Cuando somos niños parecemos estar hechos de una substancia eternamente elástica. Somos capaces de estirarnos a nuestro antojo sin experimentar la más mínima incomodidad. Sin embargo, según vamos convirtiéndonos en adultos, podría parecer que nuestros músculos y articulaciones van cubriéndose de un cemento que imposibilita que nos movamos de la manera en la que lo hacíamos cuando éramos niños.
No obstante, por muy habitual que esto sea, no entra dentro de lo natural. Está disminución de nuestra capacidad innata para la flexibilidad, es fruto de nuestros hábitos de vida. No sería difícil conservar la flexibilidad a través de los años si no perdiéramos ciertas condiciones físicas y psicológicas que teníamos cuando eramos niños.
Es importante seguir siendo niños
Por mucho que nuestro cuerpo crezca y aparezcan los atributos de una persona adulta, el niño que un día fuimos sigue viviendo en nuestro interior. Este niño o niña estaría encantado de poder continuar con sus juegos durante toda la vida. Sería feliz continuando con su incansable curiosidad por vivir.
Sin embargo, toda persona, al ir creciendo, abandona a ese niño y comienza a representar el papel de adulto serio y responsable. Pero yo me pregunto: ¿no serían compatibles la responsabilidad con un mínimo de alegría de vivir? Convertirse en adulto no tiene porque pasar, necesariamente, por dejar de disfrutar de la vida y del cuerpo que tenemos para vivirla.
Si conserváramos el contacto con nuestro niño interior, seguiríamos saltando, corriendo, jugando y trepando, y esto haría que no perdiéramos nuestra flexibilidad corporal y, consecuentemente, nuestra flexibilidad emocional y mental.
Cómo flexibilizar nuestro cuerpo
Además de no perder el contacto con ese niño que vive en nuestro interior, es necesario tener en cuenta que, además de hacer ejercicio físico de manera regular, nuestro cuerpo necesita llevar a cabo estiramientos que potencien nuestra flexibilidad.Con el paso de los años nuestras fibras pierden colágeno y se vuelven más rígidas. Así mismo, la tendencia a la vida sedentaria influye en que disminuya la movilidad de nuestras articulaciones. Las mujeres, de manera general, suelen ser más flexibles que los hombres, aunque al ir pasando los años la pérdida de elasticidad es la misma en hombres que en mujeres.
Nuestros músculos y tendones agradecerán que hagamos estiramientos tanto antes como después de realizar ejercicio. De esta manera, conseguiremos que la calidad de nuestro movimiento mejore y nos servirá como prevención de futuras lesiones.
El hecho de realizar estiramientos de manera habitual nos asegura un mayor aporte de flujo sanguíneo a nuestros tejidos. Esto ayudará a una mejor predisposición para la elongación. Así mismo, una alimentación adecuada conseguirá mejorar la flexibilidad muscular.
Tipos de flexibilidad
– Flexibilidad estática: se practica cuando una persona, por sí misma, realiza estiramiento de músculos y tendones sin movimiento, de manera fija. Cada elongación durará por lo menos 20 segundos.
– Flexibilidad dinámica: son ejercicios en movimiento, que se realizan a base de repeticiones y se van incrementando en fuerza e intensidad. También se denomina flexibilidad activa.
– Flexibilidad pasiva o asistida: este tipo es utilizado en personas que se están recuperando de una cirugía o de una parálisis. En este caso una máquina o una persona imprimen la fuerza desde fuera.
Ejercicios flexibilidad
1. Para las lumbares: túmbate boca arriba. Estira una pierna y encoge la otra abrazando tu rodilla. Tira de la pierna encogida hacia el pecho. La pierna estirada permanecerá en el suelo. Cambia la pierna.
2. Haciendo el puente: tumbado boca arriba con las rodillas dobladas, levanta la pelvis y el pecho hacia los hombros. Deberás apoyar los hombros en el suelo, y tener los brazos estirados y apoyados en el suelo. Mirada hacia el techo.
3. Torsión espalda: siéntate en el suelo. La pierna derecha estará estirada y la izquierda doblada pasando por encima de la derecha. El brazo izquierdo lo colocarás por encima de la rodilla flexionada, presionando con el codo para hacer la torsión de la espalda. Trata de sentir el estiramiento. Ahora cambia hacia el otro lado.
4. Abductores: siéntate en el suelo. Abre y estira las piernas todo lo que puedas. Inclina el tronco hacia adelante procurando no doblar las rodillas. Después, estira los brazos e intenta bajar un poco más. No se trata de dar golpecitos tipo muelle al bajar. Baja y aguanta ahí, eso es todo.
5. Cadera y muslos: túmbate boca abajo. Dobla una pierna y agarra el pie con la mano del mismo lado. Se trata de tirar de la pierna todo lo que puedas sin que el muslo deje de tocar el suelo. Después cambia a la otra pierna.
6. Bajando del sofá: estás de pie. Adelantas una pierna como en las zancadas normales, la rodilla estará en 90 grados y la otra pierna estirada hacia atrás pero apoyada en el sofá o en una silla baja. Te adelanto que es una posición difícil de mantener. Al principio quizá necesites agarrarte un poco. Aguanta lo que puedas y cambia de pierna.
Alimentación sana, ejercicio y alegría
Si practicas estos ejercicios cada día, podrás darte cuenta de que tu flexibilidad aumentará significativamente. No obstante, necesitarás también poner atención a tu alimentación. Una dieta sana y rica en proteínas es otra manera de contribuir a que tu cuerpo pueda seguir siendo flexible.
Si, además de todo esto, abandonas el sedentarismo y comienzas a tener una vida más activa, la diferencia será mucho más notable. Intenta moverte, encuentra algo que te guste y disfruta practicándolo. Da igual lo que sea, caminar, bailar, montar en bicicleta, hacer senderismo, etc.
Y sobre todo, recuerda que la flexibilidad mental y la flexibilidad corporal caminan de la mano. Deja que el niño que vive en ti dirija tu vida. Proponte disfrutar de la vida y no desperdiciar ni un segundo de ella con preocupaciones y rigideces mentales propias de un adulto demasiado serio.
¡Sonríe a la vida!
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