Todos hemos estallado de rabia alguna vez. Lo más terrible de estas explosiones es que suceden sin avisar, en los momentos menos adecuados. Ocurren después de una cena íntima, durante el calor y la alegría de una comida familiar, o mientras los niños juegan en el salón. Ocurren precedidas de un vacío cósmico, un segundo de silencio intenso y arrasan todo lo que hay alrededor.
Las explosiones personales son cualquier cosa menos selectivas. Cualquier persona que se encuentre en el lugar recibirá el impacto de tu ira, da igual su relación contigo o lo mucho que le quieras. Cuanto más cercana esté a ti en el momento de la explosión y más trate de apagar el incendio, más afectada se verá.
¿Qué se puede hacer para evitar los ataques de ira que llegan sin avisar?
En el momento de la “explosión”, nada. Cero. Nada de nada.
Si eres la persona que sufre el ataque de ira, ya habrás perd ido la capacidad de controlar voluntariamente tus actos, serás una hoja mecida por el viento de la ira. Sólo espero que el viento cese antes de que alguien resulte herido por causa de la tormenta.
Como espectador hay dos posibilidades. La primera, es que puedas interceder para consolar a la persona que sufre el ataque de ira, no para calmar, callar o tranquilizar. Consolar. La segunda, es que seas objeto y diana de los ataques. En ese caso, te pediré que comprendas que un torrente emocional se ha apoderado de la persona que monta en cólera y que carece de control sobre ella misma. Trata de mantener la calma y no enzarzarte en disputas que no servirán para otra cosa que empeorar la situación. Si la situación te desborda y te daña, es totalmente licito y comprensible que te alejes del lugar y la persona que te está atacando. En este momento el único que tiene cierto control sobre lo que pueda ocurrir, eres tú. Respira, protégete y espera que amaine la tormenta.
¿Qué se puede hacer para evitar el próximo ataque de ira?
Primero, reconocer que hay algún problema. No que tu carácter sea un problema, sino que en el fondo hay algún problema. Puede ser de tipo, laboral, familiar, de salud, social, económico, o una combinación de varios problemas de menor índole. Esto genera una cambio total en la forma de convivir con el problema. Exige dejar de negarlo, ocultarlo o restarle importancia. Ahora esta ahí, encima de la mesa y a la luz de los focos. Ahora se puede hablar de él y tratar de solucionarlo.
Una vez que hemos identificado y reconocido el problema, que hemos sido sinceros sobre la situación, debemos ser sinceros sobre la emoción, sobre lo mucho que nos preocupa, lo difícil que se nos hace el mero hecho de pensar en él, el miedo que sentimos al imaginar tanto el problema, como sus posibles soluciones, o la incapacidad de verle soluciones. Es por esos miedos, que lo dejamos soterrado bajo las mas gruesas capas de cotidianidad, y fingimos poder llevar una vida normal. Hasta que algo nos hace perder el dominio de ese gigante con los pies de barro, que al caer arrasa todo lo que hay alrededor. Tal vez ha llegado el momento de dejar de ser todopoderosos e invencibles, para volver a ser personas con toda nuestra envidiable imperfección. El momento de pedir apoyo y comprensión, de refugiarse en el calor de aquellos que nos quieren, y compartir nuestros miedos y nuestras limitaciones.
Si hemos hecho esto estaremos preparamos para empezar a resolver el problema que nos limita para tener una vida plenamente satisfactoria. Sé que es muy difícil enfrentarse a algo que hemos dado por imposible en el pasado, pero con el apoyo de nuestros seres queridos, con una nueva actitud liberadora y potenciadora de nuestra verdadera personalidad y emocionalidad, todo es posible. Habrás de aceptar cambios e incluso renuncias, que te conducirán a nuevos escenarios que se adaptarán más a tus verdaderas necesidades y anhelos. Haz de tu paso por la vida una experiencia intensamente feliz para ti y para los tuyos.
Hoy es siempre todavía.
Gonzalo Gómez Cámara.
Asesor y Psicoterapeuta Ericksoniano.
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