¡Buenos días! Acabamos de entrar en el otoño y, aunque ahora mismo estamos pasando por el “veranillo de San Miguel”, sabemos que el tiempo fresco es inminente. Dejamos atrás de una vez por todas el calor y es hora de guardar los bañadores, toallas y pantalones cortos. Con la vuelta al cole de los peques, la rutina finalmente se ha vuelto a instalar en nuestras vidas y es cuando notamos los estragos del verano. Con la vuelta a casa, nos subimos a la báscula y... ¡maldición! No nos gusta el número que nos muestra.
Es entonces cuando pensamos en limitar la alimentación, empezar una dieta de adelgazamiento y comenzar a hacer ejercicio físico. Todo ello con el objetivo de alcanzar un peso específico, un número que aparezca en la báscula. Y es aquí donde quiero hacer un alto.
Debido a los cánones de belleza que nos inculca, sobre todo, la sociedad desde que básicamente somos jóvenes, tendemos a hacernos una idea propia de cuál es el peso ideal y por tanto, el número que queremos que nos muestre la báscula. Pero, ¿realmente ese número que nos imaginamos es nuestro peso ideal? ¿Es un objetivo viable? Cabe destacar que ningún ser humano es igual que los demás y por lo tanto, no es factible que todos pesemos exactamente lo mismo o que mi peso ideal sea igual que el de mi vecino. Aunque yo pese más que mi vecino, mi peso puede ser igual de saludable (o no) que el suyo para mi propia situación personal, es decir, estilo de vida, altura, sexo, estado físico, etc.
Ahora quiero haceros pensar un poco, ¿realmente sabemos interpretar el peso cuando nos subimos a la báscula? Reflexionar un momento antes de seguir leyendo. Seguro que la mayoría de vosotros interpreta este dato, basándose en su propia percepción, como decía antes, para determinar si estamos más o menos delgados. Siento decir que es un error. Ese peso lo denominamos erróneamente; realmente ese número nos indica el peso corporal total. ¿Qué significa esto?
El peso corporal total no es más que la suma de pesos de todo lo que compone y forma nuestro cuerpo. Es decir, engloba el esqueleto, los músculos, los tendones y ligamentos, los órganos, todo el líquido intra y extracelular, la grasa, etc. Por esta razón, el peso no es un dato fiable. De hecho, vosotros mismos creo que sois conscientes. Si un día nos pesáramos varias veces (cosa que no recomiendo en absoluto, lo mejor es pesarse una vez en semana o ni eso...), veríamos cómo nuestro peso sube y baja sin ton ni son. ¿A qué se debe? No se debe a que de una hora a otra hayamos engordado, sino que puede deberse a que estamos más o menos deshidratados (recordar que nuestro cuerpo se compone en más del 70% de agua), que hayamos comido o no, que hayamos ido o no al baño, que hayamos realizado o no alguna actividad física, y un largo etc.
Los nutricionistas y profesionales de la salud, lo que realmente utilizamos para estimar la situación fisiológica en la que se encuentra quien acude a nosotros, es el famoso IMCo Índice de Masa Corporal, y aún así este dato también debemos valorarlo con cuidado, ya que no hace diferenciación entre los distintos componentes corporales. Este índice, como ya os contamos en este post, simplemente nos indica si estamos dentro de un rango de peso que se establece como saludable, haciendo una relación entre el peso y la altura. Así vemos, que dentro de una misma persona puede variar su peso, evidentemente midiendo lo mismo, hasta en 15 kg aproximadamente y seguir estando en normopeso.
Os preguntaréis, vale bien, reconozco que todo esto es cierto, pero entonces ¿cómo puedo determinar cuál es mi peso ideal? No existe un peso ideal, existen unas condiciones adecuadas y saludables. Se debe determinar el porcentaje de grasa corporal y la presencia de músculo. Pero ojo, la grasa en el organismo es necesaria, es imprescindible ya que sirve de aislamiento para el cuerpo, protege los órganos vitales (como el cerebro), participa en muchas de las reacciones metabólicas y hormonales, entre otras muchas funciones.
Lo que es perjudicial, y nos aleja de eso que conocemos como “peso ideal” es el exceso de grasa, aunque un porcentaje bajo es igual o más perjudicial aún. Según la SEEDO, los hombres sanos deben de tener entre un 15% y un 25%, en función de la edad, y las mujeres entre un 18-30%. Este porcentaje se puede medir de diversas formas, ya sea mediante medidas antropomórficas tomando los pliegues cutáneos, como a través de una máquina de bioimpedancia. De ambas formas, somos los especialistas quienes lo medimos, pero a nivel “casero” se puede medir de otras maneras.
La grasa ocupa más volumen que el músculo(salvo excepciones de culturismo y de querer marcar músculo, ese es otro tema); por lo tanto, si nos medimos con una cinta métrica la cadera, la cintura, el pecho, etc. y hemos empezado con una rutina de entrenamiento, podremos ir midiendo los progresos, aunque ya sólo con la ropa lo notaremos.
Por otra parte, el músculo pesa más que la grasa, y esto lo digo porque es frecuente la situación de querer adelgazar, empezar a comer saludablemente y a realizar ejercicio pero no obtener resultados en la báscula.
Como resumen, con todo esto quiero decir que la báscula no es nuestra enemiga, al contrario, es nuestra aliada. Utilizándola como un valor más, junto con la medición del volumen, y marcándonos una meta, puede ayudarnos a alcanzar nuestro objetivo, pero no os desaniméis si el número que deseáis ver no llega, mientras hayáis conseguido unos hábitos de vida saludable, el resto llega sólo.
Espero que tras este post no os volváis a obsesionar con lo que aparece en vuestra báscula y en cambio, seáis objetivos (aunque pueda ser complicado) pensando en vuestra salud. ¡Hasta el próximo post!
Realizado por Cristina Vallespín Escalada