Uno de los aspectos que más se ha visto modificado en todo este tiempo ha sido mi manera de trabajar, el modo en cómo me organizo mi día a día, mis prioridades, incluso mi manera de ver el mundo. He tenido que aprender a organizarme, a ser más productiva, a hacer caso a mi intuición, a procrastinar menos, a dar rienda suelta a mi creatividad, a creer más en mí, a elegir, a tener bien lejos a los vampiros emocionales y MIL cosas más. No digo que en mi etapa de trabajar para otros no aprendiera muchas de estas cosas, evidentemente he crecido mucho como persona y como profesional en cada uno de los lugares en los que he estado. Pero cuando trabajas para ti, estos aprendizajes se intensifican. Todo se intensifica, las hostias y las preocupaciones también.
Por eso todos los temas de inteligencia emocional y crecimiento personal se me hacen ahora más necesarios que nunca. Yo misma soy la que me automotivo, autoexigo, autocastigo y me autoregalo. Yo me lo guiso y yo me lo como y como todo en esta vida, esto tiene su parte buena y su parte mala.
Una de las cosas que hace tiempo intento mantener a raya para poder sacar adelante mi trabajo es la queja. Dicen que el deporte nacional en nuestro país es la envidia, pero creo que la queja le sigue bien de cerca. Somos unos quejicas y a medida que nos hacemos mayores, ¡más!
Desde siempre he sido una persona que intenta mirar las cosas con perspectiva, intentando tener en cuenta las distintas caras de un mismo asunto, intentar verlo en su globalidad. Por ejemplo, cuando trabajaba organizando eventos, tenía siempre presente el objetivo final para poder meterle mano incluso a los detalles más pequeños como tener agua para los ponentes o que en las acreditaciones no hubieran faltas de ortografía.
Tanto en el trabajo como en el resto de facetas de nuestra vida, los problemas, marrones o retos (depende cómo queramos verlos) pueden encajarse como una losa o como un aprendizaje. Todo lo que nos ocurre en nuestro día a día tiene dos caras, depende sólo de nosotros dónde le ponemos el foco y qué destacamos. Si ante cualquier situación lo primero que nos viene es la queja, lo único que quedará al descubierto será eso. Y, desde mi punto de vista, destacar sólo esa amargura empobrece nuestra vida.
Por eso me pareció tan interesante este ejercicio contra la queja que vi el otro día navegando de aquí para allá. Me encontré con esta entrevista hecha a raíz de este artículo. Este reto forma parte de un ejercicio mucho más amplio, pero está planteado en pequeñito para que nos animemos a unirnos: pasar 24h sin quejarse. Como veréis, no es nada fácil, estamos tan acostumbrados a soltar un quejido por cualquier cosa que tendremos que poner el cronómetro a cero más de una vez. Ahí radica lo interesante del reto:
Primero ser conscientes de lo mucho que nos quejamos sin hacer nada para solucionar lo que nos molesta, o sin analizar porqué nos molesta, o incluso si realmente nos molesta.
Y segundo, cambiar ese hábito nocivo para nosotros y para las personas que nos rodean y acostumbrarnos a pensar de otra manera mucho más sana y optimista.
Nuestro cerebro es igual que un músculo. Como los bíceps o las abdominales, debemos entrenarlo para mantenerlo en forma. Si hacemos soffing mental sólo conseguiremos un cerebro fofo, y no queremos eso ¿verdad?
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La entrada ¿Te atreves a pasar 24h sin quejarte? aparece primero en Lilu and Me.