Todos en mayor o menor medida, tenemos un determinado ideal de cómo nos queremos encontrar. De cuál ha de ser nuestro estado interior. Queremos encontrarnos siempre bien, estar siempre “en forma” a nivel psicológico, estar de buen humor, de controlar la situación y de pasarlo siempre en grande.
Pero ese deseo que de alguna manera nos obliga a estar bien, en el fondo hace que ocultemos parte de nuestro SER. Ya que al aparecer el dolor o el malestar en nuestras vidas lo rechazamos. Huimos de los sentimientos negativos que se generan, precisamente por ser lo opuesto a ese estado de bienestar interior permanente que deseamos. Pero la vida y por tanto nuestro estado interior no es una línea recta de felicidad. Los acontecimientos nos afectan, nuestro ánimo tiene ciertas variaciones, en definitiva, somos humanos. Y cuando los sentimientos negativos aparecen ¡están ahí!, no podemos meterlos debajo de la alfombra para no verlos o rechazarlos por el malestar que nos produce. Todo ello implicaría reprimirlos e iría contra nuestra propia naturaleza. Pues queramos o no somos vida, y la vida también es cambio, movimiento, un continuo fluir. Y si estancamos nuestro sentir como si de agua se tratara, terminaría por oscurecerse.
Reprimir nuestros sentimientos es también no reconocernos en plenitud. El ser humano siente, forma parte de nuestra naturaleza. ¡No podemos ir por la vida negando partes de nuestro propio ser! ya que cuando lo hacemos, nos vemos abocados al sufrimiento. Reconocernos en plenitud implica aceptar nuestros sentimientos, acogerlos con serenidad para que puedan cumplir su función y podamos utilizarlos para “sanarnos” interiormente. Todo en la vida tiene su por qué, su motivo y razón de existir. Los sentimientos también.
Sentir es VIVIR y la vida fluye, ¡estás en ella! Deja de remar contracorriente y experimenta la dicha de ser sencillamente lo que eres: VIDA.