No me extraña que haya personas a quienes no les gusta la Navidad. La publicidad llena de mensajes superficiales y el consumismo en su apogeo son solo algunos de sus ingredientes.
La Navidad actualmente es un ideal que nos ponen delante de la cara, donde todos se deben llevar bien: los padres deben ser amorosos, con la pareja todo tiene que ser armonía al igual que con los hijos, hermanos y cuñados.
Pero sabemos que la realidad no siempre es así. Nos guste o no, a la mesa de Navidad llevamos con nosotros nuestro amor y también nuestros conflictos con la familia.
Volver a nuestras raíces
De alguna forma las fiestas son el tiempo donde volvemos a la familia que nos vio crecer y gracias a la cual, en parte, hoy somos quienes somos.En esas raíces se entremezclan las cosas bellas con los conflictos y las heridas del pasado.
Si uno rechaza sus raíces o está en conflicto con ellas, rechaza parte de lo que uno es. Todo ello nos lleva a perder fuerza, a sentir un vacío ya que somos seres sociales, parte de un sistema. Nos guste o no.
Uno no puede pretender que los conflictos no están ahí, de la misma forma que no podemos quedarnos solo con la parte positiva de nuestras raíces y desechar la negativa. Por este motivo volver a los encuentros de Navidad representa para muchas personas un gran reto.
Se preguntan: ¿cómo gestiono lo luminoso y lo no resuelto? No hay respuesta universal pero sin duda alguna es casi imposible gestionarlo bien si seguimos atorados, interpretando todo lo sucedido desde el mismo sitio.
Para salir del conflicto tenemos que crear relaciones más respetuosas, reafianzar nuestra autoestima, saber qué queremos -y qué quieren los demás- y tener recursos para solucionar las heridas.
Heridas del pasado
Todos las tenemos. Ya sea por las experiencias traumáticas durante la infancia por las fricciones cotidianas con familiares por la tristeza de la familia que no funcionó y que se tuvo que separar por aquellos sueños grupales que no se cumplieron y sobre todo, por esas relaciones donde impera una sensación de no poder conectar, de amor bloqueado y de “puente roto” entre dos personas.Tal vez sea con un hermano, un cuñado, una hija o un padre de difícil carácter.
Podemos estar acostumbrados a esa desconexión, pensando que no nos afecta, pero en el fondo sí lo hace pues nos duele y condiciona, encerrándonos en una coraza protectora.
No me extraña que haya personas a quienes no les gusta la Navidad, pero no por lo dicho al inicio, sino porque sienten que es momento de fingir lo que no es y de reconectar con sus heridas vinculadas a sus raíces.
Alguna vez en terapia le he escuchar a alguien decir ¿por qué no puedo tener una familia normal? La verdad es que no hay respuesta. Nos toca la familia que nos toca. Como todos, intentamos vivir en armonía con los demás, pero las “espinas clavadas” están ahí.
Solo cuando hagamos el trabajo personal de sanar las heridas, dejaremos que las cosas positivas de la Navidad ganen más fuerza.
Lo que más importa
La parte hermosa de la Navidad es que nos permite detener nuestra agitada vida para tener tiempo para lo que importa, que no es otra cosa que las relaciones y el amor.Ni el dinero, ni el éxito o las posesiones nutren tanto a nuestro ser, como el dar y recibir amor. De ahí que la Navidad es una fecha que nos puede recargar el corazón con un impulso insustituible.
La navidad también une el pasado con el futuro, pues en la misma mesa se juntan abuelos, hijos y nietos. Juntos dan continuidad al infinito hilo de la vida, del cual somos solo un pequeño y bello trozo a pesar de las fricciones o imperfecciones.
No me extraña que haya personas que esperan con ilusión los reencuentros navideños y que cruzan continentes para volver a unirse con sus familiares.
Ojalá aproveches estas reuniones, independientemente de si son reuniones gigantes o pequeñas, para sentir la magia del hilo de la vida y, si sientes que lo necesitas, para dar un paso más en el camino hacia abrazar tus raíces tal y como son.
Bueno mi querido/a lector con gran alegria por poder visitar la tierra de mis raíces, mi México querido, te abrazo con mucho cariño estés donde estés.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.