Locus de control

Uno de los conceptos más ampliamente propuestos a investigación desde diversas áreas de la psicología es el de locus de control (en latín locus significa ubicación o lugar), que fue formulado por el psicólogo estadounidense Julian B. Rotter en 1966 dentro de su Teoría del aprendizaje social, concibiéndolo como un rasgo de personalidad, y lo definió así:

Cuando una persona percibe que un refuerzo sigue a una acción suya pero que no es contingente a esa acción, entonces en nuestra cultura se percibe típicamente como el resultado del azar, el destino, que está bajo el control de otras personas con poder, o como algo impredecible debido a la gran complejidad de las fuerzas que lo causan. Cuando una persona interpreta un evento de esta manera, llamamos a esto una creencia en el control externo. Si la persona percibe que el evento es contingente a su propia conducta o a sus características relativamente permanentes, llamamos a esto una creencia en el control interno.

Así, el locus de control se refiere a las creencias subjetivas sobre nuestras propias habilidades para controlar, dirigir o transformar sucesos importantes de nuestra experiencia vital.

Estas creencias conforman la base de nuestro comportamiento, porque afectan a la planificación y posterior ejecución de nuestras actividades orientadas hacia un objetivo particular, ocasionando a su vez estados emocionales que pueden variar del orgullo a la vergüenza.

El locus de control (el lugar donde se localiza la causa del acontecimiento vivido) afecta a la manera en que interactuamos con el entorno, según el grado de control que creemos tener sobre los sucesos que ocurren en nuestras vidas. Los seres humanos necesitamos tener cierto grado de control sobre aspectos que consideramos importantes dentro de nuestra realidad para poder cumplir nuestros objetivos.

Locus de control interno y externo

Si consideramos que tenemos el control de lo que nos ocurre confiando en nuestra facultad de decidir y actuar libremente, de tener la suficiente habilidad, capacidad de esfuerzo e inteligencia para transformar nuestra realidad, de sentir que dominamos la situación, poseemos un locus de control interno (o internalidad).

Pero si creemos que no tenemos control sobre los acontecimientos de nuestra vida y que son factores externos los responsables de nuestra situación (el azar, Dios, el destino, los gobernantes, nuestros vecinos), entonces tenemos un locus de control externo (o externalidad).

Según cómo afrontemos los diversos sucesos que vamos experimentando, influirá en gran medida en nuestra motivación para actuar de determinada manera ante diferentes circunstancias.
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Por ejemplo, si una persona quiere estar sana y tiene un locus de control interno, tendrá la conciencia de tomar las medidas necesarias para cuidar su salud (ejercicio físico, comida sana, abstinencia de alcohol y tabaco).

Pero si tiene un locus de control externo (las enfermedades son inevitables, la sociedad es contaminante, la vejez es dolorosa), esa persona será menos propensa a cambiar sus viejos hábitos perjudiciales por otros más saludables.

Diversos estudios (Rimmerman (1991), Pelletier, Alfano y Fink (1994); Day (1999)) concluyen que las personas que tienen locus de control interno están orientadas a la acción, son más independientes, más competentes y responsables, menos ansiosas e influenciables, se sociabilizan mejor, se sienten más seguras y tienen más habilidad para gestionar sus errores y fracasos, aleccionadas a aprender de ellos.

El locus de control externo crea lo opuesto, una mayor sensación de amenaza general e imprecisa por percibir el mundo como incontrolable, menor satisfacción vital, baja autoestima y, para algunos investigadores (Hoon, Rand), puede considerarse un predictor de enfermedades.

Atribución sobre el control personal

El locus de control representa la atribución o suposición que una persona hace para decidir si su voluntad para cambiar algo es o no dependiente de su conducta, si hay una correlación entre conducta y acontecimiento.

Aunque esta atribución pueda ser falsa, si el locus de control es interno esa percepción subjetiva crea expectativas en la persona que movilizan sus recursos internos, aumentando las oportunidades de influir sobre la dirección de los acontecimientos. Por el contrario, si es externo genera un estado de paralización al sentir que no puede controlar la situación, impidiendo alcanzar sus objetivos.

Los procesos atribucionales son desarrollos mentales de interpretación que hacemos cada persona sobre las causas de un acontecimiento determinado que nos afecta. Atribuimos nuestros éxitos y fracasos dependiendo de la percepción de control que tengamos, percepción que está inducida en gran parte por el aprendizaje social que hemos adquirido desde la infancia.

Es decir, entre nuestra experiencia y los reforzadores ambientales que recibimos se interponen factores cognitivos (expectativas individuales, valores personales, creencias culturales) que promueven cierto comportamiento personal.

También hay diferentes formas de concebir la realidad según el nivel académico y cultural que hayamos adquirido. Cuanta mayor preparación intelectual tenga la persona más tiende a tener un locus de control interno y a ser más asertiva. Por el contrario, la persona poco instruida o informada suele ser poco asertiva y tiende a tener un locus de control externo.

Perfeccionando el concepto de Rotter

La escala de Rotter estaba compuesta, después de varios refinamientos, de 23 ítems que había que responder eligiendo entre dos opciones excluyentes: la interna o la externa.

Los enunciados de cada ítem se referían a las causas sobre el éxito y el fracaso en la vida en general y también en la privada (estudios, relaciones sociales, vida profesional, afecto recibido).

Con el tiempo diferentes psicólogos han propuesto varias divisiones sobre la dimensión establecida por Rotter en 1966, porque advirtieron que esa idea unidimensional o dicotómica entre dos extremos (Interno-Externo) era insuficiente para explicar el concepto. Recogía una muestra muy limitada de áreas conductuales.

Actualmente se trabaja con un enfoque multidimensional, donde se considera que la internalidad es lo deseable para cualquier persona en cualquier circunstancia (suponiendo que no se llegue al extremo de querer controlar lo incontrolable, de caer en la llamada ilusión de control).

Algunos estudios efectuados son:

McGhee y Crandall (1968) relacionaron el locus de control con resultados asociados al éxito y al fracaso.

Gurin, Lao y Battie (1969), al realizar el análisis factorial de la escala I-E de Rotter, encontraron que tanto la externalidad como la internalidad se pueden dividir en dos factores:
– Control personal: el grado de control que una persona cree que tienen otras personas en la sociedad.

– Control ideológico: el grado de control que una persona cree que tiene individualmente.

Mirels (1970), en su análisis factorial, diferenció entre control general (control desempeñado sobre las personas) y control político (control que se dispone sobre instituciones sociales y políticas).

Levenson (1973), en su investigación tanto teórica como empírica, encontró inconsistencias sobre el locus de control externo original, proponiendo las dimensiones de:
– Otros poderosos: creer que el poder de otras personas puede controlar el mundo.

– Fatalismo: sentir que el mundo no se puede controlar porque es impredecible.

Milgram y Milgram (1975) desarrollaron una nueva dimensión referida al tiempo, distinguiendo la internalidad y externalidad asociadas a situaciones del pasado y del futuro.

Según Díaz Loving y Andrade Palos (1984), el control interno se divide en:
– Control afectivo: el grado de control que una persona cree tener en su relación con su entorno social. Por ejemplo: “Tengo mejores notas que otros porque soy simpático con la profesora” (internalidad afectiva).

– Control instrumental: la sensación que tiene una persona de que los sucesos que le ocurren son consecuencia de sus propias acciones. Por ejemplo: “Si suspendo un examen es porque no he estudiado lo suficiente” (internalidad instrumental).

Otros autores proponen diferentes ideas, como Schneider y Parsons (1970) que presentaron cinco factores, Collins (1974) que halló cuatro factores, OBrien (1981) planteó cuatro dimensiones (interna, realista, estructuralista y fatalista) para clasificar a cuatro tipos de personas, etc.

Constructos equivalentes a locus de control

Es muy habitual en psicología que un constructo (concepto inventado para describir y resolver cierto problema científico) se mezcle con otros conceptos ya establecidos con anterioridad, en ocasiones incluso reemplazándolos.

Y el locus de control es utilizado por diferentes ámbitos de la psicología (como la psicología clínica, social, del desarrollo, de la personalidad), por lo que el solapamiento es inevitable.

Algunos ejemplos son:

La indefensión aprendida, propuesta por Martin Seligman en la década de los 70 (no actuar ante situaciones dolorosas por creer que no se puede hacer nada para cambiar la situación), abarca buena parte del concepto de locus de control externo. La Indefensión Aprendida se genera mediante la exposición reiterada a situaciones supuestamente incontrolables, produciendo déficit cognitivos y conductuales ante situaciones que, con la motivación necesaria, se podrían superar.

El concepto de autoeficacia (creer en nuestras propias capacidades o habilidades para realizar ciertas conductas) se difumina con la idea de locus de control interno (creer que lo que nos pasa depende de nuestras acciones). La Autoeficacia surgió en los años 80 desde la Teoría del Aprendizaje Social de Albert Bandura (1977) como un componente específico de control personal. También se emplea autodeterminación como sinónimo de internalidad.

La Resiliencia (la capacidad de los seres humanos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas) aborda cierto espacio del locus de control interno, porque se centra en las capacidades y atributos positivos de los seres humanos, y no en sus debilidades o enfermedades.

El Efecto Pigmalión (el principio por el que alcanzamos nuestras metas más difíciles a partir de la confianza y expectativas positivas que los demás tienen sobre nosotros) puede tener cierto grado de solapamiento con el locus de control externo (en este caso positivo).

El locus de control dentro de un continuum

El locus de control se mueve dentro de un continuo entre internalidad y externalidad. Nadie tiene un locus de control 100 % interno o externo, todas las personas nos movemos entre los dos extremos en los diferentes contextos sociales.

Existe una tendencia o propensión a responsabilizarse o no por las acciones propias, a tener un sentimiento mayor o menor de autoconfianza, a ser más o menos saludable, a tender a la felicidad o infelicidad, a ser más o menos independiente o influenciable, a sentirse con confianza ante los retos o ser propenso a la indefensión aprendida.
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Además el locus de control, más que un rasgo de personalidad, está relacionado o expresado por las creencias arraigadas de la persona, que desvían el sentimiento de control hacia un extremo u otro.

Una conducta determinada en un contexto específico dependerá fundamentalmente de las expectativas que tenga cada individuo sobre las consecuencias derivadas de su acción, del valor personal que dé a esas consecuencias y de su situación psicológica.

Así es que solo son tendencias que podemos aprender a redirigir. La internalidad se puede conseguir aprendiendo estrategias de autocontrol interno (meditación, relajación, reestructuración cognitiva) junto con habilidades sociales y, después, atreviéndose a ponerlas en práctica.

Cualquier persona puede controlar el rumbo de su vida si cree en su capacidad de esfuerzo y hace consciente sus habilidades individuales y su potencial humano.

Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro blog)

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