Así podemos sentirnos ante una amenaza o peligro: perdidos, sin rumbo, solos y asustados. Tenemos esta sensación, con mayor o menor fuerza, en muchas ocasiones de nuestra vida. El miedo forma parte de nosotros desde que nacemos. Ya desde nuestra edad más temprana tenemos pánico a perder de vista a nuestros padres o cuidadores. Si dejamos de verlos o se alejan, empezamos a gritar como si nos fuera la vida en ello. Es nuestra forma de protegernos a nosotros mismos, el miedo nos hace gritar para protegernos. Está unido a nuestro instinto de supervivencia.
Sentimos temor ante diversos tipos de situaciones. Y es que es lógico, por ejemplo, tener miedo al daño físico. Nadie quiere caerse, quemarse, cortarse, ni tener ningún tipo de accidente. Tampoco es agradable enfrentarse a lo desconocido. Nunca sabemos lo que nos espera tras un cambio de ciudad, el comienzo de un nuevo trabajo o de un nuevo curso. El miedo al fracaso también nos invade frecuentemente. ¿Qué pasa si no consigo aprobar las oposiciones? ¿Cómo hago si no consigo sacar el carnet de conducir? ¿Y si pierdo mi trabajo? No paramos de hacernos cientos de preguntas. Para los más tímidos añadimos el reto de exponerse a los demás: hablar en público, mostrar sus sentimientos a alguien revelando lo más profundo de su alma. Y no olvidemos el temor por el sufrimiento de las personas que amas, ese sentimiento a veces inefable que está siempre presente en nuestras vidas. Es una lista interminable.
No sé muy bien si decir que es un bien o un mal necesario. Es de un poder incalculable, y a veces puede ayudarnos a evitar un mal mayor. No hay duda de que, si está ahí, es para protegernos en ciertas ocasiones. Cuántas veces no habremos dicho: “menos mal que no me lancé, qué alivio, hice bien”. Es evidente que a veces juega un rol protector.
Pero como todo, puede ser bueno en su justa medida. A veces toma demasiada intensidad y nos dejamos dominar. Quedamos paralizados y atrapados como pájaros enjaulados que no pueden volar. Me refiero aquí a situaciones particularmente difíciles o delicadas. Es entonces cuando el miedo se convierte en nuestro mayor enemigo. Puedo oír cómo nos susurra al oído: “no eres capaz, seguro que sale mal, ¿has pensado en las consecuencias?”. Hace uso de toda su fuerza para lanzar sus afilados dardos sin piedad. Y nos hace dudar, llorar, sangrar en lo más invisible de nuestro ser. Nos rompe y destruye nuestra confianza, nuestra autoestima. Y cuando ha terminado, se sienta a nuestro lado dándonos la mano y nos vigila para asegurarse de que seguimos en el mismo lugar, sin dejarnos avanzar. Para reconfortarnos dice: “no te preocupes, estás mejor aquí, quédate conmigo” y se ríe. Le encanta ganar. ¿Y tú? Pues tú no haces nada, sigues en el mismo lugar, no te ha sucedido nada porque sencillamente no has hecho nada, nada para cambiar tu sufrimiento, nada para evolucionar, nada para conseguir tus sueños, absolutamente nada.
Si esto no tiene nada que ver contigo y estás exactamente en la situación en la que deseas estar te doy la enhorabuena, no todos son tan afortunados. Cuidado con el conformismo que, aunque a veces viene bien, no siempre es lo mejor. Que no os vaya a engañar el miedo, es su truco preferido.
Claro que tenemos límites y que hay que ser realistas, hay que tener conocimiento. Pero justamente somos más capaces de lo que pensamos. Y cuando pensamos que ya hemos hecho lo máximo de nuestra capacidad, aún podemos hacer más, porque somos inteligentes, fuertes, perseverantes, tenemos una gran voluntad y calidades innumerables que también forman parte de nuestro instinto de supervivencia y que nos hacen ir mucho más allá. Lo hemos visto en casos extremos de supervivencia y lo hemos justificado convirtiendo en heroínas a algunas personas. Efectivamente esas personas han destacado por su coraje, pero no es algo que sea innato a sólo unos cuántos, todos somos capaces de sacar lo mejor. No fijemos tantos límites, dejemos que puedan cruzarse y permitirnos avanzar. Seamos nosotros quienes paralicemos al miedo, a nuestro ritmo, pero siempre hacia adelante, que no nos impida volar.
Me parece oír una voz: “¿Estás seguro de que estás en la situación en la que deseas estar?. Tengo los ojos abiertos y, sin embargo, estoy en la oscuridad. Sé que puede suceder. Voy a gritar. Se oye una voz. Es la mía. Sonrío. Valor. Confianza. Todo irá bien.