Cómo desconectar y reducir el estrés es lo que nos invita a hacer la autora en su libro “Mindfulness funciona”.
Frente a quienes hablan de competencia para salir de la crisis promoviendo la competitividad, a mi me gusta más el término coopetencia para gestionar la vida y salir de las crisis más tiesos, tiesas, contentos y contentas que una rosa.
Así de claro. Si yo me dedico a esto, quiero que se conozcan quienes también se dedican a esto, porque como nos dice nuestra invitada de hoy, mindfulness funciona ¡¡y vaya si funciona!!
Me gusta perderme por las librerías (En Granada lo hago siempre en Babel) y tocar, ojear y hojear porque siempre se acaba aprendiendo y descubriendo algo. Y eso es lo que me pasó con nuestra invitada de hoy. Su libro asomó, me interesó la portada y…¡¡casualidad!! alguien enganchada al mindfulness, con un buen libro y viviendo en Granada ¡¡me lo llevo!! y tras leerlo, no pude por menos que invitarle a la casa Plenacción para que nos cuente…y aquí está. ¡¡Toda una lección de lo que es y significa mindfulness!!. Y es que….Mindfulness funciona.
Mindfulness y las montañas rusas.
El domingo pasado estaba en casa comiendo con mis hijas y me sentía genial. Estos eran mis pensamientos: “Oh qué a gusto estoy con mis niñas. Cómo me gusta pasar el domingo con ellas, cocinar, comer juntas… Adoro este ambiente familiar, esta calidez.” Mientras tanto, Simón, el gato de mi hija mayor, ronroneando en una esquina del salón, ponía la guinda a la viva imagen de la felicidad doméstica.
El siguiente domingo, esta mañana, me he levantado en la misma casa, con las mismas hijas y el mismo gato. Estos eran mis pensamientos mientras dudaba entre levantarme a preparar la comida o ver on-line un capítulo más de la serie “Carlos rey emperador” tirada en el sofá: “Vaya papelón este de las “mujeres-cuidadoras”; este papel que desempeñamos las matriarcas de cocinar para los demás y cuidar de todos es una estafa y un rollo… ¿A mí quién me cuida? Nadie…” Me sentía agobiada y desganada mientras miraba con cara de asco al pobre gato que estaba escarbando en una de las macetas de la terraza, echando toda la tierra fuera.
Hace dos años mis hijas se fueron a estudiar a otro país, por lo que pasé casi todo el año viviendo sola. La mayoría de los días me sentía muy feliz. Y tenía estos pensamientos: “Oh, cuánto me gusta estar sola, vivir a mi aire, sin estar pendiente de nadie. Apenas pongo lavadoras, la casa está siempre ordenada, como lo que encuentro en la nevera cuando tengo hambre… ¡Soy libreeee!”. De pronto, algunos días, en medio de este completo éxtasis, aparecían estos pensamientos en mi mente: “¡ Ay, cuánta soledad, me pesa como una losa. Qué desarraigo más grande. Se me cae la casa encima, sin padre ni madre ni perrico que me ladre. Cuánto echo de menos a mis hijas y al calorcito de una familia!”
Igual me pasa con la vida en pareja y quizás con alguna que otra situación. No sabría decir si prefiero vivir con alguien o sola… Creo que sola, pero me pueden gustar las dos opciones. En las dos me puedo sentir muy feliz y en las dos me puedo sentir muy desgraciada, anhelando los beneficios de la situación en la que no estoy en ese momento.
Y ahora viene la gran pregunta: ¿Cuál de los dos estados es real?, ¿La felicidad que siento o el agobio? ¿A qué pensamientos debo hacer caso? ¿A esos que me dicen que qué estupenda es mi situación o a los que me recuerdan todo lo que me falta?
Esta es la gran pregunta para la que he encontrado respuesta en la práctica de la atención plena (mindfulness en inglés). Sin entrar a discutir si esos estados son reales o no, para no enredarnos en disquisiciones filosóficas, lo que sí afirmaré sin dudar es que he podido comprobar con precisión científica que todos son pasajeros. Van y vienen esa supuesta felicidad y desdicha, van y vienen esos pensamientos que alimentan a la una o a la otra. Independientemente de lo que yo haga, de cómo viva, de lo que tenga o consiga, me siento a veces más feliz, a veces menos. A veces aparecen dudas, a veces lo veo todo clarísimo. A veces brilla un sol radiante en mi vida, a veces aparecen nubecillas, a veces grises nubarrones. También he comprobado que es inútil dedicarme a perseguir momentos felices o a tratar de mantenerlos en el tiempo. Tampoco sirve de mucho regodearme en mis momentos miserables, alimentarlos o darles alas. No depende de mí que brille el sol o que aparezcan nubarrones. Pero sí hay algo que depende de mí. Esto también lo he aprendido practicando mindfulness y es lo que considero que ha sido mi salvación.
Antes de conocer la práctica de la atención plena yo era un barquito a la deriva. En manos de las circunstancias, mi vida se desenvolvía entre la plenitud de los momentos felices y el agujero negro de los desgraciados. Cuando caía en un agujero negro, me sentía fatal y enredaba a los que tenía más cerca en mi malestar. Olvidaba por completo que aquella misma situación que creía la causa de mi desgracia había sido poco antes la supuesta causa de mi felicidad. Cuando estaba feliz creía (y deseaba con toda mi alma) que esa situación durase para siempre. Toda mi vida pre-mindfulness fue un viaje en una especie de montaña rusa construida en el aire. Con la práctica de mindfulness he descubierto un lugar que sí es estable y al que puedo acceder cada vez que quiero. Independientemente de los pensamientos o emociones que me pasen por delante en cada momento, independientemente de que me sienta feliz o desgraciada existe en mí un lugar tranquilo que sabe que todo eso pasa y que es capaz de esperar a que pase. Ese lugar recuerda los buenos momentos cuando la desdicha toma protagonismo y no olvida los malos cuando la felicidad es lo que prima. No pierde la perspectiva, no se altera, no cree que nada de lo que pasa sea personal, no se desborda… Ese lugar está dentro de mí y a la vez me envuelve. Y lo cultivo cada vez que veo lo que pasa (pensamientos, emociones, sensaciones…) sin identificarme con ello. Cada vez que pelo una patata sabiendo que, sea cual sea el estado de mi mente en ese momento y sin dejarlo a un lado ni ignorarlo, lo más importante, en ese justo momento, es esa patata.
Este artículo que ahora lees ha surgido después de vivir la mañana de intensos nubarrones que te conté al principio del mismo, pelando patatas con toda mi alma puesta en ellas. Utilizando como ancla las sensaciones que han surgido al pelar unas humildes patatas he podido estar presente en mis nubarrones sin que me arrastraran; dejando que estuvieran ahí, sin alimentarlos, sin apartarlos, sin evitarlos, hasta que, de nuevo, ha vuelto a salir el sol.
PD: Esta noche tengo una reunión del gabinete de crisis con mis hijas para decidir quién tiene que barrer la tierra que esta mañana el gato ha sacado de la maceta y quién va a preparar la comida el domingo que viene.
“Mantén la tristeza y el dolor del samsara en tu corazón y, al propio tiempo, el poder y la visión del Sol del Gran Este. De ese modo puede el guerrero preparar una buena taza de te”. Trungpa Rinpoche
Beatriz Muñoz de www.mindfulnessgranada.es
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