¡Espera!, quizás con estas 4 preguntas puedas conocer si debes o no dar un margen a la temida incertidumbre.
1. ¿Tenéis el mismo para qué?
La primera premisa en este gran dilema que intentas resolver es saber si vuestros ¿Para qué…? son similares. Si la finalidad de seguiros viendo es opuesta, alargar ese trayecto que desemboca en destinos distintos puede resultar desagradable para ambos.
Nos empeñamos en quemar hasta el último cartucho pero, en la mayoría de ocasiones, desde los inicios se tiene una ligera idea del lugar al que se dirige cada uno. Pero si no me conoce, no lo puede saber. La intuición humana nos permite hacer un esbozo del para qué en los primeros encuentros con esa persona.
Otra cosa es que omitamos esta valiosa información con la esperanza de que así, los destinos confluyan a pesar de que no suela ocurrir.
¿De verdad necesitas desplomarte antes de conocer hacia dónde se dirige el otro?
¿Que te da miedo preguntárselo por si su respuesta no es la que te gustaría?
Si ya has dejado pasar un tiempo prudencial, sea la que sea, ya está escrita. Escucharla una vez es doloroso, sentirla en sus actos día tras día, agónico.
2. ¿Lleváis la misma marcha?
En las conversaciones entre amigos sobre romances, se suele confundir la velocidad a la que van los implicados con el grado de enamoramiento: Si no quiere dar el paso es que no siente lo que debe sentir. ¿No prefieres un Le gustas de verdad pero no se siente preparad@?
Nuestro esplendoroso ego hace que nos preocupe desmedidamente el grado de reciprocidad. A pesar de que la historia se acabe, nos resulta un alivio saber que a pesar de no haber podido ser, ¡a esa persona le importábamos y mucho!
Si tú llevas la cuarta y esa persona apenas ha arrancado el motor, necesitaréis un gran esfuerzo para equilibraros. La necesidad afectiva es como la sensación de sed, puedes esperarte a que te den un vaso de agua pero la verdad, esa espera es muy desagradable.
¿Para qué esperar a que me sirvan si en el bar de al lado lo hacen al momento?
Porque tú has decidido sentarte en aquel y aunque no siempre, lo más probable es que le acabes hablando mal al camarero por tu necesidad imperiosa de beber.
3. ¿Le has mostrado todas tus cartas?
De ninguna manera puedes decidir si continuar o terminar con aquello si no has puesto boca arriba todas tus cartas. Está claro que en los primeros encuentros te esmerarás en mostrar tus ases. En todo cortejo hay un humilde plan de marketing . Pero conocer a alguien implica hacer visibles las otras cartas de la baraja ¿O acaso quieres martirizarte con un sinfín de ¿Y si ha entendido…?, ¿Y si en vez de pensar que…?, ¿Y si hubiera…?, …?
Si además de tus ases muestras el resto de repertorio, puede que haciendo un sano uso de tu autenticidad vuestros rumbos se alejen.
O puede resultar un fuerte potenciador de vuestro grado de intimidad, lo que se traducirá en sentiros mucho más cerca y unidos que antes.
4. ¿Has ninguneado a tus valores?
A medida que vas conociendo al otro, te das cuenta de que para que vuestros caminos converjan, debes renunciar a algo que te es propio.
Imagina que tus valores e identidad son como un triángulo. Si aquello a lo que tienes que renunciar se sitúa en la base, podrás ir trampeándolo. De hecho, a lo largo de nuestras vidas y conforme evolucionamos, esta base va variando. ¡Sino no existiría crecimiento! Pero si para lograr la unión, tienes que renunciar a franjas próximos al vértice, ¡peligro!
Renunciar a ti mismo con el fin de vincularte al otro lleva como titular Crónica de una muerte anunciada.
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