Las vacaciones terminan, y hay que ir haciéndose a la idea de volver a la rutina. Creo que ya sólo con pensar esto el relax de los día de descanso desaparece de un plumazo, y nos invade una vez más esa sensación de "pellizco en el estómago" que nos resulta tan conocida. Tenemos que enfrentarnos de nuevo a "nuestra rutina" diaria.
Durante la década de 1920 el neurólogo y fisiólogo norteamericano Walter B. Cannon descubrió que cuando un organismo tiene miedo o se enfrenta a una situación de peligro su cerebro responde activando el sistema nervioso simpático. Cuando esto sucede, el ritmo cardiaco y la respiración se aceleran, la sangre se dirige hacia los músculos suministrando una mayor cantidad de oxígeno. Todo esto capacita al organismo a responder a la emergencia bien sea luchando o huyendo de la misma.
Cuando este estado de "peligro" se prolonga se produce una respuesta más compleja a la cual Hans Selye, médico endocrinólogo, denominó Síndrome de Adaptación General. Selye entendía que esta situación prolongada de estrés causa daños al organismo principalmente a causa a la elevación de adrenalina y hormonas secretadas por las glándulas adrenales.
Vivimos inmersos en estrés. Desde que nos levantamos nuestra actividad no para, dormimos poco y nuestro organismo al final se resiente poniendo de manifiesto problemas físicos, por ejemplo:
Incremento del ritmo cardiaco o palpitaciones
Incremento de la presión arterial
Incremento de la tensión muscular
Respiración rápida y superficial
Temblor
Aumento del nivel de glucosa en sangre
Se sabe que el estrés puede causar además envejecimientoprematuro en animales de laboratorio. En los seres humanos se produce una situación similar. Cuando el estrés sobrepasa ciertos límites se afectan numerosos órganos de nuestro cuerpo al igual que nuestra capacidad mental y el sistema inmunológico
Desde el punto de vista cardiovascular, el estrés por sí mismo y de forma aislada no supone un riesgo para nuestro corazón. Sin embargo, se encuentra frecuentemente unido a otros factores de riesgo, como la hipertensión arterial, el sedentarismo, la hipercolesterolemia y la obesidad. En estos casos, el estrés sí supone un verdadero factor de riesgo cardiovascular. Por ello, el ejercicio físico es un efectivo mecanismo para controlar y reducir los niveles de estrés.
Muchas de las repuestas que se producen como adaptación a la práctica regular del ejercicio físico promueven una reducción del nivel de ansiedad, y un mayor control del estrés. La gente que hace más deporte suele ser más tranquila al afrontar los problemas. Esto se debe a que el ejercicio físico aumenta la producción de determinados neurotransmisores a nivel cerebral (endorfinas), que facilitan el control del estrés y nos producen sensación de placer y bienestar.
El ejercicio ideal según la Fundación Española del Corazón, se basa en la práctica regular de ejercicio aeróbico de intensidad moderada: caminar, nadar, bailar, montar bicicleta, de 30 a 60 minutos al día y al menos de tres a cinco días por semana.