Sun Tzu dice:
Utilizar el orden para enfrentarse al desorden, utilizar la calma para enfrentarse con los que se agitan, esto es dominar el corazón.
A menos que tu corazón esté totalmente abierto y tu mente en orden, no puedes esperar ser capaz de adaptarte a responder sin límites, a manejar los acontecimientos de manera infalible, a enfrentarte a dificultades graves e inesperadas sin turbarte, dirigiendo cada cosa sin confusión.
Cuando empiezo una sesión de mediación, ya sea individual o conjunta, lo primero que hago es ayudar a crear un espacio de conexión. Conexión con nosotros y con lo que nos trae a la sala. Dar un tiempo para poder aparcar el run run del día, los problemas ajenos a la sesión, el tráfico, las prisas, lo que he dejado pendiente para “estar”, lo que tengo que hacer nada más salir, etc. Todo eso que enturbia la mente y nos aleja del momento presente.
El otro día, al acoger a las partes y empezar la sesión con una pareja, le pregunto a él: ¿Cómo estás ahora? ¿Cómo te sientes? Clara y directamente responde:
- Enfadado. Muy enfadado.
¡Que regalo nos hizo a todos con esa respuesta tan honesta y sentida!
Esa conexión y honestidad de la persona con lo que estaba sintiendo en ese momento permitió que, sin querer cambiar nada de lo que le estaba pasando ni de lo que él estaba sintiendo, pudiésemos acoger lo que estaba vivo en él, tal cual. Él, la otra parte y los mediadores. Y, ¡que casualidad!, con esa acogida y sin querer cambiar ni arreglar a nadie, simplemente mirando ese enfado, poco a poco fueron surgiendo varias cuestiones fundamentales que han sido la puerta de entrada para empezar a gestionar y resolver los temas que les han traído a la mediación.
El regalo fue tan grande que ese día no hicimos nada de lo que teníamos previsto para la sesión. Nos centramos en lo que fue surgiendo. En lo que estaba realmente vivo. En lo que realmente necesitaban ambos. La información que iba fluyendo era oro puro para la gestión de su conflicto.
Al terminar, también me gusta hacer una pequeña cosecha y acompañar a las personas a que vuelvan a conectar con ellas y con cómo se van en comparación a cómo han llegado. Cuando vuelvo a preguntar ahora:
- ¿Cómo estás ahora? ¿Cómo te sientes?
La persona que estaba muy enfadada responde:
- Más ligero, con menos peso, esperanzado y agradecido.
Y la otra parte responde con énfasis:
- ¡Esperanzada! ¡Ahora veo la luz!
Imaginaos qué habría pasado si el escenario hubiese sido uno al que -muchos de nosotros- estamos más acostumbrados. Por ejemplo, que la persona que estaba enfadada hubiese tapado o reprimido su enfado y hubiese contestado: “estoy bien”. O si los mediadores, al escuchar su enfado, hubiésemos querido cambiar la situación y le hubiésemos querido calmar diciéndole: “Bueno, relájate. Ahora estás con nosotros, a ver si puedes calmar ese enfado” o algo por el estilo. Respuesta bastante habitual en la que sin darnos cuenta estamos negando la realidad de la persona, invalidando a la persona, y de manera “sutil” -o no tanto- diciéndole que estar enfadado está mal y que tiene que cambiar y corregirlo...
Estoy plenamente convencido de que la sesión habría sido un desastre y que las partes se habrían ido de la sala con unas sensaciones muy distintas y opuestas con las que marcharon.
Agradezcamos y acojamos con honestidad lo que estamos sintiendo en todo momento. Alegría, tristeza, enfado, asco, dolor, frustración, felicidad o esperanza. No hay emociones ni buenas ni malas. Todas ellas nos están aportando una valiosa información. Si la sabemos aprovechar, nos abrirá la puerta a lo que nos hace sentir así, y nos da, por tanto, la clave para gestionar la situación de una manera útil. Y, si permanecemos abiertos y presentes, ¡también de una manera satisfactoria!
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.