Entre las fobias a los animales que están reconocidas, tenemos la fobia a los perros (cinofobia), a los gatos (ailurofobia), a las arañas (aracnofobia), a las abejas (apifobia), a las ratas y ratones (murofobia), o a los insectos (entomofobia). Sin embargo, el tratamiento de todas estas fobias es el mismo porque la zoofobia que las engloba, maneja un enfoque similar para ir enfrentando y desarrollando herramientas contra el miedo.
¿Cómo saber si sufrimos una fobia a los animales?
Lo más importante es detectar si, en presencia de animales, nuestra ansiedad se dispara y sentimos la necesidad de alejarnos y escapar. Este es el indicio al que hay que prestar atención para saber si podemos estar frente a un caso de fobia a los animales.
Los síntomas más habituales para las personas que sufren zoofobia incluyen agitación y nerviosismo en presencia de animales, aumento de la ansiedad, dificultades respiratorias, taquicardia o molestias estomacales, deseos de escapar o huir de espacios en donde hay animales o una situación de estrés e hipervigilancia en situaciones donde los animales pueden estar presentes (ej.: una plaza, un patio).
Principales causas de la zoofobia
Las causas más comunes de las fobias a los animales están relacionadas directamente con experiencias traumáticas en la infancia. Algún perro que nos mordió, la picadura de una abeja, un insecto que se metió por nuestra oreja. Cualquier situación de este tipo puede resultar traumática para el pequeño y se va desarrollando como una ofbia en el crecimiento y la llegada de la adolescencia y la vida adulta.
Otra causa común de la zoofobia es la imitación de modelos. En este segundo caso, los pacientes con zoofobia repiten patrones de comportamiento de figuras que reconocen como autoridad o responsabilidad. Por ejemplo, un padre con temor a los perros que le pasa ese mismo temor o comportamiento fóbico al hijo.
¿Qué consecuencias puede tener la zoofobia en la vida cotidiana?
Dependiendo del animal al que le tengamos miedo, la zoofobia puede traer consecuencias muy incómodas. Las personas que tienen fobia a perros o gatos ven limitadas muchas actividades porque las evitan por miedo a tener que lidiar con gatos o perros, mientras que los que tienen fobia a arañas o abejas tendrán menos motivos para resguardarse. De todas formas, la zoofobia puede desencadenar ataques de pánico y otras consecuencias negativas que afectan la vida social y el desarrollo pleno de las facultades del paciente.
Por este motivo, el trabajo con los pacientes que sufren una fobia tiene que tener como objetivo en el corto y mediano plazo la posibilidad de realizar actividades aún con la presencia del animal que los asusta. A largo plazo, se trata de eliminar el miedo irracional y poder llevar adelante una vida plena y sin restricciones.