Vas conduciendo tranquilamente por las calles de tu ciudad, de repente un niño que estaba jugando cruza corriendo frente a tí. Tienes el tiempo justo para frenar y no provocar un terrible accidente. Tu corazón se ha acelerado, te has asustado, te has puesto nerviosa…se llama estrés y muchas veces puede ser bueno, el problema surge cuando ya no sabemos como controlarlo y ese estado de tensión no desaparece.
El estrés, es una respuesta biológica de supervivencia, normal y necesaria, del organismo ante una situación que ponga en peligro nuestra integridad, es entonces cuando el metabolismo entra en acción, tanto para combatir como para huir. En fracciones de segundos y casi de una forma automática, tomamos una decisión que nos puede salvar la vida, o evitar una situación que no deseamos.
Las glándulas "suprarrenales" o "adrenales" producen una sustancia llamada "adrenalina", que se disemina por toda la sangre y es percibida por receptores especiales en distintos lugares del organismo, que responden para prepararse para la acción, de forma que se producen unos síntomas específicos:
?La mente aumenta el estado de alerta.
?El corazón late más fuerte.
?Los sentidos se agudizan.
?Las pequeñas arterias que irrigan la piel y los órganos menos críticos (riñones, intestinos), se contraen para disminuir la pérdida de sangre en caso de heridas y para dar prioridad al cerebro y los órganos más críticos para la acción (corazón, pulmones, músculos).
Hasta ahí, todo bien, la máquina, casi perfecta, que es nuestro cuerpo, cumple sus funciones. Hemos hablado del estrés ‘bueno’, ese natural y necesario. Pero si esta situación se mantiene en el tiempo, se convierte en nuestro enemigo, enemigo de nuestra mente, bienestar físico y también de nuestra belleza:
Nuestra expresión se vuelve tensa, con ojeras pronunciadas.
Nuestra piel se torna apagada y sin vida.
Las arrugas se acentúan, debido al mantenimiento del gesto contraído durante mucho tiempo.
Tensión cervical, que provoca dolores musculares y de cabeza.
En casos extremos caída del cabello.
Aumento de peso o extrema delgadez.
El estrés ‘malo’ se prolonga en el tiempo, ya no es una reacción natural momentánea. Un divorcio, un cambio de domicilio o de colegio, la inestabilidad laboral, otras enfermedades, los estrictos horarios…en definitiva la vida actual puede desencadenar estos estados, cuando el sistema nervioso siente una tensión continua y se mantiene relativamente activo a fin de continuar liberando hormonas adicionales durante un período de tiempo prolongado. Esto puede agotar las reservas del cuerpo, haciendo que la persona se sienta agotada o abrumada, debilitando el sistema inmunológico del cuerpo y ocasionando otros problemas.
Estrés y alimentación
El estrés, puede hacer que tu metabolismo aumente, esto hace que quemes calorías con más rapidez de la usual, bajando de peso rápidamente. Pero por otra parte, es muy común, que te provoque una compulsiva obsesión por la comida, con preferencia por hidratos de carbono y aquellos ricos en azúcares refinados, grasas, bebidas azucaradas o estimulantes, ya que ante una situación de estrés prolongada, nuestro cerebro inhibe la sensación de saciedad.
La comida nos proporciona placer y calma de forma momentánea, pero entramos en un círculo vicioso que rápidamente se traduce en kilos de más y en una dieta desequilibrada e insana, que no hace más que aumentar el estrés.
Cuando sufrimos estrés, nuestro cuerpo necesita más vitaminas y minerales que nunca. Algunas personas usan drogas para escapar de la tensión emocional. Aunque parezca que el alcohol y las drogas alivian la tensión emocional momentáneamente, la realidad es que depender de ellos causa más estrés porque afecta la habilidad natural del cuerpo para recuperarse.
Cómo remediarlo
En estos casos, es aconsejable, reequilibrar la dieta, aumentando un poco las proteínas, ya que, en numerosas investigaciones, se ha observado que las proteínas proporcionan mayor sensación de saciedad, que los otros principios inmediatos.
Tomar pescado azul, legumbres y plátanos, son ricos en "triptófano", un aminoácido que regula la serotonina y calma el apetito.
Hacer una dieta equilibrada, que respete los horarios de comidas y las cinco ingestas diarias. Es más fácil resistir las tentaciones con el estómago lleno.
Comer despacio, masticando bien los alimentos, para evitar tragar demasiado aire mientras comemos, lo que nos provocará gases y una antiestética tripa hinchada.
Beber dos litros de agua al día, fuera de las horas de comida.
Hacer ejercicio, sobre todo, en los momentos altos de estrés, para eliminar adrenalina.
Descansar ocho horas diarias y buscar momentos de relax y ocio.
Aunque es un problema en el que influyen tantos factores que es dificil ofrecer consejos o soluciones, existen aspectos que si podemos controlar más facilmente y que poco a poco aliviarán esa sensación. Nuestra filosofía de vida tiene mucho que decir, la forma de tomarse las cosas, el tener presente que no siempre lo más urgente es lo más importante y que lo único que merece la pena es vivir el presente de la forma más saludable y feliz que podamos.
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