¿Cuántas veces tomamos decisiones al cabo del día creyendo que somos libres cien por cien de escoger lo que hacemos? Pero, ¿es realmente así?, es decir, ¿somos libres en nuestras elecciones o, por el contrario, todo está determinado ya para cada uno de nosotros?
Desde luego, este no es un tema nuevo, pero sí apasionante del que se han escrito ríos de tinta sin llegar a ideas concluyentes cien por cien. Hasta ahora. Será porque aunque la balanza se incline y la más absoluta evidencia demostrara que no tenemos opciones como en principio parece ser, el ser humano se negaría a aceptar en su fuero interno que no tuviera capacidad de elección en su propia vida. Supongo que es duro entender y aceptar que todo esté ya escrito de alguna forma. Y también supongo que el hombre, con su egoísmo y su etnocentrismo, aún no está preparado para digerir semejante idea en caso de ser cierta.
Pero no nos adelantemos y vayamos por partes. Quizá al final de este escrito las conclusiones sean otras, si no científicas, al menos morales. Para empezar, cuando hablamos de libre albedrío estamos haciendo referencia a la supuesta capacidad que tiene el hombre de actuar bajo su propio criterio, con total y absoluta libertad, sin presiones y sin estar sometidos a ningún tipo de predeterminación celestial, sobrehumana o divina, por llamarlo de alguna forma. En realidad, básicamente, cuando nos hacemos esta pregunta lo que verdaderamente nos estamos planteando es si existe la voluntad, es decir, si existe y tenemos la capacidad de decidir y ordenar nuestra propia conducta. ¿Hacemos lo que queremos o en realidad nuestras decisiones están ya previamente tomadas?
Si ponemos un ejemplo sacado de nuestra vida cotidiana, tal vez el problema se aclare un poco, o puede que no. Pero supongamos que hoy hemos elegido comer pasta en vez de otra cosa, o supongamos que hemos elegido comprarnos una camisa blanca en vez de una azul. A priori se podría decir que hicimos esas elecciones porque así lo decidimos en ese momento y que voluntariamente escogimos comer pasta o comprar una camisa blanca. No obstante, la neurociencia demuestra cada vez con más precisión que esto no es para nada así y afirma que de forma inconsciente, nuestro cerebro ya ha tomado esas decisiones antes de que nuestro “yo” tenga si quiera consciencia de ello.
Este descubrimiento es realmente importante, ya que pone de manifiesto varios hechos fundamentales para entender la cuestión; primero que nuestra voluntad no es el punto de partida de nuestras acciones y segundo, que en realidad la voluntad sólo sería un simple trámite que quizá no está ni dentro de la cadena de acciones que nuestro cerebro lleva a cabo ya que, planteado de esta forma neurocientífica, la voluntad no es más que una “sensación”.
Por si fuera poco, las circunstancias que nos rodean nos obligan también a tomar un camino u otro. En ajedrez se llama ataque doble: dos ataques hechos con un mismo movimiento. La voluntad de hacer algo viene precedida de una carga eléctrica en el cerebro que empieza segundos antes de que el individuo tome la decisión y las circunstancias nos coartan. Así que, siguiendo la terminología, jaque mate.
Sin embargo, muchos otros, humanistas, científicos, investigadores se niegan a admitir que la voluntad del ser humano sea una simple ilusión. No puede ser un mero espejismo. Parece que aún hay algo de esperanza ya que defienden que aunque este proceso cerebral se dé, la voluntad consciente tiene su papel en tanto en cuanto tiene la capacidad de escoger entre esos impulsos o esas iniciativas inconscientes, lo cual es todo un alivio. Un pequeño rayo de luz se asoma tímidamente, pero empieza a coger fuerza. Y es que el tema resulta peliagudo porque mezcla una serie de conceptos que el hombre tiende a idealizar y ensalzar por propia definición, por vanidad y por egolatría, a saber, la libertad y la consciencia; la independencia y la mente.
Sea como fuere, a día de hoy sigue siendo todo un misterio quién tiene el control absoluto de todas nuestras acciones. Yo personalmente me inclino a pensar que, si bien existen ciertos factores condicionantes en nuestras vidas, nuestros actos y nuestra voluntad no son meros hechos físicos y/o cerebrales medidos en encefalogramas, ya que eso supondría una reducción brutal del ser humano y de la realidad que nos rodea y no creo que sea así. Me inclino a pensar que poseemos lo que podríamos llamar una cierta libertad condicionada, en la que aunque existen limitaciones obvias, gozamos de un cierto grado de maniobra. No seré yo quien luche contra el destino, pero creo que podemos decidir la forma y la manera de expresar la voluntad.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.