Qué es la aceptación en Psicología

Para la psicología la aceptación significa reconocer las situaciones no deseadas de nuestra realidad sobre las que no podemos hacer nada para modificarlas, aprendiendo a asumirlas (sin quejas ni excusas) y así fortalecer nuestra tolerancia a los fracasos, pérdidas o desengaños vitales.

Ante la muerte de un familiar, el abandono del cónyuge o una catástrofe natural, la aceptación de esa situación es el inicio para poder poner en marcha una acción reparadora que mantenga nuestra estabilidad emocional. Nos ayuda a intuir nuestros límites sobre lo que podemos o no cambiar de nuestro entorno existencial.

La aceptación no es resignación, porque ésta conduce a la inacción al sentir que no se puede hacer nada para resolver una situación dada. Tampoco es acatamiento o aprobación. Es la decisión de admitir y afrontar todas las situaciones que la vida nos regala para poder alcanzar la sabiduría de reconocer la realidad que hay en el entorno, dejando atrás lo que no podemos cambiar para centrarnos en lo que podemos controlar y corregir.

En el momento en que aceptamos algo nos abrimos a considerar otras posibilidades que puedan mejorar nuestra situación, empezamos a entrenar nuestra flexibilidad psicológica que nos permite elegir entre renunciar o perseverar en una acción que está al servicio de nuestros valores personales.

También es la determinación de aceptarnos a nosotros mismos, permitiéndonos ser lo que queremos ser con independencia de nuestro ambiente familiar o social.

La Autoaceptación Incondicional de Ellis

El psicólogo estadounidense Albert Ellis (1907-2013), fundador de la Terapia Racional Emotivo-Conductual (TREC), propone que adoptemos la Autoaceptación Incondicional frente a la clásica “autoaceptación condicional”.

Qué es la aceptación en psicología
La “autoaceptación o autoestima condicional” enseña que una persona se acepta a sí misma “a condición” de que sea amable, haga las cosas bien y reciba la gratitud de su entorno más cercano; es decir, siempre estará pendiente de la valoración que los demás tengan de su persona. Esta idea es irracional porque el ser humano es, por definición, imperfecto, y se equivocará y fallará a menudo a lo largo de su vida. Además, aunque haga bien todo, los demás pueden evitarle o rechazarle por diferentes motivos. Y aunque uno haga bien las cosas y sea aceptado por todos hoy, nunca puede saber lo que ocurrirá mañana. Por eso alguien educado en la “autoaceptación condicional” (tienes que ser correcto, amable, generoso) tendrá dudas continuamente sobre lo que piensen los demás, posiblemente generando una ansiedad crónica y un sentimiento de inferioridad.

La Autoaceptación Incondicional neutraliza esta amenaza propia de la autoestima condicional; por ejemplo eligiendo, como aconseja Ellis, un enfoque existencial, repitiéndonos mentalmente algo así: “Decido, como miembro de la raza humana y como ser único, con mis intenciones y preferencias personales, aceptarme incondicionalmente con independencia de cómo me salgan las cosas y de si recibo aprobación o críticas de los demás. Mi valor individual no depende de mi productividad ni de la aceptación que recibo de los demás, solo depende de que opte por vivir y seguir siendo un miembro de la raza humana con mis valores personales intactos”.

Según esta regla tenemos que precisar nuestros objetivos vitales basados en el sentido que demos a nuestra vida, en nuestros valores personales, y después evaluar nuestras actuaciones (junto con nuestros pensamientos y sentimientos) en base a dichos objetivos. Ahora bien, estas valoraciones no son “buenas” o “malas” en sí mismas, como señala Ellis. Dependen absolutamente de nuestros objetivos fijados, aunque podemos cambiarlos cuando deseemos si nuestro entorno lo exige. Pero mientras los defendamos tenemos la facultad de juzgar todo dependiendo de esos objetivos; así llegamos a adquirir nuestro pensamiento crítico personal de las cosas, mientras nos invita al mismo tiempo a respetar la visión personal que los demás tengan del mundo basada en sus diferentes valores y objetivos particulares (lo que supone la Aceptación Incondicional del Otro).

Llevando la lógica hasta el final, la aceptación incondicional del otro incluye la aceptación incondicional de las condiciones. Aprender a aceptar los hechos cuando ocurren y, si van en contra de nuestros objetivos, intentar cambiarlos; pero si el cambio no es posible, procurar adaptarse lo mejor posible a la situación. Aceptar la realidad es dejar de exigir que se deba conseguir lo que se quiere de sí mismo, de los demás y del mundo.

La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT)

El psicólogo Steven C. Hayes (1948), uno de los principales creadores de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT se pronuncia como una sola palabra, no por sus siglas, porque significa “actúa”), da mucha importancia a aprender a ser conscientes de todos nuestros pensamientos (positivos y ansiosos) en cuanto aparecen, aceptándolos e involucrándose con las reacciones emocionales íntimas que surgen (a pesar de que nos incomode). Esto beneficia nuestra apertura psicológica: nos adiestra a reconocer la realidad y fomenta nuestra sensibilidad hacia nosotros mismos y nuestro ambiente social.

Para alcanzar la plena aceptación la ACT da una importancia especial a permanecer en contacto con nuestra experiencia emocional interna, desafiando nuestra tendencia a la evitación vivencial de nuestros temores más profundos, renunciando a luchar inútilmente por controlarlos o excluirlos de nuestro mundo mental.

La evitación vivencial es no querer estar en contacto con nuestras vivencias internas (pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos,) de forma rígida, rehuyéndolas, evitándolas o modificándolas de forma habitual. Está demostrado que esta evitación cognitiva se relaciona con una gran variedad de psicopatologías y problemas conductuales. La ACT propone “hacer espacio” a esos contenidos mentales rehusados explorándolos con curiosidad y autocompasión (aceptación).

La ACT define la aceptación como la adopción voluntaria de elegir, en base a nuestros valores personales, una disposición conductual abierta, receptiva, adaptable y libre de juicios respecto a la experiencia que tiene lugar en el momento presente. Es decir, la intención de “estar dispuestos” a conectar con nuestras experiencias internas negativas para comprenderlas y, poco a poco, aprender a controlarlas.

La aceptación de la ansiedad

Aceptar nuestra ansiedad, o nuestros miedos particulares, implica comprender que todos somos seres humanos con nuestras fortalezas y debilidades. Es admitir esta emoción, la ansiedad, como naturalmente nuestra que siempre estará con nosotros, pero sabiendo que podemos aprender a gestionarla para que no controle nuestra vida.

Sentir algo de ansiedad nos advierte de que tenemos que prestar atención a lo que pasa en nuestro entorno, a la vez que moviliza nuestros recursos en situaciones nuevas más o menos estresantes. Respetar la incertidumbre, admitir la adversidad y tolerar la angustia moderada hace que apreciemos más los momentos agradables con nuestra gente y con la naturaleza.

La ansiedad es mucho más habitual que venga por nuestra preocupación sobre cómo nos ven los demás para que no nos rechacen más que por nuestra preocupación física. El antídoto para esta ansiedad egocentrada es la Autoaceptación Incondicional, porque al vernos como personas naturalmente valiosas tenemos menos miedo al rechazo de los demás y a nuestros fallos y errores.

La ACT anima a la aceptación de la ansiedad considerándola como una señal (un mensajero emocional) que hay que atender y aprovechar para preparar la acción más adecuada, en vez de verla como un problema considerándola una emoción negativa o “tóxica” que es necesario eliminar. Aquí la aceptación es receptividad al momento presente estando dispuestos a entrar en contacto con aquellas situaciones en las que sea probable que desencadenen vivencias internas negativas.

La aceptación no significa aceptar el malestar de la ansiedad para siempre, significa contar con la ansiedad como un componente natural más en nuestra vida que nos hace reconocer las dificultades que tenemos en ciertos ámbitos concretos, mientras nos damos cuenta de que nuestras estrategias de afrontamiento de la ansiedad consolidadas durante años están condenadas al fracaso.

La aceptación de las reacciones emocionales aversivas llevan a una mayor tolerancia de éstas y un mayor deseo de comprometerse a superar otros estímulos aversivos. Esta idea cada vez encuentra más apoyo empírico, que la aceptación de la ansiedad paradójicamente puede ser la mejor estrategia para reducirla.

Es decir, se supera la ansiedad aceptándola (no confundir aceptación con resignación), asumiendo que nunca nos veremos totalmente libres de ella, aprendiendo a domarla para dejar de sentirnos ansiosos de tener ansiedad.

Aceptar la realidad

Según la ACT se acepta la realidad aprendiendo a ser conscientes de que nuestros sentimientos son sólo sentimientos subjetivos personales, nuestros pensamientos son sólo pensamientos basados en nuestras creencias, nuestros recuerdos son sólo memorias a menudo deformadas por el tiempo, etcétera.

El psicólogo italiano Walter Riso (1951) apunta que no se nos enseña a perder, aprendemos que sólo con el éxito podremos alcanzar la felicidad. Cree que esta es una educación antisabiduría, porque saber aceptar la derrota es un indicador de inteligencia, así como aceptar lo que escapa a nuestro control es señal de sabiduría.

Riso propone vivir según el aforismo inspirado en el estoicismo: dirigir la propia vida en lo que depende de uno (sentido, felicidad, autorrealización) y aceptarla tal cual es cuando no depende de uno (enfermedades, muerte, separación), intentando disminuir la cantidad de dolor que de por sí implica el mero hecho de estar vivo.

Aceptando nuestra experiencia nos volvemos más conscientes de nuestros sentimientos y actitudes, y también percibimos más claramente la realidad externa al privarla de categorías preconcebidas. Cuando aceptamos la realidad actuamos con los verdaderos elementos que la constituyen, sin rechazarlos ni evitarlos, simplemente gestionándolos lo mejor posible.

Aceptar el cambio

Los seres humanos somos complejos, y nuestros pensamientos, emociones y acciones cambian mientras evolucionamos. Los neurobiólogos detectan cómo cambia nuestro cerebro con cada nueva experiencia y cada nuevo conocimiento adquirido. Pero también somos animales de hábitos, por lo que es aconsejable aceptar que el cambio (buscado o impuesto por la realidad) será incómodo, que nos puede doler al principio.

Las células de nuestro cuerpo se renuevan constantemente y en nueve años todas han cambiado, tenemos un nuevo cuerpo. También cambia nuestra forma de pensar con cada nueva información, nuestra sensibilidad hacia las cosas, nuestras actitudes. La memoria humana no se parece a un disco duro de un ordenador, cambia al tiempo que nosotros crecemos intelectualmente a lo largo de la vida para que encaje en nuestras creencias actuales, y cuanto más tiempo transcurre más transformamos nuestros recuerdos.

A lo largo del tiempo cambian las ideas y sensibilidades sociales, al igual que la ciencia avanza sobre el trabajo hecho durante siglos desarrollando y descartando ideas, incluso la historia se revisa a menudo. Siempre podemos cambiar nuestros hábitos mentales por otros que nos permitan sentir el mundo de forma diferente.

A pesar de que la personalidad tiende a ser relativamente estable, cambia a lo largo de la vida con la experiencia, y especialmente el carácter que, al formarse mediante hábitos de comportamiento adquiridos a lo largo de la vida, es modificable. La interacción de los genes y el ambiente es el que determina la conducta.

La neuroplasticidad dice que el cerebro cambia mediante dos contribuciones:

1.- mediante las experiencias vividas en nuestro entorno vital

2.- mediante la actividad mental que va desde la reestructuración cognitiva a la meditación.

Aceptar la verdad objetiva de que todo cambia con el tiempo implica que nuestro verdadero yo es un proceso en constante transformación, es un fluir de experiencias que enriquecen nuestra percepción del mundo. Entonces nuestra identidad no es estática, no se puede etiquetar, sólo estando receptivos al momento presente podemos experimentar lo que somos.

Aceptándome a mí mismo

Puedo empezar a aceptarme reconociendo que mis actos son independientes de mi identidad como persona, puesto que hago miles de cosas: beneficiosas para mí y mi entorno familiar y de amistades, negativas para mi bienestar y felicidad y para otras personas, y muchas cosas rutinarias e intrascendentes. Entonces ya no tendría que invertir tanta energía en mí mismo y en mis pensamientos recurrentes sobre las equivocaciones del pasado, y podría dedicarme a mejorar mis relaciones sociales, superar mis complejos y empezar a vivir de forma eficiente.

Es decir, puedo aceptarme como persona pero no conformarme con mis deficiencias e inseguridades, puesto que siempre se puede aprender a mejorar cualquier aspecto de la vida, siempre se puede evolucionar hacia un ideal de vida.

La aceptación es la clave para superar el pasado y ocuparse del presente. Si me acepto a mí mismo llega el perdón de mis errores del pasado. Si acepto a los demás podré tener unas relaciones sanas y satisfactorias con las personas sin idealizarlas ni rebajarlas. Y si vivo en el mundo real en vez de en mi imaginación, si hago cosas y actúo ante lo que me pide la vida a cada instante, veré que tengo cualidades que antes me eran invisibles, con lo que aumentará mi autoestima y desarrollaré un sentido de identidad verdadero.

Entonces podré abandonar mi imagen de “defectuoso”, sabré que todos somos únicos e irrepetibles pero a la vez compartimos el 99,9% de lo que somos y tenemos las mismas necesidades básicas, más allá de las diferencias superficiales.

La autoaceptación implica una profunda aprobación de nosotros mismos, supone volver a sentirnos como realmente somos sin pretender cambiar nuestra experiencia. Es el afecto hacia uno mismo en su totalidad, que incluye la aceptación de nuestras propias capacidades y limitaciones, lo que fomenta nuestro potencial para diferenciar entre lo que podemos cambiar y lo que no.

Señor, concédeme la serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,

el valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar,

y la sabiduría para reconocer la diferencia.

“Plegaria de la serenidad”, atribuida a Reinhold Niebuhr (1892-1971)

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Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro Blog)

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