Una de las especialistas en esta práctica deportiva era la rusa Natalia Molchanova, considerada la reina de la apnea por tener el récord en profundidad tanto en la categoría femenina sin aletas (71 metros) como en la femenina con aletas (101 metros) y que desapareció desafortunadamente el pasado 2 de agosto en aguas de la isla Formentera. Esto es una prueba más de que la apnea no es cualquier tontería fútil y debemos saber que la inmersión no pasa desapercibida para nuestro organismo. De hecho, a más de 120 metros de profundidad, marca que superó Alexey Molchanov al registrar un nuevo récord en la modalidad masculina con aletas (128 metros), tienen lugar apreciables cambios en nuestro cuerpo:
-El diafragma se contrae involuntariamente, intentando respirar y ayudando a bombear sangre al cerebro.
-Se reduce la frecuencia cardíaca hasta los 12-15 latidos por minuto para ralentizar las funciones corporales y consumir menos oxígeno.
-Las arterias de las piernas se ocluyen.
-El bazo se comprime y libera unos 600 ml de sangre oxigenada.
-Los pulmones se comprimen hasta 5 veces.
-La presión arterial se eleva.
-La saturación de la sangre desciende a la mitad.
Además, se ha comprobado que los buzos con destreza para aguantar muchos minutos sin respirar presentan, después de las inmersiones, altos niveles transitorios de la proteína S100B, que es una proteína dimérica moduladora del calcio que se encuentra principalmente en la astroglía y en las células de Schwann. Esta proteína es secretada por los astrocitos como una citoquina, actúa fuera de la célula con un efecto neurotrófico y gliotrófico e interviene también en la regeneración, proliferación y maduración de las células gliales y en la formación de sinapsis. El problema es que en altas concentraciones de la proteína S100B podrían provocar la muerte neuronal y dañar el cerebro a largo plazo. Una suspensión breve no tiene mucha importancia, pero exposiciones prolongadas y repetitivas a situaciones de hipoxia severa (bajo suministro de oxígeno) podrían tener efectos neurológicos negativos con el paso del tiempo y podrían alterar la barrera hematoencefálica, que es una estructura formada por células endoteliales del sistema nervioso central y comprendida por tres barreras sucesivas que son el endotelio del capilar sanguíneo, la lámina basal y la membrana limitante glial, las cuales constituyen en conjunto un fino límite para los intercambios entre la sangre y el propio sistema central y también una protección del cerebro frente a las infecciones y el acceso de sustancias tóxicas endógenas y exógenas.
En cuanto al límite de tiempo que podemos estar sumergidos, la realidad es que una persona normal no es capaz de aguantar más de unos minutos sin respirar, ya que si el cerebro está más de 4 minutos sin recibir un aporte de oxígeno empieza a fallar y la acumulación de dióxido de carbono empieza a acidificar la sangre y a provocar ardores en los pulmones y espasmos dolorosos en el diafragma y en los músculos intercostales. Durante la inmersión, el organismo activa el sistema nervioso simpático, contrae los vasos sanguíneos periféricos y redirecciona la sangre desde las extremidades hacia las zonas vitales, es decir, al cerebro y al corazón, que reciben la mayor parte del suministro de oxígeno, especialmente en los buzos o apneístas experimentados. En realidad, el límite de tiempo que podemos aguantar debajo del agua no depende de otra cosa que de la mínima cantidad de oxígeno con la que nuestro cuerpo puede subsistir y el máximo volumen de dióxido de carbono que es capaz de soportar, que varían según la tasa metabólica. Estas capacidades en el ser humano difieren mucho evidentemente de las que poseen los mamíferos marinos, que toleran mucho mejor el dióxido de carbono y poseen un tejido muscular rico en mioglobina, que permite retener oxígeno y liberarlo mientras se encuentran sumergidos.
Aunque es imposible que nuestros cuerpos puedan tener semejantes adaptaciones a las de estos animales, sí es cierto que con entrenamiento y concentración mental los apneístas estáticos pueden aguantar mucho más tiempo bajo el agua, hasta 24 minutos y 3 segundos tal y como consiguió el barcelonés Aleix Segura, quien hasta ahora posee con esa marca el récord mundial en dicha disciplina con hiperventilación e inspiración previa de oxígeno. Esta técnica consiste en liberar del cuerpo el dióxido de carbono e inspirar únicamente oxígeno en la mayor cantidad posible durante los minutos previos, para posteriormente emplear los músculos bucales y faríngeos y la glotis para cerrar la garganta y llevar el aire poco a poco hacia los pulmones, aumentando así la capacidad pulmonar.
En definitiva, la apnea puede tener un impacto positivo en la optimización del uso del oxígeno. No obstante, estas técnicas tienen sus riesgos y desafiar los límites humanos puede suponer pérdidas de conciencia, desmayos o incluso la muerte. Por tanto, siempre que queramos desafiar a nuestro cuerpo de esta manera, debemos tener mucho cuidado y estar siempre acompañados. Recuerda que la apnea no es un simple juego y que estos récords que hemos mencionado no se consiguen por arte de magia ni de un día para otro, sino que detrás hay mucho tiempo de cuidadoso entrenamiento.