En realidad, no existen alimentos más o menos sanos, sino hábitos más o menos saludables. Nuestro estilo de vida, en este sentido, es fundamental para inclinar la balanza de un lado o de otro. Éstas son algunas de las conclusiones que se desprenden del estudio 'Comemos como vivimos' presentado en Alimentaria 2006.
La VI edición del Foro Internacional de la Alimentación presentó en la Feria Internacional de la Alimentación y las Bebidas los resultados de este trabajo de investigación dirigido por Mabel Gracia y Jesús Contreras, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Barcelona y director del Observatorio de la Alimentación. Las conclusiones son el resultado de las entrevistas a 1.030 individuos de entre 6 y 75 años.
?Por qué comemos peor?
El estudio desvela algunas de las pautas que justificarían nuestros malos hábitos alimenticios: el abandono de la tradición culinaria, las preferencias individuales y los mensajes nutricionales (confusos) de difícil cumplimiento son algunas de las claves que explicarían la adopción de dietas poco saludables. De hecho, nueve de cada diez españoles reconoce que sólo come aquello que le gusta, sin intentar seguir una dieta equilibrada.Las patatas y el helado se nombran como productos favoritos de los españoles, mientras que las verduras, legumbres y pescados (todos ellos especialmente recomendados para una vida saludable) son los menos aceptados, sobre todo por los niños y adolescentes. La inmensa mayoría de los entrevistados (77,5%) reconoce, además, que los hábitos alimentarios de la población española han empeorado.
A pesar de que los españoles ingieren un 10% de calorías menos que hace 10 años, los casos de obesidad no dejan de aumentar. Uno de cada dos adultos tiene exceso de peso y el 14% es obeso. El problema es cada vez más preocupante en los más pequeños, donde el fenómeno se extiende con rapidez: el 16% de los niños entre 6 y 12 años pesa más de lo que debería.
Los niños, los jefes de la casa
Los consumidores seleccionan los alimentos para satisfacer sus gustos personales, no tanto por lo sanos que puedan ser. Según detalla el estudio, esto significa que "niños y adultos están hoy cada vez más consentidos" desde este punto de vista, fundamentalmente los más pequeños de la casa, que se han convertido en esenciales prescriptores alimentarios, ya que influyen decisivamente en las compras de toda la familia.Y es que la "socialización del gusto", que antes comenzaba en los hogares, hoy empieza en la escuela, lo que lleva a los padres a satisfacer cualquier demanda de sus hijos cuando éstos comen en casa. El 35,7% de los entrevistados afirma que se adapta a los gustos de sus hijos "porque no se puede estar todos los días discrepando".
Dejar que los niños coman sólo lo que les gusta o lo que les apetece está provocando consecuencias negativas para la salud de los más jóvenes: de hecho, la diabetes ha aumentado de un modo muy relevante entre la población infantil y juvenil.
Nuestro frenético ritmo de vida
La falta de tiempo para cocinar y comprar alimentos es uno de los principales motivos que explican por qué comemos peor. Se suelen adquirir productos precocinados, apenas se cocina y la ingesta es apresurada. Los horarios laborales y el vertiginoso ritmo de vida que llevamos explicarían, en parte, la generalización de estos hábitos tan nocivos.Al carecer de tiempo, tampoco se produce la transmisión de los conocimientos alimentarios y culinarios dentro del hogar que sí tuvo lugar en las generaciones anteriores. No parece tratarse de un problema de interés, ya que un 62% de los encuestados reconoce que le gustaría saber más sobre cocina y alimentación.
De hecho, a la hora de hacer la compra, la salud es el principal factor a tener en cuenta en la adquisición de los distintos productos (el 52,8% de los españoles nombra esta variable como fundamental a la hora de llenar su carrito), seguido de los gustos personales (29,1%) y el precio (13,7%). Sólo un 2,1% se fija en las calorías en primer lugar.
El Foro Internacional propone involucrar tanto al sector privado como al público para promover patrones de consumo alimentario saludables. Por ejemplo, entre las medidas que considera deseables, estarían la reducción progresiva, por parte de la industria alimentaria, del contenido en grasas, azúcar y sal de los alimentos, la regulación publicitaria, fomentar que los restaurantes ofrezcan menús más sanos, supervisar la comida que ofrecen los centros escolares o incluir la educación alimentaria como materia de enseñanza en las primeras etapas escolares.