Desde luego la vida es una auténtica caja de sorpresas. Uno nunca sabe lo que el destino piensa depararle y quizá sea esa precisamente la magia de la existencia, el hecho de desconocer. Considero que saber datos exactos acerca del propio futuro difícilmente sirva para algo más que para crear angustia y para matar la propia creatividad y el entusiasmo por la vida y, sinceramente, no creo que ahora mismo esté el horno para esos bollos.
Soy consciente de que es altamente complejo saber manejar la incertidumbre y el miedo a lo desconocido. El humano simplemente no está preparado para ello. Opino que tiene una tendencia innata a creer que todo será un desastre sin precedentes y que va a sufrir -y debe sufrir- por ello. Esta vorágine de emociones y pensamientos recibe el curioso nombre de ansiedad anticipatoria. Y es que debo añadir que no puedo negar el hecho de que me encantan estos términos. Le dan un toque único de sofisticación y pomposidad. Algo a caballo entre diagnóstico y profecía. De hecho, es una alteración que pasa por considerar pensamientos futuros como si fueran augurios pero de una forma intensa y catastrofista. He aquí el toque exótico.
Por lo que veo a diario, el problema siempre surge del mismo sitio: de las emociones que acompañan a esa sensación de total incertidumbre por lo que -seguro- espera a la vuelta de la esquina. Si a esto le añadimos la tan de moda tolerancia cero a los reveses constantes de la vida, el cóctel está servido. Esto genera a su vez una preocupación constante por el mañana que desbarata toda la fuerza y el empuje que hasta la más hilarante de las personalidades pueda tener. Obviamente, las consecuencias son inmediatas y rotundas: irritabilidad, ansiedad, estrés, miedo, tristeza, ira y un largo -larguísimo- etcétera.
Las personas que sufren esta ansiedad no son conscientes de la herramienta tan potente y tan hermosa que supone la improvisación. Y es que aunque el humano se empeñe en ello, la vida no es una historia uniforme de manual. Yo diría más bien que se trata de un azaroso pero hermoso caos donde la improvisación, la adaptabilidad y la “autoreinvención” personal juegan un papel clave para la mismísima supervivencia.
Lo sé. Cuesta creer que no haya nada exacto ni predecible cien por cien en este mundo, pero es así. Por eso, la improvisación entendida como la espontaneidad y la naturalidad con la que aceptar y afrontar las circunstancias imprevisibles del día a día juegan un papel crucial en la propia conservación del individuo. Y es que tomar decisiones hay que tomarlas. Nos guste o no. Y diariamente. Lo que marca la diferencia es la forma en la que se encaran.
El asunto se complica un poco más y no por el hecho de que el humano carezca de espontaneidad, creatividad o improvisación suficientes. No. Esas características son innatas en la mayoría de los individuos. El problema viene porque, al igual que la toma de decisiones, dichas características hacen necesarias la aplicación de un tiempo muy concreto que la mayoría parece no querer vivir; un tiempo que la mayoría deshecha y es el momento presente, el ahora. El tiempo y en tiempo real.
Y me pregunto, ¿será que nos mantenemos en un estado de sobreprotección donde lo que impera es la no acción y un estado de limbo permanente?, ¿Se estarán resbalando las oportunidades como gotas de agua entre los dedos? Y es que ¿acaso existe la decisión perfecta? Ya contesto yo. Sinceramente, no lo creo. Así, anticiparse a los hechos y a su resolución y sufrir por ello es absurdo. Carece de lógica. Con ello no pretendo hacer una apología barata del “carpe diem”. Únicamente entiendo que la vida requiere que potenciemos y desarrollemos unas herramientas que ya traemos de serie y que harían de la nuestra una existencia mucho más placentera y armoniosa si tan sólo le diésemos la oportunidad.
Vivir supone tomar decisiones, sin angustiarse por las mismas y sin pensamientos catastrofistas o agoreros. Nuestra existencia no está hecha para sentirnos esclavos de nuestras emociones, ni de nuestros pensamientos. Nuestra existencia se basa en alcanzar nuestra máxima plenitud como individuos. ¿Vamos a dejar escapar esa oportunidad?
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.