Hace unos años, cuando empecé a introducirme en el mundo del autoconocimiento, pedí a varias personas de mi alrededor que me dijeran 3 aspectos positivos y 3 negativos de mí.
Han pasado unos 5 años desde que esa petición, pero una de las respuestas todavía resuena en mi cabeza de vez en cuando.
Mi amigo Óscar escribió: “si fueras capaz de superar todos tus miedos, conseguirías todo lo que quisieras”.
Me sorprendió. Nunca me había considerado una persona demasiado miedosa.
Pero el cuerpo me confirmó que sí lo soy.
A lo largo de mi viaje por el autoconocimiento, he atravesado varios malestares: dolor de cabeza, menstruaciones que me dejaban retorcida en el sofá, ataques de ansiedad, tensiones en la espalda, entre otros.
Pero uno de ellos es el que más me ha hecho llorar, por el dolor y la frustración: la ciática.
El dolor de ciática aparece cuando, por una lesión, una enfermedad o una tensión muscular, el nervio ciático se pinza. Este nervio va desde el final de la columna hasta los pies. Su función habitual es proporcionar fuerza y reflejos a las piernas.
Los síntomas que indican un posible pinzamiento en la zona son de lo más variados. Lo más habitual es sentir un dolor agudo (como ardor, quemazón o una descarga eléctrica) en una de las piernas, parte baja de la espalda y/o glúteos.
Este dolor, además, puede acompañarse por presión, entumecimiento, hormigueo y cojera.
Yo cojeaba, sentía latigazos en las piernas al andar y un dolor constante desde la ingle hasta el pie.
Llegué a estar tan incapacitada que mi pareja se veía obligado a cogerme en brazos para moverme por la casa. Incluso, en algunas ocasiones, tuvo que ayudarme a sentarme en el baño. Ahí era cuando lloraba, cuando ni siquiera podía caminar.
Probé un montón de remedios. Desde medicamentos convencionales que aliviaban el malestar por unas horas, hasta masajes con aceites esenciales. Pero nada me lo quitaba del todo.
Lo que realmente me funcionó fue sentir la emoción reprimida tras ese dolor corporal.
¿Cómo lo hice? Un día me puse a caminar por casa, a pesar de que casi no podía. Me adentré en mi cojera por completo, sintiendo cada sensación que aparecía. Me dejé llevar por los latigazos, los hormigueos y el dolor que me invadía.
Poco a poco, a medida que profundizaba cada vez más en lo que sentía, empecé a percibir el miedo. Me turbaba avanzar, seguir hacia adelante. No sabía por qué, pero no quería caminar.
Cuando me di cuenta de esto, empecé a llorar profundamente. Lloré y lloré hasta que no quedaron más lágrimas. No me preocupaba por los motivos, sólo traté de estar presente en mi emoción.
Tras esa experiencia, me puse a escribir y reconocí dos cosas:
Tenía miedo de enfrentarme a los retos que había en ese momento de mi vida, que estaban relacionados con la creación de mi negocio personal.
De forma simbólica, mi cuerpo me estaba 'ayudando' a no avanzar, ya que la ciática me impedía caminar.
Esa misma tarde el dolor se suavizó. Desapareció por completo al cabo de un par de días.
Lo que no habían conseguido los medicamentos y los aceites esenciales, lo había logrado yo misma, deteniéndome a escuchar el cuerpo.
Quizá esta experiencia te parece un tanto extraña, pero fue posible porque muchas de nuestras tensiones, dolores y enfermedades aparecen cuando hemos reprimido una emoción durante mucho tiempo.
Cuando aparece un sentimiento, nuestro cuerpo se activa para expresarlo.
Por ejemplo, si te enfadas por algo, el cuerpo se prepara para gritar o golpear, por lo que manda energía a los brazos y la garganta. Esto ocurre porque nuestros sistemas se formaron cuando nuestros ancestros tenían que luchar por la comida y el territorio. En esas situaciones, los gritos y la fuerza corporal era lo que se necesitaba.
Sin embargo, hoy en día, muchas veces nos vemos obligados a reprimir las emociones.
Quizá porque no estamos en el entorno o con las personas adecuadas o quizá porque de pequeños nos inculcaron que ese sentimiento no era aceptado, así que lo anulamos de forma inconsciente.
Es decir, si te dijeron 'los niños no lloran', es posible que ahora te cueste mucho expresar tus lágrimas.
El miedo, como el resto de emociones, también se expresa en el cuerpo. Y según los estímulos que hayas recibido, puedes reaccionar de 3 formas distintas.
Las 3 reacciones frente a un estado de ansiedad:
Cada una de las emociones que sentimos, tiene una función concreta para garantizar nuestra supervivencia, algo que buscan y desean todas las especies del mundo.
Cuando nuestros ancestros primitivos habitaban el mundo, tenían que enfrentarse a otros animales que podían devorarlos. Para resolver esas situaciones, desarrollaron el miedo que prepara el cuerpo frente a una amenaza y desarrolla una respuesta ante ella.
Hoy en día, la mayoría de nosotros no tenemos que enfrentarnos a tigres o leones que puedan devorarnos. Nuestras amenazas son un jefe enfadado o no poder pagar la hipoteca, entre otros. Sin embargo, la respuesta fisiológica sigue siendo la misma.
Cuando nuestro cerebro recibe señales de una potencial amenaza a través de la información de los sentidos (un ruido extraño, la visión de algo perturbador), todo se detiene para centrar la atención en ello.
Las pupilas se dilatan, se ralentiza la respiración y el ritmo cardiaco, los músculos se tensan, la presión arterial sube. El cuerpo se queda inmóvil, preparado para actuar.
Si el estímulo inicial aumenta, tomamos una de las 3 decisiones posibles. Estas tres opciones, se conocen como las 3 “F”, porque el nombre inglés de cada una empieza por esta letra.
Detenerse (Freeze)
Si nuestro cerebro interpreta que la amenaza es demasiado grande como para poder soportarla, todo se para. Nos hacemos los muertos.
La energía corporal se lleva hacia el interior, se reprime la respiración haciéndose casi imperceptible, la piel se vuelve pálida porque el flujo de sangre se concentra en las capas internas. En general, todo el cuerpo se encoje, como si quisiera hacerse pequeño.
Esto es lo que a mí me ocurría. Como me daba miedo que a nadie le gustara mi negocio personal, prefería quedarme quieta, así que mi cuerpo me lo indicaba con la ciática.
Por este motivo, procrastinaba con las tareas o me ponía excusas para no sacar mi página web. En definitiva, decidía que lo mejor era no hacer nada.
Huir (Flight)
Si, de forma inconsciente, pensamos que la amenaza es demasiado grande, pero confiamos en una salida posible, nos vamos. Es decir, nos ponemos a correr (aunque sea de forma metafórica).
El cuerpo se pone en marcha segregando cortisol, adrenalina y liberando la glucosa para darnos energía. Esta energía se concentra en las extremidades, la respiración agitada y el bombeo del corazón.
A parte de esta respuesta física, también podemos huir con nuestros pensamientos. Por ejemplo, antes tenía mucho miedo a los enfrentamientos, así que no me gustaba cuando discutía con mi pareja. En lugar de escucharle, me ponía a pensar en otras cosas.
Luchar (Fight)
Cuando valoramos la situación y pensamos que podemos con ella, decidimos enfrentarnos. En este caso, la reacción corporal es similar a la de huida.
Normalmente, yo no tomo esta decisión a la primera, ya que mi carácter tiende a optar antes por las anteriores opciones. Sin embargo, cuando reconozco mi miedo, puedo ver que la amenaza no es para tanto. Entonces, es cuando me preparo para actuar.
Gracias a ello, conseguí sacar adelante el negocio, a pesar de mis miedos. Mi amigo Óscar estaba en lo cierto: he conseguido gran parte de mis propósitos, superando mis miedos.
En muchas ocasiones, la decisión que tomamos, está influida por la forma en la que hemos aprehendido a gestionar el miedo en nuestro pasado.
Por eso, para poder gestionar nuestro temor de forma adecuada, es importante que reconozcamos cuál es nuestro patrón de comportamiento frente a una amenaza. Y para ello, te he preparado este ejercicio.
Descubre cómo reaccionas frente al miedo
A continuación, voy a describirte un ejercicio de Terapia de Movimiento, la técnica que, junto a la escritura, me permitió aprender a gestionar mis emociones.
Este ejercicio en concreto es de Movimiento Libre. Para practicarlo, puedes moverte como tú quieras. Si te apetece andar, andas. Si quieres bailar, bailas. Si quieres sentarte en el suelo, lo haces. En todo momento, tienes que permitirte hacer lo que te salga de dentro, sin juzgarlo. Tras el ejercicio, ya decidirás qué decisiones tomas frente a tu reacción.
En primer lugar, voy a describirte los pasos. Pero si quieres tener una mejor experiencia, he preparado un audio para que puedas centrarte en tus percepciones corporales sin tener que preocuparte por recordar cómo era el ejercicio.
Empieza a andar por la sala en la que te encuentras. Deja que sea tu cuerpo el que decida cómo va a hacerlo: rápido, lento, arrastrando los pies, pisando fuerte o como te salga en el momento.
Mientras vas andando, trae a tu mente una situación que te dé miedo. Si no aparece ninguna, trata de pensar en algo que te genere estrés o te haga sentir nervioso. Puede ser una conversación que quieres mantener con alguien, una decisión que debes tomar, una acción que tienes que realizar.
Cuando tengas esa situación en la mente, visualízala con todo lujo de detalles y permite que tu cuerpo actúe como quiera. Date cuenta de qué luz y que sombra hay. Qué objetos o elementos destacan. En qué lugar estás. Si estás acompañado o solo. La temperatura o el ruido del ambiente. Concéntrate lo máximo posible para sentir que, realmente, estás frente a esa situación. Y deja que el cuerpo haga. Si quieres parar, párate. Si quieres andar rápido, hazlo. Si quieres ir a la esquina, puedes hacerlo.
Date cuenta de cómo estás. Cómo se pone tu cuerpo. Quizá se pone rígido, quizá se ablanda, se hincha o se hace una bolita pequeña. Cómo son las sensaciones que hay. ¿Sientes calor, frío? ¿Hay alguna zona del cuerpo que sientas en especial? Quizá te pesa el corazón, o notas tus brazos activos. Deja que aparezca, sea lo que sea.
Y fíjate en cómo te sientes a nivel emocional. Si aparecen ganas de llorar, deja que salgan las lágrimas. Si te apetece gritar, permítelo. No hay ninguna reacción buena o mala. En este punto, también pueden aparecer pensamientos, imágenes o recuerdos. Toma nota mental de ellos, si salen.
Por último, vuelve a sentir tus pies en contacto con el suelo. Poco a poco, ves abandonando esa emoción o ese recuerdo y deja que tu estado se calme. Escucha los ruidos que vienen del exterior, la temperatura de la sala o cualquier estímulo de fuera que ahora llame tu atención. Si te apetece, también puedes estirarte, como si volvieras de un profundo sueño.
Cuando hayas terminado con el movimiento, te invito a que respondas a las siguientes preguntas: ¿Qué información recibías del exterior? ¿Cómo era la situación que has imaginado? ¿Qué posición o movimiento ha adoptado tu cuerpo? ¿Cuáles eran tus sensaciones o emociones? De las tres reacciones posibles, ¿cuál crees que es la tuya?
Si te apetece probarlo en tu casa, aquí tienes el audio.
3 ejercicios para ganar seguridad frente a tus miedos
El primer paso para aprender a gestionar tu miedo, es saber cuál es tu reacción y expresar la emoción. Para ello, puedes usar el ejercicio anterior.
No obstante, una vez tengas identificado tu patrón ante esa amenaza, es importante que cuentes con algunas herramientas para ganar seguridad frente a tus temores.
Si un león te persigue, no hagas caso de estos ejercicios y huye o escóndete. Pero si la situación a la que te enfrentas es algo cotidiano, practica lo que te propongo.
Enraizamiento
Uno de los motivos por los que ciertas cuestiones nos producen miedo, es por los pensamientos que generamos alrededor de ellas.
Por ejemplo, yo no quería sacar a la luz mi proyecto porque creía cosas como: “nadie me va a leer”, “no voy a generar interés con los artículos que escriba”, “este tema sólo me interesa a mí”, etc.
Sin embargo, cuando nos detenemos a observar la realidad tal como es, sin poner un juicio sobre ella, muchas veces nos damos cuenta de que la situación es mucho más amable de lo que nosotros creíamos.
Para poder observar la realidad, es necesario no hacer caso a esos pensamientos molestos y, para ello, va muy bien centrarse en las sensaciones corporales.
Para conseguirlo, puedes practicar el enraizamiento, que explico en este artículo.
Abrir el pecho
Otro problema al que quizá te enfrentas, es que no sabes identificar tus emociones. Si has practicado el ejercicio en audio y te ha costado encontrar una situación que te dé miedo, quizá este es tu problema.
Para reprimir nuestras emociones, acostumbramos a usar el pecho, ya sea porque lo encojemos o lo endurecemos.
Cuando, mediante ciertos ejercicios dirigidos, nos permitimos recuperar las sensaciones que hay en nuestro corazón, las emociones empiezan a aparecer.
Y, para ello, te pueden venir muy bien los dos ejercicios para abrir el pecho que explico en este vídeo.
Carta a tu miedo
Una vez tenemos identificado nuestro miedo, es importante aceptarlo. Pero la aceptación debe salir de forma natural, no podemos forzarnos a ella.
Por eso, yo prefiero decir que debemos darle un lugar dentro de nosotros a los temores. Para conseguirlo, te propongo que le escribas a tu miedo.
Explícale cómo te afecta, cómo te sientes cuando él aparece, lo que te impide hacer. Si estás enfadada con él, házselo saber. Si no te gusta que te deje paralizada, díselo. Permítete entablar un diálogo con él.
Al final de la carta, trata de buscar un lugar para tu miedo. Quizá puedes definir en qué lugar de tu cuerpo está instalado o qué parte de tu pasado hace que aparezcan tus terrores. Deja que esté ahí, es una forma de identificarlo.
Para terminar, si lo sientes, dile a tu miedo que, ahora que sabes dónde se aloja, no permitirás que te aleje de tus objetivos.
Reconoce tu miedo, dale un lugar y avanza con él
Es imposible no sentir miedo. La vida siempre te traerá retos que te atemorizarán. Pero, no por ello, debemos dejar de hacerlos. Porque detrás de nuestros miedos, están las oportunidades de crecimiento.
Si yo no hubiera reconocido y aceptado mi miedo, tú no estarías leyendo este artículo y yo no estaría feliz porque, gracias a mi emprendimiento, estoy ayudando a otras personas en su desarrollo personal.
Lo que me daba miedo, en realidad, escondía lo que más deseaba.
Y a ti puede que te ocurra lo mismo.
Por lo tanto, si sientes miedo, estos son los pasos que debes seguir: reconoce cuál es tu patrón de defensa (las 3 F), encuentra dónde está instalado y sigue avanzando. Avanza con miedo. Verás cómo, a medida que vayas recorriendo tu camino, tus temores se irán evaporando.
En este post, he hablado de un sentimiento en concreto, pero el cuerpo es un gran aliado para aprender a gestionar el resto de emociones. Si te gusta lo que has leído aquí y quieres seguir explorando, puedo acompañarte en este viaje.
Hace unos años, el dolor de cabeza, los cólicos menstruales y la ansiedad me perseguían.Todo cambió cuando aprendí que tenía todas las soluciones dentro de mí. Mi cuerpo sabía qué necesitaba para superar mis malestares. Sólo tenía que detenerme a escucharlo. Para ello, la Terapia de Movimiento y la Escritura fueron mis dos herramientas básicas.
¡Ahora es tu turno!
¿Qué te ha parecido este artículo? ¿Conocías la terapia corporal? ¿Crees que tu cuerpo puede ayudarte a superar tus miedos? ¿Quieres compartir alguna experiencia personal?
¡Cuéntamelo en los comentarios!
Si te ha gustado el artículo te agradecería que lo compartieras en las redes sociales para llegar a más personas.