La enorme variedad de sensaciones, emociones y sentimientos nos abruma, y a veces, nos lleva a creer lo que no es, con la consiguiente repercusión que eso tiene en la toma de decisiones.
No pensaré en hacer lo mismo si estoy enfadada que si estoy triste o preocupada. ¿Pero qué ocurre si confundo el enfado con la tristeza o no he visto el dolor que esconde tras de sí? ¿Qué pasa si en verdad siento decepción cuando creo que estoy apática? ¿Qué ocurre si confundo el rechazo con el miedo?
Las más de las veces, cuando le pregunto a alguien cómo está o qué siente, responden con un lacónico "bien" o "mal". Es trabajoso escudriñar qué emociones hay detrás. Algo así como tirar de un hilo para ir desenmarañando el enredo en el que uno está atrapado.
¿Te has parado a pensar que para pensar no hace falta pararse? Pues para saber lo que de verdad uno está pensando yo creo que sí, que es preciso pararse. Y para sentirse, también. Sentarse a sentirse requiere voluntad y tiempo. Atreverse a desplegar el inmenso abanico de posibilidades emocionales no es tarea fácil, sobre todo, si nos limitamos al espectro "contento, enfadado, triste, alegre".
¿Qué pasa con el miedo, la vergüenza, la inseguridad, el temor, la repugnancia, la decepción, el rechazo, el entusiasmo, la esperanza, la inquietud, la apatía, la desilusión, la serenidad, la excitación, el vacío, la fe...?
y éstas son sólo unas pocas...
¿Qué harías distinto si descubrieras que tu rabia hacia él/ella, no es más que un dolor insoportable? ¿Qué cambiaría si descubrieras que tu sensación de incompetencia, no es más que tu necesidad de ser valorado por otros? ¿Qué pasaría si descubrieras que lo que crees firmemente acerca de ti o de alguien, crea, para bien o para mal, lo que sientes?
¿Seguirías pensando igual? ¿y sintiendo lo mismo?
Como dicen los que saben, la locura consiste en hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes...