¿Cuántas veces nos hemos encontrado con nosotros mismos dando como verdadero un pensamiento solo por el hecho de pensarlo? ¿Cuánto tiempo hemos perdido intentando descubrir si algo que pensamos es verdadero o no? ¿Y si nos preocupamos solo de su utilidad y no de su veracidad? Vamos a ver cuál es la diferencia entre pensamientos verdaderos y pensamientos útiles y cómo puede ayudarnos.
Nuestros pensamientos
Veamos un ejemplo, Mario es abogado para una empresa internacional y esta mañana, al despertar, le han venido a su mente una serie de pensamientos relacionados con su presente profesional y su situación personal:“No creo que hoy en el trabajo consiga alcanzar los objetivos que me han marcado”
“En este trabajo hay gente a la que no le gusto”
“Seguro que varios clientes deben estar insatisfechos”
“Al final nunca consigo lo que quiero, soy un débil, no sirvo, no soy suficientemente bueno”
Ante estos pensamientos suelen existir tres alternativas:
La primera es que Mario los asuma como verdaderos.
La segunda opción es que pueden ser el comienzo de pensamientos aún más perturbadores, como por ejemplo “este trabajo no es para mí, no hago nada bien, nada tienen sentido”.
Finalmente puede simplemente enredarse en reflexiones cuyo objetivo sea la búsqueda de la veracidad del pensamiento.
En los tres casos, ha entendido los pensamientos como verdaderos, se los ha creído. Si son el comienzo de pensamientos aún peores es porque ha entendido los primeros como verdaderos. Si lo que hace es hacer una reflexión sobre la veracidad de los mismos les está dando una entidad de verdaderos, ya que en estos casos lo que siempre intentamos es buscar evidencias para desmentirlos, por lo tanto, los entendemos verdaderos de entrada.
¿Cúando es verdadero y cuándo es útil?
Hasta aquí Mario no ha conseguido nada, su mente le ha arrastrado a un debate infructuoso. Lo que sí notará es que su ánimo se está viendo afectado y cada vez está más cansado de un ejercicio mental de reflexión continua que no le deja disfrutar, no le permite estar tranquilo y, no le facilita un estado de concentración y motivación para afrontar los retos del día. ¡Qué gasto inútil de energía!La actitud más pragmática es preguntarse: “¿es útil este pensamiento? ¿me ayuda a emprender acciones para construir la vida que quiero?”.
Para ello, Mario tiene que definir la vida que quiere. En este caso, tendría que concretar qué profesional quiere ser. Imaginemos que Mario nos dice que quiere ser un abogado comprometido, responsable y que siempre esté dispuesto a aprender y mejorar día a día. Para conseguir ser ese abogado debería llevar a cabo una serie de acciones concretas:
Ser comprometido es mostrarse cercano, empático y con una alta escucha activa con sus clientes.
Ser responsable es estar muy concentrado, poner toda su energía en las tareas del día a día, dejar en todo lo que hace una seña de calidad y buen hacer.
Estar dispuesto a aprender es llevar a cabo un análisis de nuestras acciones, ver las posibilidades de mejora y trabajar de manera constructiva para alcanzarlas.
Volviendo a los pensamientos de Mario, ¿son útiles para alcanzar el profesional en el que se quiere convertir? ¿Son útiles para llevar a cabo las acciones concretas para alcanzarlo? La respuesta es no, no son útiles. No solo porque no le acercan a sus objetivos, sino porque le alejan; no hacen más que culpabilizar, denigrar o desmoralizar, le hacen sentir mal y no le alientan a convertirse en un mejor abogado. No le dicen cómo mejorar la situación, solo le menosprecian, no le inspiran. Si de verdad está cometiendo errores despreciarse no le sirve para nada, lo que necesita es actuar.
Las preguntas adecuadas para mis pensamientos
Como alternativa volvamos al despertar de Mario, hoy ha podido pensar: “no creo que hoy en el trabajo consiga alcanzar los objetivos que me han marcado”, “en este trabajo hay gente a la que no le gusto”, “seguro que varios clientes deben estar insatisfechos”. Lo más útil es que se plantee una de las siguientes preguntas:¿Es útil pensar esto en algún sentido?
¿Esto lo pienso muchas veces? ¿Lo he pensado en otras ocasiones? En otras ocasiones, ¿me ha sido útil?
¿Me ayuda a llevar a cabo las acciones que me ayudan a ser el profesional que quiero ser?
Si me lo creo, ¿qué me aporta?
En general, es muy interesante saber si nuestros pensamientos son útiles o no, para saberlo puedes hacerte las siguientes preguntas, si en alguna de ellas tu respuesta es un sí, ese pensamiento está siendo útil para ti.
¿Me ayuda a acercarme al tipo de persona que quiero ser?
¿Me conecta con aquello que valoro y que es importante para mí?
¿Es un pensamiento que me ayuda de una manera efectiva?
A largo plazo, ¿me ayuda a construir una vida rica y llena de sentido?
En la mayoría de casos que vemos en terapia, estas reflexiones son muy complicadas de realizar; no son innatas, sino que debemos trabajarlas y esforzarnos en mejorar nuestra bienestar a través de ellas. Cuando esta situación se desborda y no sabemos el por qué, siempre acudir a tu profesional de la salud mental para ordenar y recolocar este tipo de pensamientos es la mejor opción.