Uno de los cambios más importantes que puede vivir una persona a lo largo de su vida es el momento en el que decide tener hijos. Entonces, tanto la ilusión y las ganas como las dudas y los miedos comienzan a hacer acto de presencia. La gran responsabilidad que conlleva ser padres, el deseo de hacerlo de la mejor forma y que los hijos se desarrollen y tengan una buena vida van a pasar a ser, de forma casi inevitable, parte de la preocupación por mis hijos que aparecerá a partir de ese momento.
La preocupación por mis hijos y el miedo
Los hijos estarán ahí como esponjas, absorbiendo cada mensaje, cada emoción, cada experiencia, cada comportamiento que sus padres tienen entre sí y con ellos. Los niños aprenderán todo aquello que sus padres le transmitan, de forma más consciente o inconsciente.Esta preocupación natural y estos miedos que vienen unidos a la experiencia de ser padres pueden generar problemas en la crianza cuando se magnifican e interfieren en el proceso de independencia de los hijos. ¿Qué ocurre cuando me preocupo mucho por mis hijos?
La fuente que alimenta las preocupaciones es el miedo. El miedo a que les pase algo, el miedo a que les vaya mal o se equivoquen o el miedo a que no sean capaces de alcanzar ciertos objetivos pondrá el foco de atención y preocupación en todas estas situaciones que estén relacionadas con estos miedos. Por ejemplo, que hagan ciertas tareas sin mi supervisión, que suspendan un examen, etc.
¿Qué me lleva a esta situación?
Probablemente, me daré cuenta de que dedico mucho tiempo a:Estar hipervigilante a lo que hacen o no hacen en cada momento, sintiéndome incapaz de separarme de ellos. Siento miedo e inquietud cuando tengo que alejarme un poco de mis hijos.
Controlarles, con comentarios constantemente sobre lo que están haciendo, sobre dónde están o qué hacen, que tengan cuidado con esto y aquello, etc.
Hacer tareas por ellos. Cuando veo que no son capaces o que no hacen bien o dejan ciertas tareas, interfiero inmediatamente para resolverlo.
Estos tres puntos, que son naturales en las primeras etapas de desarrollo en las que los hijos sí son dependientes casi totalmente de sus padres, se pueden volver un problema si permanecen sin cambios conforme los niños crecen. Es importante observar el proceso concreto de cada niño para ir adaptando este control parental.
¿Qué efectos puedo encontrar cuando esta preocupación no está bien adaptada?
A continuación vamos a ver cinco de las situaciones más comunes que podemos identificar fácilmente cuando la preocupación que estoy sintiendo constantemente no esta realmente bien adaptada:Mis hijos requieren tanta atención y tengo tanta sobrecarga que siento estrés y una irritación constante. Tengo momentos en los que no puedo controlar mi enfado.
Mis hijos se frustran e irritan con facilidad porque están acostumbrados a que siempre esté disponible.
Si mi preocupación se vuelca más en uno de mis hijos o le quito atención por algún motivo, mi hijos realizan conductas para captar mi atención a través de la preocupación. Por ejemplo, responden como si no supieran hacer ciertas tareas (que sabes que son capaces y que ya habían aprendido a hacer), empiezan a experimentar ciertos dolores físicos (“me duele la barriga, “me duele la cabeza”) o comienzan a llorar o a enfadarse repentinamente.
Mi estilo educativo puede ser más inflexible: volverme muy permisivo con los malos comportamientos (porque no quiero que mis hijos se sientan mal) o muy exigente o autoritario con ellos (porque no quiero que fallen).
Puedo comenzar a detectar miedos e inseguridades en mis hijos. El efecto que produce la preocupación de una persona hacia otra es inseguridad, porque transmito que la otra persona “no es capaz” y por ello interfiero yo. Como consecuencia a largo plazo esto puede alimentar sentimientos de inseguridad y miedos conforme crecen. Confiar significa permitir cierta independencia.
¿Qué puedo hacer para manejar la preocupación por mis hijos?
Principalmente, hay tres formas de trabajar esta preocupación que nos aparece cada día en cada momento y que podemos realizar fácilmente:Trabajar mi gestión emocional. Mis hijos van a aprender más de lo que hago que de lo que digo así que trabajar mis miedos y mis preocupaciones es un buen paso previo para saber enseñárselo a ellos.
Manejar el equilibrio necesario entre control e independencia según la edad y el proceso de desarrollo de cada hijo. Ir cediendo independencia poco a poco es importante para que vayan ganando confianza y generando su propia sensación de valía.
Poner los límites necesarios. Otro equilibrio necesario entre la comprensión y el apoyo que les ofrezco y las normas y la firmeza ante los malos comportamientos. Observar cual es mi estilo educativo para poder moldearlo en los momentos que sea necesario.
Ser padres es un reto y un proceso de aprendizaje constante. Es natural no saber qué es lo mejor muchas veces y es importante perdonarse por ello, y no dejar de observar y aprender de nosotros mismos y de lo que los hijos enseñan.
¿Te sientes perdido en este proceso? En ese caso, no dudes en contactar con ayuda psicológica especializada que te ayude a redirigir y a manejar tus preocupaciones como padre o madre.