Me atrevo a decir que no hay mayor avance de la medicina que esté siendo tan injustamente tratado como las vacunas. Los bulos entorno a ellas se siguen difundiendo y, a falta de sentido crítico en la población que permita indagar y diferenciar una evidencia científica de una mera habladuría sin una base que la respalde, algunos países como Australia ya se han visto obligados a tomar medidas como multar con 18 euros cada 15 días a los padres que no vacunen a sus hijos, puesto que esos niños no vacunados suponen un riesgo de Salud Pública.
Hay creencias erróneas como el terraplanismo que no hacen daño a nadie, pero otras como todos esos hipotéticos aspectos negativos de las vacunas que desafortunadamente están circulando por ahí y que increíblemente están convenciendo a muchas personas sí nos afectan a todos. De hecho, el crecimiento del movimiento antivacunas es el causante también de que las personas más vulnerables se infecten. Recordemos que el fin último de las vacunas no es la inmunidad individual, sino la inmunidad de grupo, ya que la única forma de proteger frente a una enfermedad a los individuos alérgicos que no puedan ser vacunados o que no respondan a la vacuna consiste en una buena inmunización en las personas de su entorno.
Siempre debemos vacunarnos, incluso en el caso de que una enfermedad evitable por vacunación se haya eliminado virtualmente en nuestro país, ya que siempre existe la posibilidad de que un viajero procedente de un país en el que dicha enfermedad es endémica nos la transmita y se produzca una rápida propagación en nuestro país.
Uno de los mayores causantes de esa creciente reticencia a la vacunación es el bulo que afirma que las vacunas ocasionan numerosos efectos perjudiciales, enfermedades e incluso la muerte. Lejos de ser una afirmación repleta de rigurosidad científica, nos encontramos más bien ante una hipérbole. Si somos rigurosos, vemos que las ventajas de la vacunación superan notablemente los posibles efectos secundarios negativos, los cuales son leves en su mayoría. Aquellos que pudieran ser más graves como las defunciones son muy infrecuentes y tampoco se ha demostrado que se deban a la propia vacuna, sino a un programa erróneo de vacunación en muchas ocasiones. También cabe destacar que otras muchas defunciones que a veces se atribuyen a las vacunas con el fin de desprestigiarlas, se hubieran producido también en caso de no haberse administrado.
En la comunidad científica, no cabe ni la menor duda de que las vacunas disminuyen las afecciones y defunciones, es un hecho totalmente contrastado. Si queremos remontarnos en el tiempo para comprobar qué ha sucedido cuando se ha dejado de administrar una vacuna, nos encontramos por ejemplo con el aumento significativo de la incidencia de tos ferina en Gran Bretaña cuando se dejó de administrar la vacuna correspondiente. Desgraciadamente, ya tampoco es necesario ir años atrás para apreciar la repercusión del movimiento antivacunas, ya que este ya ha adquirido una magnitud más grande de la que nos gustaría. Los datos estadísticos nos dicen que en la Unión Europea se han notificado más de 19.000 casos de sarampión entre 2016 y 2017 y que el 86% de ellos no habían sido vacunados. No obstante, no todo son malas noticias, ya que en España concretamente existe una gran inmunidad de grupo gracias al éxito de campañas de la vacunación triple vírica. De hecho, la tasa de cobertura para sarampión en España es alta en comparación con la mayoría de países europeos, ya que en España la cobertura es del 95-99%, mientras que en otros países como Reino Unido o Alemania la cobertura es del 85-94% y en Italia y Francia es aún menor.
No obstante, probablemente el bulo más grande que existe con respecto a las vacunas es esa correlación positiva absolutamente errónea con los trastornos del espectro autista. En cuanto a esto, me gustaría reiterar que no existe ninguna evidencia científica de que las vacunas causen autismo. Una vez dicho esto, os preguntaréis entonces dónde nació este bulo. Pues bien, el origen de este bulo data del año 1998, al publicarse un artículo en la prestigiosa revista científica The Lancet en el que se establecía una supuesta relación entre la vacuna triple vírica y la aparición de autismo. Por suerte, seis años después, dicho artículo quedó desmentido, The Lancet lo retiró y se retractó diciendo que todos los datos eran completamente falsos. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: mucha gente había escuchado esa bomba lanzada en el año 1998 y nunca llegó a sus oídos la rectificación posterior, por lo que actualmente hay muchas personas desinformadas que defienden y difunden algo que carece completamente de evidencia científica en la actualidad.
Por si todo esto fuera poco, hay gente que defiende que las enfermedades ya habían comenzado a desaparecer antes de la introducción de las vacunas. Sin embargo, si bien es cierto que la mejora de las condiciones higiénico-sanitarias supuso una disminución de la incidencia de muchas enfermedades, la reducción en los últimos años de algunos agentes patógenos como Haemophilus influenzae tipo b no se puede atribuir a esa mejora (puesto que las condiciones higiénico-sanitarias son similares desde 1990), sino a la vacunación sistémica.
También se escucha a veces que “la mayoría de las personas que enferman han sido vacunadas”. Si nos paramos a pensar y analizamos la frase, lo que hay detrás de esta afirmación es una gran manipulación de los datos estadísticos. Pongamos como ejemplo que, de un grupo de 1000 personas que no han sufrido sarampión, 995 han sido vacunadas y 7 de ellas enferman, mientras que de las 5 personas restantes que no han sido vacunadas, las 5 enferman. Por lo tanto, es cierto que la mayoría de las personas que enferman han sido vacunadas (7/12), pero es un punto de vista inadecuado, ya que no estamos teniendo en cuenta que enfermaron el 100% de los no vacunados y menos del 1% de los vacunados. Es increíble cómo nos pueden engañar si no tenemos un poco de sentido crítico, ¿no? ¡Hay que tener siempre los ojos bien abiertos! ¡Las vacunas salvan vidas!