Según un estudio de la Universidad de Koc, en Estambul (Turquía), las emociones, tanto las positivas como las negativas, se detectan por el olfato. Parece ser que a través del sudor del prójimo podemos saber si está triste o contento y, además, contagiarnos de su estado.
Ese sentido tan olvidado, tan poco valorado. Ese que siempre pensamos que preferimos perder el primero en el caso de que nos den a elegir. Ese que resulta poco poético, básico, animal. Pues resulta que ese es el que nos da la información más oculta del ser humano, el estado de su corazón.
La vista es engañosa. Puedo ver en tu cara una sonrisa, pero estar triste por dentro. El oído es traicionero, puedo escuchar de tu boca palabras alegres y llenas de júbilo, incluso ser testigo de una sonora carcajada, pero por dentro estar sufriendo. Puedes besarme, sentir tu sabor en mi boca, pero quizá por dentro eres infeliz. Puedes acariciarme el cuello y erizar el vello de mis brazos, y en tu interior sentir resentimiento.
Pero si te tengo cerca y puedo oler tu piel, sabré si eres feliz. Tu aroma será el chivato que me ponga en guardia. Cual perro que se acerca a su amo y lo olisquea con fruición, me acercaré a ti y sabré el estado de tu alma. Si es bueno, me quedaré a tu lado como ese can leal. Si es malo, huiré hacia otro olor feliz que me contagie.
El olor corporal, que ocultamos tras desodorantes, cremas y perfumes, nos delata. El olfato, de repente, se convierte en nuestro sentido más empático.
Feliz y aromático día,
Olivia
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