En una conversación con un amigo, después de una sesión de Biodanza, le expresaba mi inquietud sobre por qué hay tantas personas que les cuesta tanto comprometerse con su proceso de crecimiento personal. Mi experiencia me dice que nos cuesta sostener. Lo queremos todo rápido.
Se lo expuse a mi amigo para saber cuál era su mirada, que seguro que era diferente a la mía. E hizo una reflexión que amplió mi visión:
¡Las personas prefieren que decidan por ellas! - dijo.
¿Ah sí? – contesté
Y me puso un ejemplo muy gráfico que no me había planteado porque no sigo esa dirección:
Mucha gente cuando va a comer o a tomar algo a un bar, si hay 2 bares, y en uno hay mucha gente y en el otro poca, entran en el que está lleno, si no lo conocen. Ellas no están decidiendo a dónde van. En realidad, es la gente que ya está en el bar la que decide, porque les llama la multitud. No es un acto de reflexión y valoración de donde quieren ir, simplemente se dejan llevar. Es una postura cómoda, aunque les llame más el menú que ofrecen en el bar que no han entrado. Pero allí no hay casi gente.
Y este comentario me ha dado qué pensar con las modas en todos los aspectos de la vida, también en las actividades terapéuticas, en los deportes... Ahora zumba, ahora bicicleta..., y así un gran número de acciones y actividades que realizamos en nuestra vida.
Si no hubiera habido personas precursoras de cada una de ellas y que fueron sostenidas con poca gente en sus inicios, no hubieran avanzado.
Y esto me lleva a indagar en quiénes somos, cada una y cada uno de nosotros y cómo desarrollarnos para ser la mejor versión que podemos ofrecer y que nos lleve a sentirnos en plenitud.
Desde que nos gestamos en el vientre materno y hasta nuestro nacimiento, recibimos unos genes que ya crean una estructura de identidad personal. Desde que nacemos y hasta los 6 años, recibimos la influencia de las actitudes, gestos, los roles y estilo de crianza de las personas más cercanas. Aunque en ese período aún estamos muy conectadas con el ser humano unitario que somos (instintivo, emocional y cognitivo), vamos instalando en nuestra memoria corporal todas esas influencias. A lo largo de nuestra vida, sin apenas percibirlo, la educación y la sociedad nos va marcando el camino en función de diferentes intereses sociales o anhelos de nuestra familia, menos los nuestros que no suelen ser tenidos en cuenta.
Así, nos vamos creando una autoimagen que en realidad tiene más que ver con las expectativas de nuestro entorno y sus juicios, que acabamos adoptando como si fueran los nuestros. Y sobre todo que sean útiles, según su criterio, a la sociedad. Y así seguimos la línea del tiempo que nos marcan. Si nos dejamos llevar, tendremos perfectamente organizada nuestra agenda hasta los 16, 18 o los 22 años, como poco.
Pero durante todo este tiempo, difícilmente encontramos un espacio para profundizar en saber quiénes somos realmente: ¿cuáles son mis necesidades, cómo pienso, a través de qué gafas me gusta ver el mundo, cómo me comunico con el mundo y conmigo, cuáles son mis deseos más profundos, qué espero de la vida...? En definitiva, todo aquello que me permita vivir en plenitud.
Eso sería algo nuevo para nosotros que en algún momento nos puede generar estrés, miedo, porque no estamos acostumbradas a darnos ese espacio para dejarnos sentir. Es más fácil seguir perdiéndonos en las expectativas de lo externo o aislarnos, pero entonces es cuando nos enfermamos o sentimos que nos traicionamos. Dejando que el mundo siga decidiendo por mí.
En el fondo seguimos siendo el mismo niño y la misma niña que éramos en nuestra infancia. Hemos hecho algunas transformaciones para adaptarnos al trabajo o a otras circunstancias. A veces ciertas adaptaciones nos resultan un poco traumáticas si se alejan mucho de nuestra esencia, pues en demasiadas ocasiones nos alejan de aquel ser unitario que éramos. Y esto nos puede llevar a no tener la certeza de quién soy Yo, aunque tengamos una vida perfectamente construida que le guste a todo el mundo. ¿Pero me gusta a mí, me siento viva con esta vida? O solamente voy tirando, como suelen decir muchas personas.
El punto de partida para generar un cambio en nuestra vida y poder empezar a caminar hacia nuestro propósito de vida (ese proyecto, ese lugar o esas relaciones en las que queremos estar), es conocernos desde el interior.
Permitirnos sentir, percibirnos y darnos el tiempo para integrar.
La Biodanza es un potente sistema de Integración personal. Nos permite iniciar un proceso de transformación que una esas partes que se han ido separando en nuestro recorrido de vida influido por la educación y la sociedad. Integra, une y potencia, todas nuestras capacidades que se han ido acallando durante demasiado tiempo y que, en nuestro inconsciente, por decirlo de una manera sencilla, las echamos de menos.
Hace ya unos cuantos años, que inicié ese camino de transformación para acercarme a mi esencia, que me ha traído tantas alegrías: volver a sentir esa niña alegre, dinámica, juguetona, curiosa, sentir mi ser como una unidad que siente, piensa y acciona con determinación y flexibilidad, soltando heridas, corazas de protección que ya no necesito. Mi creatividad se ha vuelto a despertar, así como el placer por la vida. Vivir siendo, viviendo, caminando hacia adelante.
Ha sido y es esencial el compromiso que adopté conmigo misma. Dar el paso de invertir en mí, apostar por mí. Sólo así he podido cambiar los vínculos que no me nutrían y apostar por la salud emocional y física. Un método como la Biodanza es una matriz de renacimiento en un espacio compartido con el grupo que es un acelerador del proceso. Porque descubrimos nuestra verdadera identidad a través del otro. Somos seres sociales que nos desarrollamos a nivel colectivo. Y el grupo es un lugar de entrenamiento para descubrirnos, de una manera afectiva y respetuosa.
Biodanza me ha permitido tener experiencias muy potentes, es un gran viaje progresivo, que de otra manera no hubiera vivido. Me permite entrar en la plenitud de la vida.
Así que os animo a introduciros en este sistema vivencial que nos muestra cómo cambiar la mirada y nos abre a encontrar ese ser esencial del que nos separamos hace ya un tiempo.
Os invito a vivenciar otra manera de vivir la vida: ¡aprendiendo, jugando, fluyendo, soltando, danzando tu vida!
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.