Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa o Pablo Neruda tenían o tienen alguna que otra manía a la hora de ponerse a escribir y más de una es realmente curiosa?así circulan por diversas páginas de Internet.
Thomas Mann, escritor alemán de obras tan conocidas como La montaña mágica, era tan obsesivo con los personajes que creaba para sus novelas que incluso se imaginaba cómo podría ser su firma.
El recién fallecido escritor colombiano, Gabriel García Márquez necesitaba estar en una habitación a una temperatura determinada y en su mesa siempre tenía que tener una flor amarilla, de lo contrario no se sentaba a escribir. Además siempre que se ponía a escribir lo hacía descalzo y podría tirarse meses sin escribir nada porque solo lo hacía cuando estaba absolutamente inspirado. Se le consideraba un tanto supersticioso, ya que además de todo lo anterior, antes de que se inventara el ordenador escribía en una máquina de escribir de la misma marca para que tuviera la misma letra, usaba un papel blanco de 36 gramos y una hoja de tamaño de una carta.
De Isabel Allende se dice que tiene fetiches y comienza todas sus novelas el 8 de enero y Hemingway, también tenía otro fetiche, escribía con una pata de conejo raída en el bolsillo y dicen que escribía de pie.
John Steinbeck, conocido por su obra Las uvas de la ira trabajaba con lápiz, pero no un lápiz cualquiera, sino que tenían que ser redondos para que las aristas no se le clavaran en los dedos.
El escritor peruano, Mario Vargas Llosa, empieza a escribir a las 07:00 horas de la mañana y es un poco maniático del orden, característica visible en los libros de su biblioteca que están ordenados por diferentes motivos curiosos, como su tamaño o por países.
José Saramago sólo escribía dos folios por día, ni una palabra más ni una menos, aunque tuviese una idea creándose en su mente.
El escritor japonés Haruki Murakami, conocido por novelas como El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, sigue una estricta rutina diaria. Se levanta a las 04:00 horas de la mañana y trabaja durante seis horas. Por la tarde corre diez kilómetros o nada 1.500 metros, lee, escucha música y se va a la cama a las 21:00 horas. Sigue esa rutina sin ninguna variación.
Antonio Tabucchi sólo escribe en cuadernos escolares y Pablo Neruda sólo lo hacía con tinta verde.
Jorge Luis Borges tenía una manera peculiar de comenzar el día. Se metía en la bañera y meditaba sobre si lo que había soñado valdría para un poema o relato.
Jorge Edwards aprovecha cualquier papel que lleve encima, desde una servilleta del bar hasta un recibo de la lavandería, para tomar nota de sus ideas en los momentos más insospechados.
Isaac Asimov trabajaba ocho horas al día, siete días a la semana. No descansaba ningún festivo o fin de semana, y su horario era intocable. Cuando estaba dedicado a escribir, su media era de 35 páginas al día. No le gustaba revisar más de una vez sus escritos, porque lo consideraba una pérdida de tiempo.
En cuanto a la indumentaria utilizada mientras escribían, Alejandro Dumas vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, y sandalias para poder inspirarse y Honoré de Balzac se acostaba por la tarde y se despertaba a media noche, se vestía ropas de monje y se ponía a escribir ininterrumpidamente durante horas y horas seguidas en las que el café era su único alimento.
Lord Byron siempre llevaba trufas en el bolsillo, pues su olor le resultaba inspirativo. El compañero de preferido de Marguerite Duras era una botella de whisky, que le daba sensación de estar escribiendo en un bar, lo mismo que le ocurría a Sartre para quien ruido, tabaco y alcohol daban tranquilidad, sosiego e inspiración.
Por su parte, Dostoievsky tenía miedo a la oscuridad y sufría manía persecutoria, por lo que escribía, o dictaba sus textos, prácticamente sin dormir y andando de un lado a otro de la habitación.
El ruso Nikolái Gógol, conocido por Almas muertas, tenía auténtico pánico a la remota posibilidad de ser enterrado vivo por accidente. Tanto es así que se negaba a acostarse por si lo daban por muerto y rogó a sus allegados que esperasen a que su cuerpo presentase evidentes síntomas de descomposición para cerciorarse de que no despertaría bajo tierra, voluntad que fue respetada.
Georges Simenon, creador del célebre comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica, para encontrar el nombre de sus personajes. Pronunciaba nombres y apellidos en alto hasta que encontraba los que mejor le sonaban. Escribió 192 novelas con su nombre y una treintena más con 27 pseudónimos diferentes.
Umberto Eco, contrario a otros escritores más radicales, combina la escritura a mano con el ordenador. Uso los dos instrumentos, pero no indistintamente sino con arreglo a un estado de ánimo o una situación. Algunos asuntos requieren la lentitud de la escritura a mano. Otros, sobre todo los que se han reflexionado mucho, se prestan mejor a ser tecleados, porque hace falta, literalmente, arrojarlos de sí.
Manías que, pensándolo bien, todos podemos tener en nuestro trabajo y nuestro día a día. ¿Quién no tiene una rutina diaria, o cuando llega al trabajo se coloca de una forma determinada, o utiliza un tipo determinado de herramienta, instrumento o, como este caso, papel, o va con un atuendo específico?
Aunque no hay que negar que más de un escritor es, o era, un tanto especial a la hora de ponerse a crear obras, que en muchos de los casos han traspasado fronteras, épocas y han conseguido un éxito asombroso? ¡todo sea por un buen libro!