Hace unos días compartía un post en el que hablaba de la importancia de dedicar tiempo a cuidarnos de verdad, a escucharnos, mimarnos, querernos y a aprender a estar con nosotros mismos, para tomar conciencia de lo que nos sienta mal -y también de lo que nos sienta bien-.
Es curiosa la acogida que ha tenido la publicación: muchas visitas, muchas veces compartida, muchos comentarios en redes sociales y algunos también por aquí… Creo que realmente todos sentimos que necesitamos dedicarnos más tiempo, pero no sabemos muy bien cómo hacerlo. La rutina del día a día se impone y el ritmo de vida actual, tan exigente, nos condiciona y nos limita en este sentido.
Quizás sea porque nadie nos ha explicado muy bien cómo hacerlo; quizás porque pensemos que es más complejo de lo que realmente es, o tal vez seamos algo más pesimistas y tengamos la sensación de que en realidad no sirve para nada. El caso es que la tendencia suele ser dejarlo estar. A pesar de que sabemos que deberíamos prestarnos más atención, a pesar de ser conscientes de que la salud se encuentra más allá de la medicación, al final -en la mayoría de los casos- nos cuesta hacer algo al respecto.
Sin embargo, -y aquí viene lo bueno- no es tan complicado.
Se trata, más que nada, de introducir este nuevo hábito en nuestro día a día e ir moldeándolo a diario. Hay muchas formas de hacerlo y cada uno debe encontrar la que mejor le venga por horarios, tiempo, gustos y necesidades.
No voy a decir, tampoco, que sea algo automático que venga sólo y que no necesite esfuerzo, sobre todo al principio. Como todo nuevo hábito, instaurarlo cuesta un poco. Pero realmente merece la pena.
En mi caso, la dificultad más grande fue encontrar ideas para ponerlo en práctica y, sobre todo, acordarme de hacerlo. Increíble, ¿no? Llegó un punto en el que ni siquiera me acordaba de dedicarme un ratito para prestarme atención, durante días.
Fui consciente de esto en una conversación entre amigas, una tarde, cuando una de ellas dijo “pero chicas, ¿ustedes cuando tiempo se dedican al día?”. Ahí algo en mí se despertó, y me di cuenta de que llevaba muchísimo tiempo sin prestarme atención. Siempre con obligaciones, siempre con cosas por hacer, siempre con prisas… Había llenado mi rutina de cosas y me había alejado de mí. Y fue en ese instante en el que me propuse reconectar conmigo misma y empezar a dedicarme un ratito diario a escucharme, sentirme, entenderme y cuidarme.
Es cierto que a día de hoy sigue habiendo días en los que el ajetreo hace que me cueste más dedicarme este tiempo, pero al menos ahora me doy cuenta de ello y busco la manera de compensarlo. No se trata de ser perfectos, se trata de aprender y de tomar conciencia, de ir avanzando cada uno a su ritmo.
En este compromiso por tratarme un poco mejor y dedicarme un ratito de calidad cada día, el año pasado escribí “un viaje por lo sencillo”. Un libro práctico, una pequeña guía, con algunas ideas sencillas para ir incorporando este hábito en mi vida. Un libro que nació de mi propia necesidad de tener una herramienta que me permitiese tomarme este tiempo diario para dedicarlo a mí en exclusiva, y con la idea de que pudiese resultarle útil a otras personas que, como yo, quisieran empezar a prestarse atención pero no supiesen muy bien cómo hacerlo. El libro, además, forma parte del material que usa la asociación Proyecto Sencillo en los talleres de educación emocional con niños/as y con mayores que lleva a cabo.
Hoy -vista la acogida de este tema- me apetece compartir una de las prácticas que recoge el libro. Es una actividad muy sencilla, pero que aporta mucha calma y bienestar. Te invito a que lo pongas en práctica y me cuentes tus sensaciones en los comentarios.
Es sólo el comienzo. Es el inicio de un viaje largo y personal, pero como dijo Lao Tzu “un viaje de mil millas comienza con un solo paso”, y esta es mi aportación para que todo aquel que quiera, encuentre la manera de empezar su viaje personal…
Espero que te guste
Un abrazo // Rut
IR A LA PRÁCTICA
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