Algunos de los motivos habituales por los que los occidentales nos acerquemos a la práctica de Yoga tienen que ver con cuadros de dolor físico, tensión mental y padecimientos emocionales. Encontrar la posibilidad de liberarnos de los trastornos ocasionados por nuestro estilo de vida contemporáneo supone un oasis en medio de rutinas y relaciones que provocan todo tipo de desequilibrios internos.
En medio de una tormenta de pensamientos y emociones que nos llevan a crear gran cantidad de tensiones en nuestro cuerpo físico, hallar ese profesor o instructor, esa escuela o ese canal de Yoga a través del cual podemos descansar y liberarnos de tanto tormento nos conduce a una situación similar a la que estamos acostumbrados cuando, por ejemplo, nos duele la cabeza y nos tomamos una pastillita adormecedora de todo.
Es cultural.
El sistema de la medicina oficial de Occidente ha desarrollado ese método como recurso y la sociedad lo ha convertido en hábito. Un remedio para cada dolor, una solución “mágica” para cada sensación, pero siempre trabajando sobre el síntoma y no sobre la causa.
De la misma manera muchos practicantes de Yoga, principiantes y no tanto, reducen la práctica de Yoga a esos momentos en los que todo parece ponerse cuesta arriba. Ya sea una etapa de trabajo más intenso (que a lo mejor no abarca tiempos de temporadas bajas laborales o las vacaciones), un evento importante, un cambio fundamental en las rutinas de la vida, eventuales situaciones de tensión, etc. son contrarrestadas con la práctica de Yoga.
De esta manera, cuando pasan las turbulencias de la vida, nos alejamos de Yoga diciéndonos a nosotros mismos que no lo necesitamos. Pero, una vez que lo hemos experimentado, tarde o temprano, regresaremos a él para pedirle el auxilio que sabemos que nos va a dar. Poniendo a Yoga en la misma bolsa de todo lo demás, lo definimos como una necesidad que, al igual que los medicamentos u otros paliativos, utilizaremos por períodos, cuando lo consideremos necesario u oportuno.
Profundizando.
La práctica sostenida de Yoga nos lleva a transformar nuestra visión del mundo. Especialmente en Occidente, esa transformación equivale muchas veces a subvertir la manera en la que creemos que funciona el mundo.
Es de la práctica de Yoga y de su profundización que surge la visión de la consciencia de lo sutil como parte natural de nuestro propio ser y del entorno. Evolucionar requiere del sostenimiento de la práctica para alcanzar poco apoco estados cada vez más sutiles y conscientes de quienes somos, qué somos y hasta donde podemos llegar a percibir y percibirnos como seres que habitan el Universo más allá de lo que podemos sentir o ver con nuestros sentidos y nuestras mentes racionales.
En la superficie es muy válido (y resulta una gran motivación) dejarnos guiar por nuestros estados internos, por los dolores, las angustias, ansiedades, preocupaciones, etc., para dar el paso de dejar entrar el Yoga a nuestras vidas. Y siempre es importante recordar que la mente tratará de alejarnos de aquello que la desactive, como lo hace Yoga. Quedarnos en la práctica y desoír los consejos desalentadores de la mente es un desafío que muchos deben atravesar para dejar de ver al Yoga como una necesidad ante las dificultades, transformándolo conceptualmente en un hábito que influye en muchos aspectos de nuestro ser que, a veces, ni siquiera somos capaces de considerar.
Hábito.
Pasar de “ahora no estoy haciendo Yoga porque no lo necesito” a “con Yoga estoy pudiendo conocer partes de mi Ser que ni siquiera sabía que existían” implica la confianza verdadera en la disciplina como un vehículo de transformación, pero más aún, la confianza en la posibilidad y la existencia de la transformación en sí misma.
Nada se consigue de un día para el otro. Cada práctica de Yoga debe ser un aprendizaje, debe darnos la posibilidad de sentirnos bien, a gusto, nos ayudará a relajarnos y a serenarnos. Cada vez que hacemos una sesión de Yoga debemos poder mejorar nuestro cuerpo físico, nuestra respiración y sentir que las estructuras superficiales se acomodan, se equilibran.
Pero lo que cada sesión de Yoga nos puede aportar es un paso en un largo camino de aprendizajes y des-aprendizajes, de una evolución que se construye peldaño a peldaño hasta llegar a vislumbrar primero y a comprender después para acabar aprehendiendo luego la verdadera y profunda experiencia de la transformación de nuestra propia percepción y del mundo que nos rodea.
Ese camino sólo se consigue a través del hábito de la práctica, de montarnos sobre una corriente que nos llevará hacia donde nuestro destino nos conduzca, confiando en que todo aquello que se descubrió, desarrolló, experimentó y transmitió a lo largo de milenios nos llevará a encontrar un punto de vista más evolucionado de lo que consideramos la vida y nuestro paso por ella.
Abrazar al Yoga como un vehículo de trasformación que permanecerá incólume al paso del tiempo, más allá de las circunstancias que nos toquen ir viviendo, permaneciendo en la senda del aprendizaje y del autoconocimiento para llegar a considerar las dimensiones más sutiles de nuestro Ser, es un paso que debemos dar si queremos pasar de la superficialidad de considerar al Yoga una necesidad para sumergirnos en él como podemos hacerlo en una fuente inagotable de información capaz de darnos tantas respuestas como seamos capaces de recibir, comprender y asimilar. Y para ello es fundamental estar en sintonía, presentes, en el aquí y el ahora, siempre.
©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Masajista-Terapeuta holístico
Diplomado en Medicina Ayurveda de India