Funciones del agua corporal en el organismo
En un adulto promedio, el agua corporal total (ACT) supone en torno al 60% de su peso, aunque estos valores pueden verse alterados por distintos factores y provocar una retención de líquidos o una deshidratación. El agua se encuentra en las células, en el espacio intercelular, así como en el espacio vascular, siendo medio de transporte de los diferentes nutrientes. Además, cumple una función vital regulando la temperatura corporal ante diferentes situaciones (temperatura ambiente, ejercicio físico). Del mismo modo, posibilita la eliminación de los productos de deshecho, manteniendo una composición óptima del medio interno.
Pérdidas de agua relacionadas con el envejecimiento
Ahora bien, ¿por qué es tan importante asegurar una correcta hidratación en las personas mayores?.
Durante el envejecimiento se producen numerosos cambios en el organismo. Uno de los más importante es la disminución del agua corporal, debido al aumento del tejido graso, junto con la disminución de la masa muscular. Así, encontramos niveles del 50-55% de ACT en el anciano.
Además de una menor agua corporal, con el envejecimiento se deteriora la capacidad para conservar el agua y mantener el equilibrio del sodio. El sistema nervioso central mantiene el balance hídrico mediante la hormona antidiurética (ADH), que regula la concentración de sodio. Ante un aumento del 2% del sodio en sangre, esta hormona actúa aumentando la reabsorción de agua en los riñones, concentrando la orina. Cuando se sobrepasa la capacidad de la ADH para mantener este balance, se activa el estímulo de la sed. Esta señal va en aumento hasta que se reponen las necesidades de agua y se normalizan los valores.
En el anciano, los receptores de la concentración de sodio en sangre se encuentran alterados. Esto provoca una alteración de las señales de la sed ante la falta de agua. Además, en el envejecimiento observamos una disminución de la capacidad del riñón para reabsorber ese agua y concentrar la orina.
Signos y síntomas de deshidratación en ancianos
A pesar de todos estos cambios, el balance hídrico se mantiene relativamente estable en el anciano. Sin embargo, ante situaciones de estrés fisiológico como una enfermedad, las respuestas compensadoras son lentas e incompletas, pudiendo aparecer anomalías en el balance del agua. Estas descompensaciones son la principal causa de la deshidratación en ancianos. Es, por tanto, muy importante identificar los ancianos en riesgo para instaurar medidas de prevención.
Podemos hablar de deshidratación cuando encontramos una pérdida de agua corporal, con una mayor o menor pérdida de solutos o sustancias. La más frecuente es la deshidratación hipertónica, con una gran pérdida de agua libre. Esta situación provoca altas concentraciones de sodio en el organismo. La principal causa es debida a la no adecuada reposición de las pérdidas de líquido, tanto insensibles (piel y respiración) como por orina y/o digestivas.
Es importante conocer y detectar de forma temprana los signos y síntomas de la deshidratación en ancianos para poder ofrecer una intervención precoz. Entre las anomalías más comunes que podemos detectar están:
Piel flácida y poco tersa.
Orina muy concentrada y poco volumen.
Sequedad de mucosas, especialmente visible en la zona bucal.
Estreñimiento, con heces pequeñas y duras.
Uñas quebradizas
Alteraciones del rendimiento físico.
Dificultad de concentración y desorientación
Aumento de la temperatura corporal
En caso de una deshidratación grave, es importante acudir al centro hospitalario más cercano para hacer una adecuada valoración del grado de esta deshidratación e intervenir.
Recomendaciones para prevenir la deshidratación
Gran parte de las necesidades hídricas están dirigidas a reponer las pérdidas producidas por la orina (1-1,5 litros) aunque también las producidas por factores externos como sudor (ejercicio físico, temperatura externa), respiración (humedad ambiente), heces (consumo de fibra), etc.
Aunque las necesidades hídricas en el anciano son muy variables, se estima como adecuada una ingesta diaria de 30-35 mililitros por kilogramo de peso corporal. Esto se traduce en un mínimo de 1,5 litros al día (6-8 vasos de agua). Ante agentes que aumenten las pérdidas de agua (temperatura externa, fiebre) debemos dar un aporte extra.
Para cubrir estas necesidades se recomienda optar por agua de mineralización muy débil y otros alimentos líquidos (sopas, purés, gelatina, yogur). Es recomendable evitar líquidos gaseosos, por la posible aparición de flatulencias.
De igual forma, los alimentos sólidos pueden suponer un gran aporte de agua en la dieta. Se deben incluir alimentos con un alto contenido en agua, especialmente frutas y verduras, así como otros como pescado y huevo.
Es muy importante asegurar el fácil acceso a la bebida, detectando situaciones de riesgo por movilidad reducida o disfagia a líquidos (incapacidad de tragar líquidos). En estos casos se implantarán medidas para paliar esta situación, como el empleo de gelatinas de sabores.
Debe potenciarse la ingesta de líquidos, ofreciéndose de manera recurrente y en diferentes variantes (té, infusión, leche, sopa) para evitar la monotonía.
Al encontrar la sensación de sed disminuida, se recomienda ofrecer en pequeñas cantidades, ya que la distensión del estómago puede disminuir la sensación de sed. Del mismo modo, recurriremos a sabores potentes (limón) y apetecibles (bebidas edulcoradas) que aumenten el apetito por consumirlas.
Jorge Izquierdo