Vamos a verlo...
Como nos explica el doctor José Ordovás, director del Laboratorio de Genómica y Nutrición de la Universidad de Tufts (Boston), en su libro Obesity, el que el hombre tenga la capacidad de almacenar energía en forma de depósitos de grasa no es una maldición, como muchos pudiéramos pensar, sino una ventaja evolutiva que hizo a la especie humana sobrevivir en los períodos de hambruna a lo largo de su historia. De esta forma, los que se salvaron de la extinción fueron los humanos con mayor capacidad de almacenar reservas de grasa, y esta puede ser la razón de que actualmente sea más común encontrar personas con tendencia a la obesidad que a permanecer delgados.
En nuestro organismo debemos distinguir distintos tipos de grasa, pues no todos actúan de la misma forma ni tienen por qué ser perjudiciales. En este esquema de Prevention.com podemos verlos resumidos.
Imagen de Prevention.com. Traducción C. Abad
Grasa parda
A pesar de lo feo que suena el nombre deberíamos adorarla porque se comporta como la masa muscular, es decir, nos hace consumir energía incluso estando en reposo. La finalidad de la grasa parda es quemar energía para subir la temperatura del cuerpo cuando hace frío.
Es un tipo de grasa que presentan los recién nacidos para ayudarlos a mantener la temperatura corporal y se va perdiendo, por desgracia, al cumplir años. De todas formas, aunque hasta hace poco se pensaba que desaparecía al abandonar la niñez, se ha descubierto que en la edad adulta aún se conservan algunas reservas y que son precisamente las personas con tendencia a permanecer delgadas las que las poseen en mayor cantidad.
Grasa blanca
Es la que se acumula en "zonas estratégicas" de nuestro cuerpo (habitualmente donde menos queremos...) formando los llamados michelines. Pero tampoco debemos demonizarla; su función es la acumulación de reservas de energía para períodos de necesidad y además tiene otras misiones como producir adiponectina, hormona que ayuda a regular la producción de insulina participando en el metabolismo de los azúcares y los ácidos grasos.
Hay que tener en cuenta que los adipocitos, o células en las que se almacena la grasa blanca, se crean en la niñez-adolescencia, de ahí la importancia de la alimentación desde pequeños. A partir de la edad adulta lo único que haremos es expandir o encoger estas células según las rellenemos de más o menos grasa.
La mayoría de las mujeres acumulamos esta grasa blanca alrededor de caderas y muslos, mientras en los hombres se acumula en la zona abdominal. Aunque no nos lo parezca esta grasa de la zona baja del cuerpo nos protege a las mujeres de enfermedades como la diabetes y las cardíacas, pues segrega hormonas beneficiosas como la nombrada adiponectina y la leptina (hormona reguladora del apetito), frente a la grasa abdominal, que libera sustancias perjudiciales relacionadas con la inflamación.
Este papel protector de la grasa blanca lo vamos perdiendo cuando se aproxima la menopausia, ya que la caída en los niveles de estrógenos hace que la grasa acumulada en caderas y muslos se vaya desplazando hacia la zona abdominal.
Grasa visceral
La grasa visceral, es grasa blanca que se ha ido acumulando, como su propio nombre indica, en la zona abdominal entre las vísceras, no en el tejido subcutáneo. Su peligrosidad radica en que segrega unas sustancias llamadas citoquinas que promueven la inflamación de los tejidos, así como aumenta la liberación de hormonas del estrés como el cortisol, afectando a la producción de insulina y favoreciendo la aparición de patologías como enfermedades cardiovasculares y diabetes.
Por si no fuera suficiente, un estudio reciente de la Universidad de Harvard revela que las personas con altos niveles de grasa visceral son más propensas a la pérdida de masa ósea y como consecuencia a fracturas.
Ahora entenderéis la importancia que le doy en consulta a la medición que hacemos de esta grasa mediante la bioimpedancia. Aunque los valores con este método de medida no son tan exactos como los obtenidos con otros medios más sofisticados, si conseguimos tener una orientación sobre la distribución de la grasa corporal.
Desde el punto de vista de la salud, me preocupa menos una mujer con exceso de grasa a nivel de las caderas que con una cantidad excesiva de grasa visceral. De todas formas, les advierto que, a pesar del papel protector de esta grasa blanca en la zona baja del cuerpo, deben tener en cuenta que a medida que se aproximen a la menopausia, el exceso de grasa se convertirá en peligroso al situarse en la zona abdominal y, por tanto, cuanto antes recuperemos unos valores de grasa saludables, mejor.
Algo bueno (sí, bueno) de la grasa visceral es que responde muy bien al ejercicio aeróbico. Un estudio ha demostrado que, a igualdad de tiempo dedicado al ejercicio, perdían más grasa visceral las personas que realizaban ejercicio aeróbico, como correr, que aquellas que se focalizaban en ejercicios de resistencia.
Celulitis
La celulitis no es nada más (y nada menos) que la consecuencia de que la grasa blanca se ha acumulado de forma excesiva en los adipocitos y estos han aumentado su volumen de forma que impiden el correcto drenaje de los tejidos; el líquido intercelular se espesa, la microcirculación no funciona de forma adecuada, se acumulan toxinas y se produce una inflamación que da a esos tejidos el indeseado aspecto de "piel de naranja".
No tiene por qué ir asociada con sobrepeso u obesidad; un 90% de las mujeres la padecen en mayor o menor grado debido, por una parte, a que almacenamos un porcentaje mayor de grasa que los hombres y, por otra, a que su aparición va muy ligada a los cambios hormonales que se producen en el cuerpo femenino.
Y, ¿podríamos transformar la grasa blanca en grasa parda?
Las últimas investigaciones apuntan a que cuando realizamos ejercicio aeróbico de forma prolongada, los músculos segregan una hormona llamada irisina capaz de conseguir el milagro: transformar la grasa blanca en grasa parda "quemadora de energía". Además han visto que unos 15 minutos literalmente tiritando tienen el mismo sorprendente efecto que el ejercicio aeróbico intenso (no sé yo... porque después de 5 años en la Facultad de Farmacia de La Laguna, toda mi grasa blanca debería haberse convertido en parda...).
Recientemente, científicos del Instituto de Investigación Biomédica en Red - Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBER obn) de Santiago de Compostela han demostrado en ratones que esta hormona irisina responsable de convertir la grasa blanca en parda no sólo es excretada por los músculos sino también por la propia grasa blanca.
La Dra. García Pardo, del mismo Instituto, ha comprobado que los adipocitos de personas obesas eran capaces de producir irisina, aumentando su secreción con el ejercicio moderado y disminuyendo con el ayuno (una razón más para no dejar de comer cuando queremos adelgazar). Además, se ha visto que la secreción era mayor en personas con sobrepeso que con normopeso.
¿Cuál es entonces el problema?¿No tendrían las personas obesas más capacidad de convertir su grasa blanca en parda? Pues no, porque las personas con un IMC elevado tiene alterada la capacidad de responder a estas hormonas, al igual que les ocurre con la insulina o con las hormonas que controlan el apetito, lo cual deriva en que, aunque la concentración de irisina en sangre sea mayor, no puede realizar su función beneficiosa de convertir grasa blanca en parda.
Se abre por tanto con esta hormona recientemente descubierta, la irisina, un nuevo y esperanzador campo de estudio para luchar contra la obesidad y enfermedades asociadas como patologías cardiovasculares y diabetes. Dejemos este trabajo a los investigadores pero, mientras tanto, si algo nos ha quedado claro con esta revisión de los tipos de grasa es que debemos intentar tener menos grasa blanca que parda y dentro de la primera, que su localización no sea mayoritariamente como grasa visceral. Para ello, además de los consejos de alimentación que siempre damos, lo único que por ahora nos puede ayudar a cambiar favorablemente estos porcentajes es el ejercicio físico aeróbico así que, ya sabes... ¿hace falta que te diga más? ;)
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