Muchas veces tras un día de locos, en el que llegamos a casa "pasadas de vueltas", al salir a entrenar, habremos podido observar cómo el rendimiento no ha sido el habitual, no hemos corrido tan bien como siempre. Probablemente es debido a que nuestra sobreactivación nos ha llevado a no regular bien el ritmo de carrera (seguramente porque hemos salido más rápidas de lo habitual) y consecuentemente a experimentar una mayor fatiga, pudiéndonos obligar, en ocasiones, incluso a tener que abandonar el entrenamiento a medias.
Es más, es posible que durante épocas de estrés, donde el running es nuestro mejor aliado para sentirnos mejor, paradójicamente nos hemos lesionado, lo cual ha acentuado nuestra sensación de frustración y de rabia al no poder correr y tener nuestra vía de escape. Y es que si nuestro nivel de activación no se ajusta a la práctica que vamos a llevar a cabo, el riesgo de lesión se va a ver incrementado, sobre todo a medida que aplicamos cargas de entrenamiento.
Si bien el running nos puede ayudar a regular el estrés o la ansiedad, es importante no obviar que, para llevar a cabo una práctica de running saludable y para sacar el máximo rendimiento de nuestros entrenamientos, cada una de nuestras sesiones debemos afrontarlas con un nivel de activación adecuado, y para ello es importante:
En primer lugar, tomar conciencia de nuestro propio estado de activación. Debemos dedicar unos minutos antes de salir a correr a observarnos y pensar si nuestro estado de activación se ajusta a la sesión que vamos a llevar a cabo. Como decíamos, la sobreexcitación puede llevarnos a pasarnos de rosca, a no ajustar el ritmo, incluso a lesionarnos. Pero niveles bajos de activación también pueden ser perjudiciales para nuestra ejecución, dado que nuestro estado físico y mental no estará preparado para poder enfrentarse al requerimiento de la sesión.
Conocer nuestro estado óptimo de activación, en función del entrenamiento que vamos a llevar a cabo. No vamos a necesitar el mismo nivel de activación para llevar a cabo un rodaje suave, que para hacer un fartlek, un entrenamiento de series, o para competir.
Aplicar estrategias que nos permitan regular nuestro nivel de activación. Nuestro nivel de activación se puede manifestar en diferentes planos: fisiológico, cognitivo y conductual. La elección de la estrategia dependerá del plano que pretendamos regular. Por ejemplo, a nivel fisiológico, podemos utilizar técnicas de relajación o de respiración; a nivel cognitivo, el uso de palabras-clave, el control del pensamiento o el establecimiento de objetivos; a nivel conductual, la visualización o técnicas de autocontrol.
Retomando la frase con la que iniciábamos este post, nuestro estado de activación es la base que regula nuestra ejecución y nuestro rendimiento, ya que presenta una función energizante, dándonos la chispa adecuada para que arda nuestro rendimiento y nuestro bienestar.
Por Eva Parrado – Experta en psicología del deporte para EDC
photo by: