Buenos días! Comenzamos la semana hablando de una sustancia muy importante en el metabolismo de los hidratos de carbono y de la que probablemente todos habréis oído hablar, el glucógeno.
En posts anteriores os hemos hablado de los hidratos de carbono, de la glucosa y de las distintas vías de formación y degradación haciendo especial hincapié en lo que pasa cuando alguna de estas rutas falla, pero ¿Qué es el glucógeno? ¿Para qué lo necesitamos?
El glucógeno es un polisacárido ramificado de glucosa, gracias a dicha estructura se puede sintetizar y degradar con rapidez. Es la forma de almacenamiento de glucosa cuando no es necesaria.
¿Dónde se guarda este glucógeno?, éste se almacena en el hígado y en los músculos. No es un almacenamiento aleatorio, los músculos necesitan la glucosa para obtener energía con el fin de funcionar y realizar los movimientos con precisión y de forma adecuada. En situaciones en las que se necesita una respuesta rápida muscular, no se puede esperar a que el hígado genere glucosa de sus reservas de glucógeno, por esto los músculos tienen sus propias reservas para que haya una respuesta rápida y eficaz. Sin embargo, es un proceso que a pesar de ser rápido, requiere de un calentamiento previo, es por esto que muchas veces al hacer ejercicio al que no estamos acostumbrados y sin calentar previamente, a las pocas horas o al día siguiente tenemos ?agujetas?, es decir, como no hemos dado tiempo a que el músculo obtenga glucosa de sus propias reservas, éste ha tenido que buscar la energía por otras vías.
Como decía antes, además del músculo, el glucógeno se almacena también en el hígado. El hígado tiene una gran capacidad de almacenamiento de glucógeno, llegando a constituir un 10% del peso del órgano. En cambio, en el músculo los depósitos sólo llegan al 1-2% del peso del tejido pero, considerando que la masa muscular es mayor que la hepática, los depósitos de glucógeno del músculo son casi dos veces los hepáticos.
El glucógeno hepático se utiliza de forma diferente, en síntesis se utiliza para controlar la glucemia junto con la insulina. Cuando los niveles de glucosa son bajos en sangre, el cuerpo manda una señal al hígado, y si es necesario también a los músculos, para que se libere el glucógeno y, por tanto, obtengamos la glucosa que nos falta. Cuando se llegan a niveles normales de glucosa en sangre, la señal se inhibe y de esta manera, se deja de liberar glucógeno. Aquí es donde entra en juego la insulina, la cual, como se mencionó en el post dedicado a la diabetes, es la encargada de hacer que la glucosa llegue a su destino final.
Los niveles de glucógeno hepático no son fijos ya que varían en respuesta a la ingesta de alimentos, aumentando inmediatamente después de una comida y disminuyendo lentamente cuando se moviliza el glucógeno para mantener la glucemia. La reserva de glucógeno disminuirá de forma notable durante el ayuno nocturno y más lentamente en los espacios entre las comidas principales del día.
En momentos de ayuno absoluto podemos contar con estas reservas entre 12 y 24 horas de ayuno, en función de la actividad realizada y de las propias reservas de la persona.
A pesar de existir reservas a nivel muscular y hepático, el glucógeno está presente en todas las células sirviendo como reserva de unidades glucosa para la generación de ATP en la glucólisis, en definitiva para generar energía de forma rápida.
El glucógeno es, por tanto, una fuente rápida de glucosa para la sangre, pudiendo ser utilizado cuando el aporte de glucosa de la dieta se ve disminuido o cuando el ejercicio hace que se incremente su utilización por los músculos.
Con esto me despido hasta el próximo post, :)
Realizado por Tamara Valencia Dueñas.
Fuentes
Nutrición y alimentación humana.2aed. Mataix J. Ergon 2009.