Vivimos rodeados de comodidades y disfrutamos al máximo de los placeres que nos da la vida, podemos optar a todo en un breve periodo de tiempo y sin hacer casi ningún esfuerzo. El ser humano ha logrado prácticamente tener una sola preocupación: Disfrutar de la vida. En la cual el único objetivo debe de ser alcanzar la felicidad y mantenerla el máximo tiempo posible.
Podría empezar enumerando millones de placeres, pero me voy a centrar en uno muy específico: La comida. Quien no conoce el placer de disfrutar de una película en el salón de casa con una buena pizza y un refresco, disfrutar de un cigarrillo después de la hamburguesa del sábado por tarde, un helado con tu pareja en el parque, o el placer de comer un buen chuletón con patatas fritas en la reunión de empresa. La vida bien entendida está llena de placeres y comodidades, ¿no crees? ¿A cuántas personas piensas que realizar estas conductas les haría muy muy felices? Yo te lo digo, al 90% de la población. Casualmente, es el mismo porcentaje de personas con enfermedad cardiovascular en EE.UU. y en riesgo de muerte. Personas a las que le dijeron o cambias tus hábitos alimenticios o te morirás por padecer obesidad, y efectivamente, prefirieron la comida que la vida.
No hay nada de malo en que tomemos un helado con nuestra pareja en el parque o en acudir a una cena de empresa. El problema es el abuso de la comida. En los países desarrollados hay una relación entre la comida excesiva y el placer que nos está matando. Placer rápido y sencillo que nos aporta felicidad instantánea, y aquí es donde yacen los problemas principales: la falta de autocontrol y la desinformación.
A la mayor parte de la sociedad actual, sobre todo en occidente, solo le preocupa el sabor de la comida y no los nutrientes que esta les aporta. A veces he llegado a presenciar conductas propias de personas adictas en cadenas de restaurantes de comida rápida. A continuación os voy a contar un caso personal para que comprendáis hasta que punto nos estamos obsesionado con la comida y a los extremos a los que estamos llegando. Pero primeramente quiero poneros en situación. Quiero que penséis en el momento en el que tenéis mucha hambre y coméis mucho más rápido, con más ansia de lo normal, necesitáis energía rápida porque lleváis mucho tiempo sin alimento y preferís la energía antes que sentaros a disfrutar del plato con calma. ¿Estáis ya en situación? Pues así me sentía yo y creo, repito lo de creo, el protagonista de mi historia también.
Recién llegado a Londres, de esos días que solo te dedicas a pasear por los sitios más famosos de la ciudad, acabamos parando para comer en una conocida cadena de comida rápida que elabora hamburguesas y patatas fritas. Esta cadena vende los productos a precio bastante bajo haciendo que se formen colas enormes y ese día no fue menos, unos quince minutos esperando para llevarnos algo a la boca. Pues bien, allí estábamos con nuestro menú low cost, disfrutando del sabor de la sal, grasas saturadas y grasas trans. La verdad que estábamos bien cómodos, poniéndonos hasta las cejas con el menú. Recuerdo que casi no hablábamos, solo para pedirnos el kétchup.
Hasta aquí todo bastante normal, lo que no os he contado todavía es la persona que teníamos en la mesa de enfrente y que además había hecho cola durante quince minutos delante de nosotros. El hombre que consiguió centrar mi mirada durante unos diez minutos tendría unos treinta años, mediría 180 cm y rondaría los 150 kg. Tenía cuatro hamburguesas XXL, un saco de patatas fritas (no sé cuántas cajitas podría llegar a tener, quizá cinco) y un refresco. Este último también era XXL y llevaba azúcar, como no… La verdad que en ese momento aquél hombre era el rey del lugar o por lo menos estoy seguro que él así se sentía. Cuando comía parecía poseído por la hamburguesa y el sabor de esta le estaba llevando a otro mundo, a otra dimensión, era muy impactante ver como engullía. Sí: engullía. Eso no era comer. Aquella escena duro unos diez minutos, luego se levantó y se fue como si nada hubiera pasado. Diez minutos de placer equivalente a la comida para día y medio. Sorprendente.
En fin, con este ejemplo quiero que veáis que controlar el ansia por comer debe de ser uno de los mayores pasos que debéis de dar para perder peso. Además, al comer más lento es cuándo realmente empezareis a disfrutar de la comida, ya que la saboreareis durante más tiempo.
El ansia por la comida es uno de vuestros mayores enemigos. Debéis de mantenernos calmados y saber que con cierta cantidad será más que suficiente. Así que cuando vayáis a realizar la próxima comida respirad y pensad lo que vais a comer. No toméis más cantidad de vuestra idea inicial. Simplemente sentaos y disfrutad lentamente del placer que os aporta el plato que tenéis delante. El hombre del ejemplo anterior solo buscaba la sensación de saciarse de forma rápida, estoy seguro de que disfrutó de sus hamburguesas y patatas fritas, pero quizá no tanto como si hubiera comido más despacio.
Recordad, debéis de tomarlo con calma, hay momentos en los que será difícil pero hay que seguir esta pauta. Como norma general el cerebro tarda unos quince minutos en detectar el aporte de comida y dar la sensación de estar lleno. Estoy seguro que el hombre si hubiese comido más lento con la mitad de comida hubiera obtenido la misma sensación de saciedad y hubiera disfrutado más tiempo de las hamburguesas y patatas fritas.
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