Este síndrome es de los más curiosos que se pueden encontrar actualmente, y ha salido a la luz pública de forma más o menos notoria estos últimos días pese a que en Suecia se llevan casi dos décadas intentando combatirlo. Reúne dos requisitos claros, de momento sólo ha sido testado en el país escandinavo y se da solamente entre los hijos de las personas que buscan asilo.
Te preguntarás en qué consiste, pues ni más ni menos en que estos niños se aislan por completo, dejan de caminar, de hablar e incluso de abrir los ojos, si bien algunos de ellos eventualmente se recuperan.
Pero como bien sabes, las cosas no ocurren por casualidad, todo -o casi todo- tiene una explicación, y en este caso hablamos de niños que han vivido experiencias traumáticas, que han sido testigos de violencia extrema, en muchos casos hacia sus propios padres, o cuyas familias han tenido que huir de un ambiente inseguro, de países en conflicto.
Cuando las autoridades locales notifican a sus padres que no pueden permanecer en el país y este hecho llega a conocimiento del niño/a, su respuesta ante la crueldad que han vivido y el miedo a volverla a experimentar es "desconectar" la parte consciente de su cerebro, volverse hacia si mismos.
La primera vez que se informó del síndrome de la resignación en Suecia fue a finales de la década de los 90, y ya entre los años 2003 y 2005 se llegaron a censar algo más de 400 casos.
Este fenómeno fue poco a poco teniendo calado entre la sociedad sueca, llegando a trascender a la escena política. Se llegó a comentar que los pequeños fingían o que los padres les medicaban para producir estas reacciones y obtener el asilo político, pero ninguna de ambas afirmaciones ha podido ser comprobada.
Afortunadamente, en los últimos años, los casos han disminuido, así la Junta de Salud Sueca, según recoge en su reportaje la cadena BBC, ha declarado que entre 2015 y 2016 se han dado "solamente" 169 casos.
Del mismo modo informan que los más vulnerables son los pequeños que proceden de zonas geográficas muy concretas, como los Balcanes, la antigua Unión Soviética, los de etnia gitana o recientemente los yazidíes (miembros de una religión preislámica mayoritariamente practicada en Irak). En menor medida se ven afectados pequeños que no están acompañados de sus familias, por motivos diversos, provenientes de forma mayoritaria de África y en menor cantidad de Asia.
Se ha establecido algún paralelismo con este tipo de reacciones a las que se produjeron en algunos campos de concentración nazis, incluso a principios de la misma década de los 90 se dio algún caso aislado en Reino Unido, pero no entre niños cuyas familias demandaban asilo.
Según declara en el reportaje de la BBC sueca el pediatra del Hospital Infantil Astrid Lindgren, el doctor Karl Sallin, "hasta donde sabemos no se ha establecido ningún caso fuera de Suecia".
Añade igualmente que no tienen una explicación de por qué no trasciende fuera de las fronteras suecas, aunque dentro del estudio que está realizando parece desprenderse que "la explicación más plausible es que hay ciertos factores socio-culturales necesarios para que se desarrolle el trastorno" y que "la forma de reaccionar o responder a eventos traumáticos parece estar legitimada en ciertos contextos".
No se ha podido establecer si este síndrome puede ser "contagioso", no más allá de que niños con experiencias parecidas y vivencias sociales similares en el propio país escandinavo han derivado en experimentarlo por una mera coincidencia de "síntomas".
Tampoco a día de hoy, y por sorprendente que parezca, se han realizado estudios científicos serios sobre estos casos, la única conclusión clara es "sabemos que estos niños sobreviven".
Foto de Solsidan, el hogar de acogida en la ciudad de Skara
En la zona sur del país, en concreto en ciudad de Skara, hay un centro llamado Solsidan que acoge a todo tipo de niños con problemas. Según Annica Carlshamre, trabajadora social de la empresa Salud Gryning, "desde nuestro punto de vista, esta enfermedad tan particular tiene que ver con el trauma pasado, no con el asilo".
Estos terapeutas consideran que cuando los niños son testigos de conductas violentas hacia sus padres, su vínculo más importante con el mundo queda destrozado. El niño entiende que su padre o madre, o incluso ambos, no pueden cuidarle y se "dan por vencidos" ante la dependencia que tienen hacia sus progenitores.
Esa conexión familiar ha de ser reconstruida, pero según sus terapias el niño ha de recuperarse para lo que un primer paso es separarlos de sus padres.
Añade Annica que "todas las conversaciones sobre migración están prohibidas y jugamos con ellos hasta que ellos son capaces de jugar por sí mismos". Es un trabajo muy difícil y que exige una gran dedicación ya que "tenemos que vivir para los niños hasta que ellos estén listos para vivir por sí solos, porque creemos que ellos sí quieren vivir y todas sus capacidades están ahí, pero las han olvidado o ignorado deliberadamente".
El caso es que con este tipo de terapias, de los 35 niños con los que Carlshamre ha tenido contacto o conocido, uno obtuvo permiso para quedarse en Suecia, pero los otros 34 se recuperaron antes de que su asilo fuera asegurado.
Se abre pues una ventana hacia la esperanza, el problema el coste en tiempo y dinero que esta total dedicación exige.
Hasta hace poco, las familias con un niño enfermo podían quedarse en el país, pero la llegada en los últimos 3 años de unos 300.000 inmigrantes provocó un cambio en la normativa sueca.
El pasado año entró en vigor una nueva ley que limita la estancia de los refugiados y les concede un permiso que va desde un mínimo de 13 meses hasta un máximo de 3 años.
Por tanto, el periodo de recuperación de los niños afectados irá condicionado a esos plazos de permanencia en el país escandinavo y lejos de las vivencias y recuerdos que les desencadenaron su actual situación.
Confiemos y deseemos que algo tan extendido hoy en día como es el exilio procedente de determinadas zonas con conflictos bélicos no termine por desencadenar el nacimiento de nuevas enfermedades como es el caso de estos pequeños.