La intervención psicológica se basa siempre en una relación autentica y cercana del profesional hacia la persona que solicita ayuda, en un escenario de confianza, seguridad y donde no se juzga a la persona.
Desde esta base humana, se realiza una evaluación inicial del problema o los problemas que trae la persona. Se analizan y registran los síntomas más evidentes, es decir, las respuestas cognitivas, emocionales y comportamentales de la dificultad que producen sufrimiento, así como los consecuentes de estos y los recursos que posee.
Así mismo, se registran los factores precipitantes que han promovido todo el sufrimiento o síntomas que componen las ideas irracionales sobre sí mismo, el mundo o los demás, emociones que le hacen sufrir, comportamientos desadaptativos que a su vez suelen acarrear más.
Desde las intervenciones terapéuticas los síntomas y los factores precipitantes, tras una buena psicoeducación, suelen ser las dianas de la primera línea de intervención y el malestar ha de bajar progresivamente.
Sin embargo, todo esto tiene una raíz mucho más profunda y que explica porque un factor precipitante desestabiliza y llena de sufrimiento a una persona hasta dejarlo muy herido, mientras otros, ante esas situaciones u otras peores manifiestan un lógico malestar, pero que acaban afrontando o/y poniéndolos en proceso de aceptación, si no son modificables los factores que configuran el problema.
Desde las técnicas de reestructuración cognitiva combinadas con otras bajamos el malestar. Sin embargo, no es suficiente. Es necesario trabajar aspectos más profundos de la persona y del cual emana toda la problemática, ya que ante nuevas situaciones estresantes vuelven a resurgir todos los componentes de la sintomatología. Y aunque ya tengan herramientas, persisten, por lo que la intervención debe de ser más profunda, modificando causas más lejanas en el tiempo.
Trabajar la emoción
Trabajar la emoción consiste en centrarnos en las situaciones desadaptativas presentes, basadas en hechos que de forma repetida se producen en la persona y provocan una emoción perturbadora que la llena de ideas irracionales y comportamientos desadaptativos.Mediante distintas actividades trabajamos que el paciente se familiarice con la emoción, la caracterice, descubra que mensajes automáticos irracionales le produce y que consecuencias negativas tiene en su comportamiento, incluso las sensaciones físicas que la acompañan. Desde ahí analizamos en su presente en que momentos aparece este esquema Cognitivo Afectivo que produce un porcentaje importante de su sufrimiento presente.
Y desde ese punto nos vamos al pasado y analizamos en qué situaciones se ha dado con la misma naturaleza y características. Descubrimos incluso el origen, muchas veces en la infancia. Y ahí se produce una toma de conciencia del posible valor adaptativo que tuvo en un momento de su historia y que le ayudo a sobrevivir emocionalmente hablando, o al menos, era una reacción natural y a acorde con la difícil situación que podía vivir la persona.
El siguiente paso, a este insight, aplicando técnicas de tercera generación provenientes de la Terapia Metacognitiva, de la Terapia de Aceptación y Compromiso, con los componentes del mindfulness y la defusión del pensamiento. Dotamos a la persona de las herramientas necesarias para que se libre o minimice los efectos nocivos para la salud de dichos esquemas
Y evidenciamos su falta de valor adaptativo y dotamos de herramientas para que en el presente se ajuste a la realidad y lo deje ir, tal como se postula desde la defusión del pensamiento.
Liberamos a la persona de las cadenas del pasado que le impiden disfrutar y luchar en la vida de forma plena, con sensación de control y libertad.
Caso clínico:
Toñi, mujer de mediana edad, tras un año de tratamiento y encontrándose bien, llega a consulta y se siente culpable y avergonzada porque se encuentra mal y hay personas con problemas mucho más serios. El malestar presente que le desborda de forma no objetiva, es que tiene migraña, algo habitual en ella en cierta frecuencia, y no pudo ir a bailar con un grupo con el cual ensaya, debido a los mareos que le produce la migraña.Se emociona y se le saltan las lágrimas. No entiende porque se siente así, y se atribuye que es muy débil e insignificante. Finalmente define la emoción como sentirse muy pequeñita, muy poca cosa.
Indagando en la emoción y reconociéndola en otras situaciones de su pasado, juntos a los conocimientos previos que tenemos de la persona tras estos meses de terapia, descubrimos que esto a una situación pasada donde las emociones similares de sufrimiento si era más acorde a la realidad.
En la adolescencia tuvo una alteración neurológica de la que se intervino. Pero mientras la diagnosticaron, tuvo muchos problemas en el instituto a la hora de estudiar, relacionarse, etc. Esta alteración neurológica se lo dificultaba mucho. Antes de conocer el diagnostico e intervenirse lo atribuía a que era una tonta inútil, que acabaría de indigente y no servía para nada. Se sentía muy avergonzada de sí misma y culpable de ser tan poco valida. Esto la llevo a la depresión y al aislamiento, dejó una huella enorme en su vida y en su memoria emocional durante un año.
Tras la operación recupero su capacidad de aprendizaje, relacional y se readapto en general.
La migraña por asociación y efecto secundario de la operación a la que se sometió, la impidió actuar junto a sus compañeras. Este hecho simplemente frustrante la inundo de vergüenza y culpa, del mismo modo que le ocurrió en la adolescencia, con un evidente paralelismo.
Tras tomar conciencia y con el apoyo de las técnicas de defusión del pensamiento y entendiendo la irracionalidad del malestar presente, disminuyo enormemente la culpa y la vergüenza presente. Se liberó del sufrimiento.