En los años 20 del siglo pasado se consideraba un signo de alcurnia y buena cuna el poseer una piel blanca e inmaculada. Hoy en día, una piel bronceada se considera un signo de salud y buena forma. Es sabido que el sol posee acción terapeútica en diversas enfermedades además de ayudar a sintetizar la vitamina D, por ello es imprescindible la exposición a él, pero no hay que olvidar que una exposición prolongada en el tiempo o sin la protección solar adecuada puede ocasionar daños graves a la piel.
Las radiaciones solares que tienen efecto sobre la piel son las ultravioleta (UV), que se dividen en tres tipos según la longitud de onda: UVA, UVB Y UVC. Esta última es filtrada en su totalidad por la capa de ozono y es muy tóxica para los seres vivos.
Los UVA y UVB son filtrados parcialmente por las distintas capas de la atmosfera. La intensidad de la radiación UV será mayor cuanto más alto esté el sol en el cielo, es decir, cuando sus rayos incidan perpendicularmente sobre la tierra.
Asimismo, hay otros factores que modifican la cantidad de radiación que llega, como la hora del día, la estación del año, la latitud y la altitud geográficas, así como las nubes y la polución.
Los efectos de la radiación UV sobre la piel son acumulativos e irreversibles. Todos habréis oído aquéllo de que “la piel tiene memoria”, por lo que es de vital importancia proteger la delicada piel de los niños ya que las quemaduras y lesiones por el sol que se producen en la infancia pueden provocar un cáncer de piel en la edad adulta.
La exposición solar intensa en los primeros 10 años de vida está especialmente relacionada con el fotoenvejecimiento cutáneo y con la formación de cáncer de piel, que a día de hoy es el tipo de tumor maligno más frecuente en el mundo.
¿Y por qué hablo de fotoprotección solar en niños y no en adultos? Evidentemente todas las recomendaciones que voy a hacer en esta entrada son aplicables a adultos, pero no hay que olvidar que los niños son mucho más susceptibles a los daños de la radiación UV y que hay estudios que demuestran que de un 50 a un 80 % del daño producido por la exposición solar que un individuo recibe a lo largo de su vida se realiza en la infancia y la adolescencia.
Por tanto es recomendable disminuir en lo posible el tiempo que los niños están expuestos a la radiación solar, sobre todo en las horas centrales del día. No olvidéis que aunque los árboles y el sombreado evitan la radiación solar directa, no lo hacen con la indirecta que se refleja en el agua, la hierba, la arena o la nieve.
Así que si vamos a estar al sol es importante cubrir la mayor parte del cuerpo posible con gorros, gafas y prendas ligeras.
Es imprescindible también el uso de fotoprotectores solares, ya que siempre va a haber zonas de la piel expuestas al sol, no vamos a pretender ir a la playa tal como lo hacían en los años 20, con los bañadores de cuello alto.
Los fotoprotectores solares absorben y filtran las radiaciones UV, dispersándolas y reflejándolas evitando sus efectos nocivos sobre la piel. Es muy, muy importante aplicarlos correctamente:
-Siempre media hora antes de la exposición solar y de una forma generosa, no en una capa fina.
-Reaplicar cada 1-2 horas o cada vez que se haya hecho una activida que haya podido eliminarlo: sudar, baño prolongado… Incluso cuando es producto sea resistente al agua, si es water-resistant indica que resiste tras 40 minutos de baño y si es water-proof, tras 80 minutos).
Todos sabemos que los niños en la orilla pasan más de esos 80 minutos cubiertos de agua, así que debemos estar atentos y reaplicar el producto, siempre después de secarlos bien.
Existe una medida estandarizada para establecer el factor de protección solar (FPS). El FPS es un índice definido como el cociente del tiempo de exposición a radiación UV requerido para producir eritema en la piel protegida con el producto y sin él.
Es decir, si yo me quemo sin protección en 10 minutos, con una crema de factor 20 tardaría 200 minutos. Esto es así en la teoría, pero en la práctica conviene no confiarnos puesto que las mediciones se hacen empleando una cantidad adecuada de producto, pero como en la práctica no se suele hacer, no podemos esperar los mismos resultados.
Los fotoprotectores pueden llevar filtros químicos, físicos o una mezcla de ambos.
-Filtros químicos. Absorben la energía lumínica de las radiaciones solares y la transforman en energía térmica. Estos filtros normalmente son incolores y presentan una buena cosmeticidad (que se extienden fácilmente, vamos), pero presentan mayor riesgo de alergias o reacciones por contacto que los filtros físicos.
-Filtros físicos. Actúan como una barrera física, reflejando las radiaciones como un escudo. Son muy seguros y son los más adecuados para los niños, ya que no son irritantes ni sensibilizantes. El problema es que se extienden muy mal, quedando una máscara blanca hasta que se absorben completamente, aunque las nuevas formulaciones han mejorado notablemente al micronizar sus componentes.
También existen los que podemos llamar filtros biológicos o agentes antioxidantes, que eliminan los radicales libres generados por la radiación UV.
Así pues, ahora que ya sabemos cómo funcionan los fotoprotectores y conocemos los peligros y beneficios del sol, aquí están las recomendaciones prácticas sobre fotoprotección, que son válidas tanto para niños como para adultos.
1. No exponer al sol a los bebés menores de 6 meses y reducir en lo posible la exposición solar antes de los 3 años.
2. Cubrirse con ropas y gorros adecuados.
3. Usar gafas con protección solar. Es muy importante que nos aseguremos de que los cristales sean protectores. Unas gafas oscuras de los “chinos” nos hacen más mal que no llevar ningunas, ya que “engañan” a la pupila al oscurecer nuestra visión, con lo que ésta se dilata y deja penetrar más rayos de sol que si no lleváramos ninguna gafa, ya que en ese caso el mecanismo reflejo de la pupila la contraería y reduciría el paso de los rayos.
4. Usar siempre fotoprotector. En el caso de los adultos y sobre todo para el rostro, es imprescindible usarlo en invierno y en verano: es el mejor antiarrugas que existe.
5. No confiarse en los días nublados. Las radiaciones son filtradas solo en parte por las nubes, y como no sentimos sensación de calor, tendemos a permanecer más tiempo al aire libre, produciéndose las quemaduras.
6. No pensar que porque ya estamos morenos estamos protegidos. Es cierto que la melanina (el pigmento que nos pone morenos) es el mecanismo de defensa natural de la piel frente al sol, pero eso no garantiza que no nos quememos.
7. A la hora de extender el fotoprotector, no seáis rácanos. A veces me han comprado un fotoprotector de 150 ml, se ha ido toda la familia a la playa 15 días y les ha sobrado para el año siguiente. Eso es ahorro y lo demás son tonterías.
Hay que aplicar una buena cantidad de fotoprotector y renovar la aplicación al menos cada 2 horas o tras un baño prolongado. No olvidar extenderlo por todas las zonas expuestas al sol. A veces se olvidan las orejas, los empeines… y las quemaduras en esas zonas tan delicadas pueden ser impresionantes.
8. No guardar el fotoprotector sobrante (recordad a la familia del punto anterior, tanto ahorro, no, por favor) de un año para otro. Los filtros solares se pueden deteriorar y no ofrecer la protección esperada. Siempre lo podréis usar como crema hidratante, pero no os arriesguéis a ponerlo cuando os vayáis a exponer al sol porque podríais quemaros.
Como últimas recomendaciones sobre prevención del cáncer de piel, recordad que la vigilancia es primordial. Daos cuenta que el cáncer de piel es él único que podemos ver. Si se diagnostica precozmente se puede mejorar enormemente su pronóstico.
Si tenéis muchos lunares es imprescindible la autovigilancia e incluso el control fotográfico de los mismos. Estad atentos a cualquier cambio en la forma y tamaño de una mancha o lunar, así como si empieza de repente a picar, escocer o sangrar. Si observamos cualquiera de estas alteraciones conviene consultar de inmediato con el dermatólogo.
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