Pasada la efervescencia de la vida en la que necesitamos atender aspectos muy externos, surgen las demandas internas, casi como una parte del mismo ciclo biológico, y de manera más o menos manifiesta según las personas.
En este artículo no hablaremos de los ciclos vitales, y ni siquiera del papel que juega la sexualidad, ni de cómo evoluciona, pero tomaremos el pretexto para introducir el concepto de energía del amor en el proceso madurativo en el yoga, marcado también por etapas, por ciclos, y por grados de desarrollo que, aunque no tienen por qué coincidir con los ciclos biológicos, siguen una secuencia similar.
El despertar
El amor tiene unas raíces que se adentran en el primer chakra donde representa el instinto de preservación de la especie, el instinto más puro de supervivencia. Pero traspasado este umbral adquiere un perfil más elaborado que implica la asunción del deseo y una conciencia clara de dualidad que busca, en el fondo, la unidad.
El deseo no deja de ser en esencia el impulso básico de la energía hacia el reencuentro con el todo, en este caso manifestado en la unión con la otra persona. El despertar de kundalini viene muy marcado por un mayor deseo de amor que requiere ser aceptado y visto con naturalidad.
Este deseo puede ser extraordinario cuando revierte en una mayor vitalidad, alegría, expansión de la persona en todos los ámbitos de su vida; cuando no, se queda sólo circunscrito al ámbito de las relaciones.
Si estamos en un proceso de trabajo en el yoga es esta precisamente nuestra responsabilidad: entender el sentido de la energía y la verdadera fuente del deseo.
Sin embargo, debemos tener cuidado porque la energía se expande si encuentra los nadis o conductas libres. Si hay de retenida, lo que se manifestará serán los aspectos que no tenemos resueltos y el resultado puede ser totalmente otro. Hay que cuidar el trabajo personal en todos los ámbitos de la vida.
La activación
Una cosa es el despertar de la energía del amor y otra su activación. Y por esta activación necesitamos el corazón: la pelvis y el tórax funcionan como vasos comunicantes, a través del plexo solar. Es por ello que el amor da una dirección al deseo, lo transforma y lo sublima.
En una relación es la clave para la plenitud, en la vida de una persona por su madurez. Desde el amor esta energía trasciende el círculo concéntrico del ego y se vuelve generosa y expansiva. Una de las diferencias que hay entre el deseo y el amor es que este segundo es reflexivo y voluntario: para estimar necesitamos la resolución de hacerlo porque el amor verdadero trasciende la componente egocéntrica de la mente ordinaria.
El enamoramiento es una emoción que nos acomete sin que la voluntad tome parte, esto no es amar aunque se confundan con frecuencia los términos. Para estimar realmente debemos sentir la voluntad de hacerlo, el amor es una tarea contra la que el ego no dejará de luchar con todas sus fuerzas. El amor quiere dar, el ego necesita recibir.
Este es un trabajo clave, el del amor, para que la energía se expanda, un trabajo profundo y sincero de reencuentro con uno mismo, con el alma, y ??con ella la alegría del otro en el encuentro amoroso.
La sublimación
Cuando el deseo comprende su dirección, cuando nos llega al alma, esta energía se convierte puramente espiritual. El deseo sí, pero sublimado, un deseo que mira hacia arriba y que se transforma en pura alegría. Es una energía expansiva que ha olvidado su raíz genital y que, en un proceso de crecimiento espiritual, se vive a sí misma como la renuncia a la propia individualidad: la unión con el otro deja de ser física y la relación se convierte en plena comunión.
Esta última etapa implica un proceso individual de transformación profunda, osaríamos decir que radical. La acometida de los primeros impulsos de la energía del amor encontrará el camino finalmente si hacemos patente, de una manera muy consciente y sincera, la comprensión de cuál es su verdadera orientación.
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