No se si vives en medio de una gran ciudad, cerca del mar, en un pueblecito de montaña o en el mismo paraiso. Da igual, podemos vivir en un lugar idílico y aún así no conectarnos con él.
La rutina, las prisas, el trabajo y las mil tareas diarias con las que llenamos nuestro día voluntaria o involuntariamente nos pueden aislar de tal manera que no conectemos con nuestro entorno.
Conectar con la naturaleza implica conectar contigo misma, encontrar silencio para oir tus propios pensamientos, encontrar un reducto de paz, una isla para tí solita.
Ver y sentir las estaciones es cada vez más raro sobre todo si vives en una ciudad. El cambio de colores y de olores en la naturaleza en cada una de las estaciones del año nos predispone y nos prepara para lo que cada una nos depara, ya sea el resurgir de la vida en primavera o el frío que anuncia el invierno.
Aún así cada vez cuesta más identificarlas, en parte por cambio climático que nos está dando bien por todas partes y en parte porque no nos paramos a mirar.
El primer paso para conectar es tomar consciencia de tí misma, de tus necesidades, de tu momento. Respirar, mirar hacia dentro y conectar.
Después, acercarte a la naturaleza que es necesariamente acercarte a tu origen, a tu esencia. No hace falta que hagas cientos de kilómetros para irte al parque natural más bonito ni a la playa más recóndita.
El contacto con la naturaleza nos llena de oxígeno, nuestro combustible número uno para la vida, nos da por tanto vitalidad, nos enriquece la vista, nos despierta el olfato, en denifitiva nos acerca al animal que fuimos, a lo más primitivo de nosotras mismas, nos recuerda la libertad.
Acercarte a la naturaleza y conectar con ella te regala optimismo, bienestar, te oxigena, te aleja del ritmo diario y te sube el ánimo. ¿Necesitas más notivos para encontrar ese lugar en el que te sientas así bien?
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