Los valores influyen en nuestra forma de pensar y sentir; son patrones o intenciones que guían nuestra forma personal de actuar y constituyen los cimientos de la personalidad (cómo nos definimos como persona única).
Cada individuo desarrolla su propio sistema de valores personal; es decir, aunque existen valores universales (el respeto a la vida, la libertad, la justicia, la amistad, la sinceridad, la familia, la solidaridad, la tolerancia), dependiendo de la cultura en que se haya nacido y las vivencias posteriores se desarrolla una jerarquización de valores, donde algunos adquieren más importancia que otros (la lealtad o la espiritualidad en unas culturas, el bienestar o la estética en otras, etc.).
EL DESARROLLO DE LOS VALORES
El desarrollo de la moral durante la infancia empieza cuando una autoridad superior (padres, profesores) dicta lo que es adecuado o no, y los niños se sienten obligados a obedecer esas normas sin juzgarlas; es la moral heterónoma, la que se adquiere sin libre elección. Poco a poco se irá desplegando una moral autónoma donde el/la joven empieza a juzgar esas normas morales aprendidas.El psicólogo estadounidense Lawrence Kohlberg (1927-1987) consideraba prioritario estudiar la estructura del razonamiento frente a dilemas morales (casos conflictivos de decisión) más que centrarse en los valores específicos; quería investigar por qué alguien elige hacer una cosa y no otra, cuál era su razonamiento moral.
El desarrollo durante la infancia del razonamiento moral (y su desarrollo paralelo de valores) se alcanza, según Kohlberg, a partir de los 10 años, cuando se ha ido experimentando que hacer lo correcto es la mejor manera para ser aceptado por los otros, por el grupo.
También su conciencia moral se ve favorecida cuando los padres y profesores predican con el ejemplo, cuando el infante recibe un trato respetuoso, un diálogo argumentado y un elogio constante de su esfuerzo.
A lo largo de la adolescencia se va desplegando un sistema de valores mediante ciertas capacidades cognitivas, emocionales y lingüísticas, que se irán estructurando hasta la adultez (18-20 años), donde se consolida la autonomía moral (la elección libre y comprometida por parte del adulto).
Los valores personales se van consolidando mediante la experiencia social, a través de nuestras vivencias con la familia (valores tradicionales heredados de generaciones anteriores), la escuela (valores cívicos), la Iglesia (valores cristianos), los amigos, los medios de comunicación, etc.
Aquellos individuos que adquieren una mayor conciencia de los valores universales y desean defenderlos, logran un alto grado de razonamiento moral.
LA ESCALA DE VALORES
Todos tenemos interiorizada nuestra propia escala de valores que nos ayuda a decidir cómo nos comportamos y tomamos decisiones, así como resolver conflictos entre varias alternativas de actuación cuando se ven confrontados dos o más valores importantes (p. ej. entre la sinceridad y la amistad: ¿debo decir la verdad que perjudicaría a un amigo?).Confiamos en que esos valores representen un ideal de cómo debería ser un mundo correcto y ético: un mundo de relaciones positivas donde cada uno tenga la esperanza de conseguir sus objetivos particulares.
Los valores personales forman el núcleo de nuestra motivación interna hacia la acción, son los motores que impulsan nuestras mejores decisiones en circunstancias difíciles hacia un fin deseable. Son como una brújula particular e íntima que nos indica el camino a seguir, el que más nos acerque a nuestros objetivos y a la manera en que queremos vivir la vida en sus diferentes contextos.
Ciertos valores los tendremos más interiorizados que otros, pero la escala de valores puede modificarse con el tiempo, cuando vamos madurando con nuestra experiencia en los diversos ámbitos. Esta flexibilidad permite incorporar nuevos valores que nos faltaban y matizar o eliminar antiguos en nuestro repertorio ético, lo que permite adecuar nuestras necesidades personales al contexto social vigente.
Los valores personales favorecen el autoconocimiento y la satisfacción propia, porque nos sentimos satisfechos cuando actuamos en armonía con nuestros valores, y esto refuerza la autoestima. Aunque también influyen en cómo juzgamos a los demás, porque es un sistema dinámico donde cada valor tiene su contravalor que produce un rechazo.
CÓMO IDENTIFICAR NUESTROS VALORES PERSONALES
Los valores propios se pueden descubrir mediante preguntas que surgen de la autorreflexión.Podemos empezar por preguntarnos a quién admiramos y por qué, qué es lo que nos atrae de esa persona. De esta forma se manifiestan los valores que desearíamos tener (p. ej.: respeto, tolerancia, valentía, honestidad, sinceridad, perseverancia).
También podemos pensar en lo que no soportamos de otros, qué es lo que no aguantamos de ciertas personas y nos resulta intolerable. Así emergen los contravalores que revelan lo que no queremos ser (p. ej.: arrogancia, deslealtad, desprecio, injusticia, egoísmo, antipatía).
Y sobre todo podemos atrapar preguntas de nuestro diálogo interior que reclaman respuestas, algunas de las cuales pueden requerir cierto tiempo y meditación:
¿Qué es lo verdaderamente importante para mí?
¿En qué época me he sentido realmente bien?, ¿Qué hacía y con quién?
¿Cómo me siento ahora?, ¿Qué me falta?
¿Qué situaciones o relaciones me hacen sentir bien o mal?
¿Qué es lo que quiero alcanzar en un futuro?
¿Qué haría ahora si tuviera el coraje de intentarlo?
Las respuestas deben inspirarse en nuestra memoria de momentos de realización personal y de bienestar; el reto es aprender a trasladar nuestros pensamientos y sensaciones positivas a la forma en que vivimos, que haya coherencia entre el sentir y el hacer para dar sentido a nuestra existencia y alcanzar cierta felicidad o satisfacción personal.
Las respuestas a tus preguntas vitales deben salir de tu interior para hacer emerger tu motivación y compromiso hacia un objetivo o ideal de vida.
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Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro Blog)
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