Paso 1: Comienza en una posición de rodillas. Separa los pies de forma que los talones estén a cada lado de tus caderas. Los diez dedos de los pies deben estar en el suelo y los talones tan cerca de tu parte inferior como sea posible. Si hay algún dolor en las rodillas detén la postura. Si no puedes conseguir que tu parte inferior toque todo el suelo, pon algo sólido bajo tus pies para aguantar tu peso.
Paso 2: Si te sientes cómodo en esta posición, deja caer los codos alineados directamente debajo de los hombros. Al hacer esto no dejes que tus rodillas se eleven del suelo, si esto ocurre es señal de que te has ido demasiado lejos en la postura. Si te sientes cómodo, puedes mirar hacia el techo manteniendo cierta tensión en tu cuerpo. Presione las rodillas hacia abajo para estirar las piernas, toca el suelo con los codos y aprieta los omóplatos para arquear la columna vertebral y abrir el pecho.
Paso 3: Si estás sentado directamente en el suelo y te sientes cómodo, se puede dar un paso más. Poco a poco te vas acostando (de nuevo viendo que tus rodillas no se elevan del suelo), trayendo tus brazos sobre la cabeza y tocando los codos opuestos. Tira hacia abajo de los codos, levanta el pecho y mueve tus hombros lejos de tus orejas. Mira hacia la línea central de su cuerpo y mantén la cabeza en el suelo.
Conserva la postura durante 5-6 ciclos de respiración largos, respidrando por la nariz. Usa cada inhalación para abrir el pecho y cada exhalación para soltar la postura. Sal lentamente hacia una postura a cuatro patas y estira las piernas hacia atrá para mejorar el movimiento del flujo sanguíneo.
Consejo: Si te resulta difícil el estiramiento contra el suelo de la parte delantera del pie, enrolla una toalla de mano y colocala entre la parte superior de tus pies y el suelo para quitar la presión de la postura.