La sombra representa el lado oscuro de nuestra personalidad, donde se esconden los instintos más primitivos de nuestro pasado evolutivo y los aspectos rechazados por nuestra mente consciente y social. Este lado oscuro se manifiesta en nuestros miedos, frustraciones e inseguridades cuando surge la confrontación entre nuestra identificación con ciertos valores que una cultura nos ha impuesto, y ciertas actitudes y rasgos inconscientes de nuestra personalidad que el Yo consciente rechaza por no reconocerlos como propios. La sombra personal es la parte psíquica de nuestra personalidad no asumida por nuestro consciente social predominante. Es el aspecto que consideramos negativo de nuestra personalidad que está contiguo a la conciencia y que no desaparece, se mantiene oculto y al acecho la mayor parte del tiempo, manifestándose cuando hay algún altercado molesto o situación conflictiva con los demás que genera emociones intensas; por ejemplo cuando sentimos una ira excesiva ante un simple reproche de alguna amistad íntima. A menudo tenemos sentimientos que nos resultan inaceptables socialmente y los desterramos de nuestro ego consciente para no sentirlos en nuestra cotidianidad, aunque de vez en cuando podemos percibir esa sombra inconsciente escondida detrás de nuestro rechazo inflexible hacia diferentes cuestiones personales, o detrás de sentimientos sutiles de culpabilidad e inseguridad.
La sombra personal se va desarrollando desde la infancia a partir de nuestras experiencias y aprendizaje social, donde vamos desechando aquellas ideas o conductas que no consideramos adecuadas según las normas morales y el contexto cultural en el que nos hemos educado. Cuando un niño tiene un pensamiento o conducta que cree que es inaceptable para la sociedad en que vive, sentirá un chispazo de ansiedad tan desagradable que termina reprimiendo o adormeciendo esa parte de sí mismo que considera prohibida. Y para rellenar ese vacío el infante crea un falso Yo, cuya función es mitigar el sufrimiento por la pérdida de su integridad original, su totalidad individual. Cada cultura esconde en un rincón oscuro diferentes ideas o cuestiones, como la sexualidad en las sociedades cristianas (la masturbación, el sexo prematrimonial, la homosexualidad, las fantasías sexuales,…), el rechazo a convivir con gente de distinta etnia o religión en ideologías nacionalistas por temor al contagio de la pureza de las tradiciones o de la raza, o tener alimentos tabú en ciertas religiones (comer cualquier tipo de carne para los budistas, carne de vaca para los hinduistas o carne de cerdo para los judíos, por ejemplo). Si a un niño le enseñan que existen “malos pensamientos”, le estarán inculcando un miedo moral hacia su propio universo mental interior, que tratará de anestesiar y extirpar de su experiencia interna. La gran mayoría de los seres humanos cargamos desde la infancia con una gran cantidad de sufrimiento inconsciente que no hemos sabido aliviar.
Todas las personas llevamos dentro un ángel y un demonio, una parte correcta, noble y amable (nuestra máscara social consciente) y otra parte oscura, reprimida y generalmente inexplorada que alberga instintos heredados (como la rabia, la violencia, el odio, la mentira, la vergüenza, los celos, la culpa…) e ideas homicidas, suicidas, sádicas o lujuriosas, por ejemplo. La sombra personal es una parte del inconsciente que conforma nuestro ego (nuestro Yo), esa parte donde hemos ido desechando todo lo que no se acomoda a nuestro ego ideal durante el proceso de desarrollo de nuestra personalidad. El resultado es la reducción progresiva de nuestra identidad, empobreciendo y distorsionando lo que creemos que somos, además de sentirnos perseguidos continuamente por nuestra propia sombra que lucha para hacerse oír ante la conciencia, camuflándose en forma de ansiedad, miedo, vergüenza, culpa o tristeza. Por eso también contiene todo tipo de capacidades potenciales que no hemos desarrollado, cualidades que no hemos manifestado porque las hemos desterrado a las profundidades de nuestra mente y que son parte de nuestra propia humanidad, de nuestra verdadera naturaleza. Solo aceptando la existencia de la sombra podremos descubrir las cualidades que encierra, porque no solo contiene el mal, simplemente es lo opuesto al ego. Lo que hemos reprimido contiene también cualidades buenas como instintos normales, impulsos creadores, sabiduría instintiva y una gran energía que podemos utilizar de forma positiva, porque la sombra está contigua al mundo de los instintos. Ante una situación de peligro inminente para la supervivencia del cuerpo nuestra naturaleza animal toma el mando y actúa de manera inmediata, pasando por encima de nuestro Yo consciente.
La oscuridad está presente en cada individuo. Hitler, Stalin, Pol Pot… no pertenecían a una raza maligna diferente a la nuestra, eran seres humanos como nosotros. Cuando el ser humano no acepta esa parte negativa de su propio psiquismo fruto de haber desarrollado un ego, negando su propia maldad, culpabilidad o sentimiento de inferioridad, necesita proyectarla sobre los demás para después percibir que son los otros los mezquinos, culpables o malvados. El fenómeno de la proyección es un mecanismo mental (emocional y social) inconsciente que consiste en atribuir al mundo externo nuestra propia culpabilidad, ruindad y maldad, y luego sentir que lo negativo procede del exterior (lo que reduce nuestra ansiedad) para después pasar a perseguirlo y aniquilarlo. Con nuestras partes negadas construimos al enemigo, percibiendo en él sólo aquellos aspectos que nos resultan insoportables en nosotros mismos, convirtiéndose así en el espejo de nuestro propio Yo: odiamos a nuestro enemigo en la misma proporción en que odiamos ciertos aspectos de nosotros mismos.
¿Cómo saber cuándo proyectamos, cuándo entramos en el territorio de la sombra?
Cuando alguien, con su actitud o sus ideas, nos afecta emocionalmente y respondemos de forma exagerada en su contra, lo más probable es que estemos proyectando nuestra sombra. Aunque las proyecciones también pueden ser positivas, generalmente lo que advertimos en los demás son esas cualidades que nos resultan más insoportables de nosotros mismos. Entonces para descubrir estas cualidades de nuestra sombra debemos investigar qué actitudes y rasgos nos molestan de los demás y en qué grado nos afectan. Si yo lo que más odio y detesto es la mala educación y la soberbia, por ejemplo, lo más probable es que esté ante cualidades de mi propia sombra personal, aunque me sea extremadamente difícil admitirlo. Por supuesto no todo lo que criticamos es una proyección, pero si actuamos desproporcionadamente ante lo que objetivamente no tiene tanta importancia significa que algo se ha activado en nuestro inconsciente. Si asumimos la responsabilidad de nuestras propias emociones en la generación del proceso de la proyección, podremos cambiar nuestra idea y sentimiento hacia la gente que nos rodea por otra visión más realista.
Como enseña la psicología en general, el diálogo frente a frente entre la conciencia y su sombra es una necesidad terapéutica. La mejor forma de integrar nuestras partes opuestas internas, de dar luz a nuestra sombra personal, es afrontarla y querer conocerla conscientemente, admitir que esas características y atributos negativos que negamos en nosotros realmente residen en la parte oscura de nuestra personalidad, que nuestra sombra contiene los aspectos más primitivos e inadaptados de nuestra naturaleza que hemos rechazado por motivos sociales, culturales y morales. Tener conciencia de nuestra sombra es un difícil reto moral, un conocimiento doloroso de adquirir, que comienza con “querer darse cuenta” de nuestra parte negativa que el ego ha rechazado: nuestra maldad, avaricia, codicia, envidia, celos…, para así hacer conscientes nuestros conflictos inconscientes. Así podremos aprender a adueñarnos de nuestras proyecciones y recobrar toda la energía y fortaleza que oculta nuestra sombra. Cuando descubrimos nuestro lado oscuro empezamos a relacionarnos con nuestro inconsciente (que va dejando de ser un desconocido) y vamos reorganizando nuestra personalidad y expandiendo nuestra identidad.
Hay que prestar atención a nuestros síntomas físicos y a nuestras neurosis para descubrir su lenguaje, sin tratar de interpretarlo y dejando al margen nuestras creencias. Si siento ansiedad debo aceptar que yo soy el único responsable de generarla, que mis pensamientos oscuros son los que causan mi tensión física. Debo ser plenamente consciente de mis temblores, taquicardias y estremecimientos, sentir mis latidos acelerados, mi respirar entrecortado, mi angustia vital. Aceptar que yo soy el único causante de mi malestar. Aceptar mi sombra, por ejemplo la ira, no significa actuar según sus mandatos (peleando, destrozando cosas, gritando…), sino ser consciente de mi rabia para después poder integrarla en mi mundo mental. Para conocer lo más posible mi totalidad individual debo examinar cuáles son mis límites, cuál es mi capacidad para hacer el bien y cuánto mal puedo llegar a realizar, y ser consciente de que ambos, el bien y el mal, forman parte de mi naturaleza.
Si asumo mis demonios internos (mis temores, decepciones, proyecciones y traumas del pasado), los puedo transformar en mis aliados al utilizar su energía psíquica para fines más positivos. Jung decía que no hay luz sin sombra ni totalidad psíquica libre de defectos, por lo que nuestra tarea en la vida no es que seamos perfectos sino completos, aceptándonos plenamente al integrar nuestra sombra en la personalidad para hacerla consciente y poder llegar a un acuerdo con ella, para poder controlar sus manifestaciones. Esta integración nos enriquece al complementarse los impulsos de la sombra con otros aspectos personales conscientes, y quizá podamos llegar a lo que Jung denominó el proceso de individuación, la autorrealización total y profunda de uno mismo.
“Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad” -Carl Jung-
Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro Blog)