De alguna manera misteriosa, aparece un ratón y empieza a corretear entre los dinosaurios. Sobrevive comiendo lo que encuentra aquí y allá y escurriéndose de las grandes bestias que, por cierto, un buen día dejan de existir. El ratón tiene ahora más espacio. Campa a sus anchas, hace madrigueras en los grandes espinazos que más tarde serán fósiles, coloniza rocas y bosques y trepa a los árboles. Se guarda de sus nuevos depredadores.
El ratón se pone fuerte y grande de tanto saltar de rama en rama. Para celebrarlo decide bajar de los árboles y recuperar el suelo. Ya no es tan asustadizo. Aprendió a agruparse y a cazar. Recorre estepas y praderas en pos de venados y jabalíes y empuña toscas lanzas de madera, hueso y sílex. La vida es una carrera continua detrás de la comida. Nunca se sabe si mañana cazaremos.
Así que el ratón empieza a estar algo fastidiado e inventa la agricultura y la ganadería. ¡Una maravilla! El ratón triplica su esperanza de vida, la población se dispara y la supervivencia de las crías alcanza niveles inauditos, y ya no hace falta viajar. Incluso sobreviven los heridos, cojos, viejos y torpes. Los primitivos cazadores quedan cada vez más arrinconados.
La nueva forma de vida es más o menos plácida. El ratón se encuentra al capricho del clima y las plagas y hay que arar la tierra y cuidar de los animales de sol a sol, pero decididamente tiene más tiempo y energía que antes. Desarrolla la cultura y la tecnología: explora su ser interior y encuentra mitos, miedos, esperanzas y dioses; fabrica agujas de hueso, telares, chozas duraderas, la cerámica y los metales forjados, la imprenta, la Estación Espacial Internacional. El ratón se vuelve muy listo.
Listo, y numeroso. El crecimiento asombroso de la población requiere cantidades asombrosas de comida. Los campos que daban una cosecha al año dan ahora tres. Las lechugas están listas para comer en dos semanas, y los pollos en dos meses. La modificación genética de los cereales que se empezaba a hacer a base de seleccionar y cruzar las mejores semillas de manera intuitiva cuando el ratón vestía de basto lino, se hace ahora de manera científica vestidos con batas blancas.
No sólo eso, sino que inventamos la cocina. Y las conservas. Procesos químicos que mejoran el sabor, olor y durabilidad de los alimentos y los hacen más fáciles de digerir. El ratón se ha vuelto cómodo.
El ratón, cuando ya llevaba un tiempo en este mundo (unos cientos de miles de años) empezaba a adaptarse al entorno. Había aprendido, por ejemplo, que la vitamina C era más o menos abundante y que la glucosa era más bien difícil de conseguir. Por tanto, aprendió a conservar la glucosa y orinar la vitamina C. Pero las cosas empiezan a cambiar en los tiempos modernos (unos cuatro o cinco miles de años).
La explotación intensiva genera un déficit masivo de, por ejemplo, vitamina C y selenio; y al tiempo se desorbita el acceso a la glucosa. Las primeras caries aparecen con el cultivo de la avena. Las cosas han dado al vuelta.
El ratón tiene ahora un teléfono en el bolsillo y todo está bien, pero está algo desconcertado. El trigo ha triplicado su material genético. El porcentaje de alimentos crudos de la dieta es muy bajo. Los aceites se extraen con disolventes y se almacenan en plásticos. Fabricamos peces y pollos criados en reductos y alimentados con harinas de peces y pollos. Agua y aire se llenan de basura. El ratón ya no se muere de heridas infectadas, falta de fuerzas o en las garras de un oso; ahora tiene diabetes, colon irritable y un entretenido abanico de enfermedades inflamatorias y degenerativas.
¡Bueno! Pues el ratón se pone a pensar y echar cuentas y repara en dos cosas:
Hay una grave carencia en la dieta actual de varios macro y micronutrientes. Desde aminoácidos y vitaminas a ácidos grasos y oligoelementos.
Hay una cantidad alarmante de proteínas y partículas misteriosas que el organismo no sabe procesar, derivadas de los cambios genéticos en las materias primas y el procesado antes de comer. El huevo, que de toda la vida de Dios se sorbía líquido, ahora se toma con cuchillo y tenedor previa coagulación. Los aceites se calientan, la carne se tuesta, el cereal se hace harina y se hornea o se cuece. Las estructuras cambian. No se pueden aprovechar como en su estado natural y algunos de estos nuevos materiales atraviesan el intestino.
¿Qué hago yo ahora con esto −se pregunta el cuerpo− que no responde a mis enzimas ni sirve a mis células? ¿Qué hago con estos productos que no puedo utilizar ni eliminar?
Mientras analiza la cuestión, de momento, lo guarda "por ahí". En alguna articulación donde haya hueco, en la sangre, en el hígado, donde pueda. Y cuando se acumula mucho residuo y se suma la falta de nutrientes positivos, al médico.
Pero como al ratón no le gusta ir al médico, inventó la nutrición ortomolecular para suplementar exactamente lo que necesita, previniendo y revirtiendo males. Y procuró comer con más astucia, claro.