Cuando hablo de mindfulness o atención plena, no pienso solo en los espacios de práctica formal, es decir, en aquellos minutos en los que adoptar ciertas posturas en silencio y atender a nuestra respiración, sino más bien en conocerte en los espacios que habitas y en las acciones que realizas.
Mindfulness es planchar, conducir, asearse, comer, amar, jugar, estudiar, incluso enfadarse. Es atención en todo lo que haces. Es encender la linterna de tu conciencia para moverte con libertad en el instante presente desde donde reubicarte y enfocarte para construir aquello con lo que sueñas, aquello que quieres hacer realidad, esa ilusión que quieres construir.
Llevar mindfulness a la vida cotidiana es el objetivo que debe tener claro quien se quiera iniciar en su práctica. Es imposible escaparse de uno mismo. Estés donde estés, siempre caminas con tu cabeza sobre los hombros y, esta a su vez, unida a un cuerpo del que no te puedes separar.
Hasta que no aceptes esto, tu mente estará siempre acelerada moviéndose demasiado rápido entre el pasado y el futuro y tu cuerpo andará olvidado moviéndose con torpeza por no prestarle la suficiente atención.
Aplicar mindfulness en la vida cotidiana, es vivir el espacio que habitas con más libertad y sabiduría, aprendiendo que, en cada uno de tus actos, está la semilla de una vida; esa que sueles buscar lejos de ti mismo pero que, sin embargo, está justo dentro de ti.
Como trato de explicar siempre en los cursos, talleres y seminarios; con mindfulness no vas a volar, no vas a ?flipar?, no vas a ver más de lo que ves, sino que vas a ver lo que antes no veías, que no es otra cosa que la serenidad de lo que vives.
Mindfulness en la vida cotidiana es ser conscientes de que, te pongas como te pongas, tu vida es Aquí y ahora.
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