto a la reducción del riesgo de infarto y diabetes, y además es capaz de promover el desarrollo y crecimiento celular, fomentar la absorción de vitaminas y mejorar la actividad nerviosa.(8, 9, 10, 11)
Alimentos como el aceite de girasol o el de oliva, las nueces, las almendras, los pistachos, los cacahuetes, el aguacate o el huevo contienen esta gama de ácidos grasos.
Teniendo en cuenta toda esta serie de beneficios que nos aportan estos ácidos grasos, no tiene sentido considerar a la grasa un enemigo como tal. Una alimentación sana no debería estar exenta de grasas. El problema en sí es el consumo descontrolado debido al desconocimiento o la despreocupación del comprador.
Mark Wolk, Alicia, “A Prospective Study of Association of Monounsaturated Fat and Other Types of Fat With Risk of Breast Cancer,” Archives of Internal Medicine.
Monounsaturated Fatty Acids and Risk of Cardiovascular Disease. Penny M. Kris-Etherton, PhD, RD; for the Nutrition Committee
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