La carencia o déficit de vitaminas nos va a conducir a padecer trastornos de salud más o menos graves, dependiendo de si la falta es crónica o aguda. Las enfermedades por falta de vitaminas se las conoce como enfermedades carenciales. Se deberían obtener suficientes vitaminas de la dieta diaria a través de una alimentación variada y equilibrada. En ocasiones esto no es posible debido a diversos factores que se relacionan con una ingesta mínima de vitaminas (aunque nuestra alimentación sea equilibrada o consideremos como normal) o la mala absorción de las mismas. Debido al gasto del suelo que provoca la agricultura, sistemas de conservación, descascarillado y refinamiento de los cereales, dietas de adelgazamiento mal estructuradas, contaminación, tabaco, alcohol, antibióticos y otros medicamentos, etc., no se ingieren o absorben la cantidad que sería necesaria para mantener un estado de salud óptimo.
En determinados casos las necesidades de un aumento en la ingesta de vitaminas o minerales, se hace necesario, como es el caso de las mujeres con una menstruación abundante, mujeres embarazadas y lactantes, personas que siguen dietas muy restrictivas, personas vegetarianas que no realizan una dieta correcta, personas alcohólicas o que toman otras drogas, en trastornos o enfermedades que interfieren en la ingestión, digestión, absorción, etc…
Una carencia de vitaminas puede llevarnos a padecer enfermedades y éstas aparecen bajo síntomas de avitaminosis (hipovitaminosis). Por ejemplo:
– Una carencia de Vitamina A produce sequedad en los ojos y la piel, ceguera nocturna y alteraciones en las mucosas.
– Una carencia de Vitamina K, hemorragias nasales.
– Una carencia de Vitamina C, debilitamiento del sistema inmunitario, anorexia, obesidad, problemas articulares y de cicatrización de heridas, problemas bucales, etc…
– Una carencia de Vitamina B1 producirá fatiga, pérdida de memoria, alteraciones nerviosas, entre otras.
– Una carencia de Vitamina B12, anemia perniciosa y problemas gastro-intestinales.
Teniendo en cuenta estos factores somos conscientes de la importancia de que la ingesta diaria de vitaminas es una necesidad para mantener y recuperar la salud.
Las vitaminas se clasifican en dos grupos:
VITAMINAS HIDROSOLUBLES: son solubles en agua y en general, no se almacenan en el organismos y si lo hacen es de forma limitada eliminándose el exceso a través de la orina. Son las vitaminas C y todas las del grupo B (B1, B2, B3, etc…).
VITAMINAS LIPOSOLUBLES: sólo son solubles en grasa. Tanto estas como las hidrosolubles son eliminadas del cuerpo en 24 horas, sin embargo, el exceso de las liposolubles se almacena en el hígado durante mucho más tiempo. Son las vitaminas A, E, D, K y la provitamina A (betacaroteno).
Existen, además, unas sustancias denominadas “antivitaminas” que anulan la función biológica de las vitaminas e impiden que puedan realizar su cometido. Por ejemplo, una proteína presente en la clara del huevo cruda, la avidina, es la antivitamina de la B8, esto significa que cuando se unen se inactiva. La tiaminasa presente en el pescado o marisco crudo degrada la vitamina B1. El niacinógeno, presente en el maíz y otros cereales, afecta a la vitamina B3. También interfiere en la absorción de vitaminas, sobretodo la A, E, C, B1 y B2 la ingestión excesiva de fibra añadida a la dieta por el consumo de alimentos refinados.
En general, la vitaminas son necesarias para el crecimiento, la salud, el metabolismo normal y el bienestar físico. Por sí solas no son suficientes para una correcta nutrición, necesitarán la presencia de minerales, oligoelementos, hidratos de carbono o proteínas. Hay que tener en cuenta que los alimentos procesados o sea, refinados (arroz blanco, pan blanco, macarrones o espaguetis normales), envasados, congelados, etc… no poseen, o lo hacen en ínfimas cantidades, vitaminas, por lo que deberemos prestar mayor atención a la ingesta que hagamos de productos frescos y sin procesar, reduciendo el consumo de alimentos industriales en la medida de lo posible.
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