La alergia primaveral o mal llamada fiebre del heno fue bautizada con este nombre por John Bostock en 1819. Este médico padecía todos los síntomas de esta enfermedad durante los meses de primavera y los asoció a las emanaciones del pasto seco del ganado. Pero fue unos años más tarde, en 1873, cuando Charles H. Blackley publicó la verdadera causa de dichos síntomas: los pólenes de plantas que se encontraban flotando en el ambiente.
Pero no sólo de pan vive el hombre: además de los pólenes típicos de la época primaveral, existen multitud de alérgenos capaces de provocar los molestos síntomas de la alergia: ácaros del polvo, epitelio de animales, hongos…..
¿Y por qué se produce la alergia?
El responsable de todos nuestros síntomas es el sistema inmunitario, que es el que se encarga de defender nuestro organismo de agentes perjudiciales y dañinos. Sin sistema inmunitario, la vida sería imposible, ya que cada día nuestro cuerpo se enfrenta multitud de agresiones de las cuales no nos damos por enterados gracias a que dicho sistema funciona.
Pero, ¿qué ocurre cuando funciona mal? Es decir, cuando reconoce como graves algunas agresiones que no son tales. El sistema inmunitario reacciona de forma exagerada a una sustancia que no es perjudicial para la mayoría de los sujetos, pero él la reconoce como una agresión y provoca síntomas de alergia.
Se ha postulado como hipótesis para explicar el fenómeno de aumento de las alergias en los últimos tiempos la teoría de la higiene: el exceso de limpieza y la no exposición a bacterias o parásitos porque vivimos en ambientes super limpios hacen que el sistema inmune ” se equivoque” y tome como enemigos sustancias que no deberían serlo, como los pólenes o los ácaros.
Pero dejando aparte esta teoría también es cierto que el crecimiento de las alergias se puede achacar al aumento de la contaminación, el tabaquismo, el sedentarismo y los malos hábitos alimenticios.
No hay que olvidar tampoco que la alergia tiene además un componente genético: si uno de los progenitores es alérgico, las probabilidades de desarrollar una alergia se multiplican. Eso sí, no se nace alérgico, sino que la alergia se desarrolla con los años si existe la predisposición y se dan las condiciones de contacto con el alérgeno.
Asímismo, el cambio de costumbres y el aumento de las mascotas conviviendo en los hogares, han propiciado que se produzca un incremento en las alergias a este tipo de animales debido a la sensibilización.
Aunque los síntomas más comunes en una reacción de tipo alérgico a pólenes o epitelio de mascotan son oculares (lagrimeo, enrojecimiento), nasales (rinitis, moqueo, estornudos), o pulmonares (tos, asma), no hay que olvidar qeu existen multitud de alérgenos y que se pueden desarrollar también alergias por contacto o alergias alimentarias.
No obstante, de lo que nos vamos a ocupar en esta entrada es de dar unas pautas para disminuir en lo posible la sintomatología debida a la alergia estacional a pólenes o bien a epitelios de mascotas o ácaros del polvo.
Todos ellos tienen en común la vía de penetración en el organismo: respiratoria a la vez que ocular. Por ello, nuestros esfuerzos se centrarán en evitar en la medida de lo posible que los alérgenos entren en contacto con las mucosas oculares y respiratorias, ya que ello desencadenaría la liberación de histamina por las células del sistema inmunitarios y que es la sustancia responsable del conjunto de síntomas que caracterizan a la alergia.
Lo primero que deberíamos saber es a qué tipo de alérgeno nos enfrentamos. Para ello existen pruebas cutáneas muy sencillas de hacer y que nuestro alergólogo nos puede prescribir.
Una vez sepamos a qué somos alérgicos, podemos consultar en la página www.polenes.com las concentraciones diarias de pólenes en la zona en la que residimos.
Aun si no conocemos qué tipo de pólenes o alérgenos son los que provocan nuestros síntomas, las recomendaciones se pueden seguir igualmente ya que evitarán que tengamos un contacto excesivo con los posibles alergenos.
En el caso de alergias a pólenes, se recomienda no salir al campo los días en que las concentraciones de pólenes sean elevadas, y si lo hacemos, protegernos con gafas de sol y mascarillas.
Si estamos en casa hay que procurar no tener las ventanas abiertas sobre todo a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde, ya que es en esos períodos cuando la concentración de pólenes es más elevada.
Asimismo, cuando viajemos en coche, las ventanillas deben permanecer subidas.
Si hemos hecho una excursión por el campo o simplemente hemos ido al trabajo, es recomendable ducharse al llegar a casa y no permanecer con la misma ropa con la que hemos estado en el exterior, ya que puede contener pólenes adheridos.
Existen filtros antipolen que se pueden instalar en los vehículos y purificadores de aire para los hogares que ayudarán a manterner el ambiente limpio.
No se debe trabajar en el jardín los días de mucho viento o con altos niveles de polen.
Si es inevitable que por nuestro trabajo o por nuestra actividad tengamos que estar en contactos con los pólenes o los alérgenos (como es el caso de se alérgico a nuestra mascota), es imprescindible usar una mascarilla que nos cubra nariz y boca o al menos, un filtro discreto que evite la penetración de los alérgenos por las fosas nasales, como los filtros Nosk.
Son cómodos de usar y aunque la protección que ofrecen no es tan grande como al usar una mascarilla, son adecuados cuando el uso de ésta es incómodo o inadecuado (como en el trabajo).
Si a pesar de todas las precauciones sigues teniendo síntomas, los medicamentos de elección son los antihistamínicos (recordemos que la histamina es la sustancia que desencadena la sintomatología), siempre prescritos por el médico, aunque existen distintas marcas de venta sin receta.
Recuerda también que existe la posibilidad de vacunación frente a los alérgenos que provocan los síntomas. En este caso es el alergólogo el que pautará el tratamiento, que tendrá una duración entre 3 y 5 años.
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