Dos titulares que pueden parecer catastrofistas son dos verdades como puños. El azúcar nos está destruyendo la salud. Yo no soy ninguna experta en nutrición, simplemente creo firmemente que somos lo que comemos y por ello tengo siempre muy en cuenta mi alimentación. Por eso, cuando llegué a la conclusión de que no era capaz de comerme un par de galletas al día (ni tampoco 10) o era consciente de algunos atracones de chocolate me di cuenta de que yo era una adicta al azúcar. Decidí informarme y ponerle remedio.
Glucosa, azúcar y la industria alimentaria
Lo primero que escuché cuando compartí con conocidos los datos con los que me hice para llegar a estas conclusiones fue el azúcar no es malo, lo necesitas para hacer funcionar el cerebro. Y este es el primer error por desinformación. Es una cuestión de términos. La glucosa es el combustible del cerebro. Yo le he declarado la guerra al azúcar, son cosas tan distintas como una manzana o una patata y un brownie de chocolate. Los primeros alimentos contienen glucosa y el segundo, puro azúcar refinado con sabores.
La glucosa, tipo de azúcar que garantiza una buena función cognitiva, se encuentra en los alimentos que contienen almidón (pan, arroz, pasta y patatas), además de las frutas, los zumos, la miel, las mermeladas y el azúcar. El cuerpo puede convertir los carbohidratos digeribles presentes en estos alimentos en glucosa, que el torrente sanguíneo transporta hasta el cerebro y otros órganos para aportarles energía. Por tanto, mi intención dejando el azúcar no era dejar sequito mi cerebro, simplemente abandonar una manera de darle combustible dañina e innecesaria, ya que para mantener mis depósitos de glucosa al máximo tenia opciones como las frutas, las verduras, y tantos carbohidratos.
Quería deshacerme únicamente de una de las opciones, el azúcar refinado, una opción que desde hace algunos años se ha desvelado que tiene consecuencias en nuestro cerebro comparables a los efectos de la cocaína u otras drogas. Esto sucede debido a la liberación de la dopamina, un neurotrasmisor ligado a la sensación de placer. Del mismo modo se produce un efecto cuanto más azúcar tomo más quiero tomar que no sucede con otros alimentos. Seguro que muchos de vosotros os habéis dado un atracón con una caja de galletas pero ninguno ha tenido la necesidad de llenarse la barriga de huevos cocidos. Es la respuesta de un cerebro adicto.
Gracias a una estrategia de marketing de la industria alimentaria de los últimos años, encontramos el azúcar presente en la mayoría de productos procesados, lo que hace que no sólo consumamos azúcar cuando atacamos el bollycao, tambien está en el bote de mayonesa, las ensaladas preparadas, la tortilla de patatas envasada, los refrescos, y el arroz tres delicias congelado. El azúcar se encuentra presente en nuestra dieta, sobretodo si es una dieta en la que incluimos refrescos, salsas, comida chatarra, o precocinada. La industria alimentaria añade azúcar a todo lo que es posible añadirle, porque su sabor nos parecerá atractivo, fácil de llevarse a la boca. Y sobretodo, será adictivo.
Afortunadamente, en mi caso todos estos productos procesados y salsas estaban ya vetadas, visto que tengo cierto interés por lo que me llevo a la boca, pero me la estaban colando con las inofensivas galletas y el chocolate. Por ello, decidí dejar el azúcar definitivamente. Aunque ello significara mirar todas las etiquetas del supermercado, o privarme de cereales y onzas de chocolate.
Tomé esa decisión hace un mes, y los resultados fueron increíbles.
Increíblemente horribles al principio.
Cómo me desintoxiqué del azúcar
No recuerdo siestas más largas que las de los tres primeros días tras abandonar el azúcar. Después de cada comida siempre me tomaba un par de galletas. Eso me daba la fuerza para seguir con el día. Aparte de las imágenes mentales que me creaba mientras fregaba los platos, montañas de crepes, magdalenas, gofres y tabletas de chocolate, después de comer esos primeros días me daba un bajón enorme. Dejando de un lado la adicción psicológica, mi cuerpo perdía toda su energía, sentía mareos, nauseas, y un cansancio extremo. ¿Por dos galletas? Bien, mi cuerpo se había acostumbrado a las dos galletas, las necesitaba. Un día tuve que meterme en la cama y lo confundí con un amago de gripe. Pero supe que era un efecto colateral del azúcar porque tres horas más tarde estaba fresca como una lechuga. Los días que siguieron a ese inicio trágico se sobrellevaron. Decidí aumentar mi ingesta de frutas para evitar los bajones. Con 6 piezas de fruta al día empecé a ir como una moto, igual mi cuerpo buscaba el azúcar desesperado tratando de mantener “el mono” a raya.
Menos mal que el cuerpo de uno es sabio. Bajé a 4 piezas tras un par de días más. Y cuando llevaba una semana, me sentía estupendamente. Tomaba más fruta de la que tomaba antes, casi no tenía antojos, y el malestar de después de comer se había desvanecido por completo. En su lugar, me sentía con muchísima más energía y ligera.
Llevo sólo un mes desde que he empezado este proceso, un proceso en el que aún estoy trabajando, pero sé que ha sido una decisión consciente y sabia. Sin embargo, para llegar a ello he tenido que concienciarme, informarme, y experimentar en mi cuerpo. Los resultados se concentran en bienestar y salud ganada. Os animo a que lo intentéis, y sabréis de qué os hablo.
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