Siempre ha resultado complicado definir el concepto de conciencia (o consciencia: provienen del mismo origen latino conscientia, “con conocimiento”). La ciencia no tiene medios para estudiar algo que carece de materia o de cualquier tipo de fuerza o energía medible.
La idea evolucionó con el desarrollo de la psicología y la neurofisiología en paralelo con la filosofía. Ésta insistió en el aspecto subjetivo, mientras que las otras dos disciplinas se fijaban en el comportamiento o en propiedades fisiológicas. Cada área de estudio ofrece sus definiciones arbitrarias según su campo de investigación.
El problema fácil y difícil de la conciencia
El filósofo australiano David J. Chalmers (1966) diferencia entre los problemas fáciles (considerar la conciencia como una capacidad mental más, que incluye la focalización de la atención, la integración de nueva información, etc.) y el problema difícil (cómo la conexión física entre neuronas mediante impulsos eléctricos puede producir la experiencia subjetiva que llamamos conciencia).
Pero básicamente la conciencia se podría explicar como el entendimiento o conocimiento que un ser vivo tiene de sí mismo (de su propia existencia) y de su capacidad para actuar sobre su entorno. Es lo que sentimos al tener contacto con nuestra realidad, y está nutrida por nuestro sistema de creencias adquirido en la cultura que nos ha tocado vivir.
La conciencia es un estado mental sólo accesible por el propio sujeto, que le permite analizar cómo se percibe a sí mismo como ser autónomo, interactuando con los estímulos externos que le rodean a través de sus sentidos, para después poder reflexionar e interpretar esos estímulos relacionándolos con su memoria y construir su realidad.
El continuo de la conciencia
La conciencia anida dentro de un continuum entre inconsciencia y diversos niveles de conciencia, dependiendo del grado de inactividad o actividad neuronal del cerebro (el coma constituye el nivel mínimo, la pérdida total de conciencia). El estado de vigilia equivale a la conciencia misma (la autoconciencia), en contraposición al estado fisiológico del sueño.
La conciencia garantiza un proceso continuo de información y adaptación entre nuestro yo subjetivo, nuestro sistema nervioso y nuestro entorno perceptivo.
Además suele diferenciarse entre conciencia sensorial o primaria (seguramente habitual en el mundo animal) y conciencia de nivel superior o metacognición (ser conscientes de nuestra conciencia), que se cree única en la raza humana. Es necesario un cierto nivel de conciencia para poder experimentar sentimientos.
Pero sigue siendo una incógnita para la ciencia cómo surge la conciencia a partir de un órgano físico, el cerebro, compuesto de células activadas mediante impulsos eléctricos que crean recuerdos vívidos, pensamientos abstractos o sentimientos tan variados y confusos como el amor, la ira o la tristeza. Cómo construye imágenes mentales, acumula recuerdos, crea emociones o clasifica la realidad.
Teorías sobre la conciencia
Hay múltiples teorías sobre la conciencia, a menudo basadas en parte en otras teorías que las precedieron. Algunos ejemplos son:
El filósofo estadounidense William James (1842-1910) la definía como una función evolutiva que salvaguardaba una secuencia de experiencias concretas conscientes. Es la capacidad de grabar en nuestra memoria lo que estamos viviendo en una secuencia temporal para poder prever el futuro.
El filósofo austriaco Karl Popper (1902-1994) creía que la conciencia emergió con el lenguaje por la necesidad de comunicarse unos con otros. Es la última herramienta del proceso de evolución del Homo sapiens que le incita a ser consciente de sí mismo.
El neurobiólogo estadounidense Gerald Edelman (1929-2014) plantea que la conciencia brota como consecuencia de la interacción entre grandes grupos de neuronas que se coordinan entre sí en el cerebro, manteniendo conexiones continuas con el cuerpo y el ambiente. La conciencia nace cuando el cerebro se da cuenta de sí mismo.
Distingue entre conciencia primaria, construida de experiencias vividas en el presente e interpretadas según las categorizaciones (conceptos que creamos de nuestras experiencias y que asignamos con palabras) hechas por el individuo: es un “presente recordado”; y conciencia superior, que se basa en la emergencia del lenguaje en el ser humano que nos permite relatar subjetivamente nuestra vida pasada. Una parte importante de lo que somos es producto de nuestro diálogo interior.
Para el neurólogo portugués Antonio Damasio (1944) la conciencia es un proceso gradual que se asocia con una secuencia de tres tipos de yoes que conforman nuestra identidad:
1- el Proto-Yo:
es una secuencia temporal inconsciente y coherente de pautas neuronales que simbolizan el estado de nuestro cuerpo momento a momento. Es lo que permite distinguirnos del medio exterior (facultad propia de la mayor parte de seres vivos).2- El Yo central:
somos conocedores de este yo, puede activarse ante cualquier elemento natural y va experimentando pequeños cambios a lo largo de su vida. Solo experimenta el presente separando nuestro yo como entidad propia frente a otras cosas externas que nos afectan.3- El Yo autobiográfico:
es la memoria autobiográfica, compuesta por memorias implícitas de las experiencias vividas en el pasado y también de la previsión de un futuro incierto. Esta memoria nos proporciona la conciencia de un “yo enriquecido” por los archivos de nuestra experiencia vital.Para el físico teórico estadounidense Michio Kaku (1947) la conciencia es fruto de la evolución, que podría estar alojada en la corteza prefrontal y que se activa cuando tomamos una decisión, por lo que para comprenderla hay que estudiar el cerebro y cómo se comporta en el espacio-tiempo. Según Kaku nuestra conciencia es la suma de nuestro conocimiento y nuestras emociones que han evolucionado durante milenios.
El filósofo sueco Peter Gardenfors (1949) ve en el lenguaje el último estadio en el proceso que lleva a la conciencia humana. Piensa que primero estuvieron las sensaciones, luego la atención, las emociones, la memoria, los pensamientos, la planificación, el yo, el libre albedrío y, finalmente, el lenguaje. Los pensamientos son representaciones internas del mundo, lo que permite a los animales que los tienen separarse del mundo inmediato, pudiendo crear más de un curso posible de acción.
El neurocientífico estadounidense Joseph LeDoux (1949) cita a varios científicos que definen la conciencia como el saber lo que hay en nuestra “memoria de trabajo”, memoria que contiene representaciones mentales en forma de episodios que se manifiesta en el momento presente. Para darnos cuenta de algo, ese algo debe estar representado mentalmente y después relacionarse con la representación mental del yo que lo experimenta. Otras teorías parecidas identifican la conciencia con la fijación de la atención.
La neuróloga irlandesa Suzanne OSullivan concibe la conciencia como una totalidad compuesta por diversos estados: la atención, la percepción y la memoria. Es la habilidad de elegir selectivamente nuestra experiencia mental. La atención selecciona algo, y después la percepción lo identifica subjetivamente según nuestras creencias alojadas en nuestra memoria.
Desarrollo de la conciencia
La conciencia podría iniciarse cuando abrimos los ojos y nos encontramos frente a nuestro entorno, a nuestro mundo, y experimentamos lo personal (nuestro yo) y lo exterior (el ambiente) como dos naturalezas distintas que se afectan mutuamente.
Después, poco a poco, iríamos penetrando en nuestra propia experiencia cuando alcanzamos a diferenciar lo imaginario de lo real en nuestra representación mental.
Mediante nuestra vigilia, nuestro estado de alerta vigilante, vamos seleccionando diversos estímulos ambientales que, a través de la atención, serán almacenados en nuestra memoria. Así va desarrollándose nuestra conciencia: atesorando nuestro pasado, percibiendo nuestro presente asistido por nuestras emociones y, gradualmente, construyendo nuestra propia identidad.
La conciencia nos permite crear metáforas, concebir posibilidades, expandir nuestra existencia. Nuestra representación simbólica de la realidad nos habilita para extraer conclusiones y elaborar nuevos conocimientos a partir de los que ya tenemos.
La conciencia existe en nuestra voz interior que nos hace preguntarnos de dónde venimos, por qué estamos aquí y qué futuro podemos crear. Permite que demos un significado a nuestras emociones y nos anima a comprendernos para alcanzar la felicidad.
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Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro Blog)