El cuerpo un tanto magullado, moratones en las rodillas, bíceps, antebrazos, rasguños y algunas heridas. La adrenalina a flor de piel. El corazón latiendo y con las lágrimas a punto de limpiar el barro de mis mejillas en la recta final.
Cruzar la meta te revuelve el estómago, te hace sentir mariposas luchadoras y cambiar el chip por completo. Cruzar la meta es batirte a ti mismo, tus retos, tus miedos. Superarte. Sentirte más libre que nunca y más capaz de hacer lo que te propongas.
Una amiga, la cual es una espartana en toda regla, nos animó a un grupo de amigas a volar hasta Palma para inaugurar las carreras de obstáculos de 2018. Yo, yo en una carrera de este estilo. Yo en cualquier carrera, vaya. Dos semanas antes me lancé, sin entrenar. Sabía a lo que me exponía, pero también sabía lo que significaba.
Superas tus miedos en la Spartan Race
5km y 20-23 obstáculos por delante. Son las 14h y estamos en la base militar Jaume II. Calentamos y estamos de los nervios. Lo primero antes de llegar a la línea de salida es saltar un muro. Sí, ya de primeras. Pasado (con ayuda de los buenos espartanos) empieza el cachondeo. Calentamiento conjunto, risas y dispuestas a comenzar. “Espartanos, ¿cuál es vuestro oficio? ‘Au, au, auuu” y al unísono salimos al trote camino al primer reto.
Sonará idílico, un poco romántico y de una positividad exagerada, pero no lo es. Tu cerebro juega un papel casi más indispensable que tu cuerpo. Al final cada caída, superación y momento vivido, formará parte de ti y será digno de ser comentado durante días. Este tipo de carreras recrean al máximo el hábitat natural del que venimos y las constantes dificultades y sorpresas que nos encontramos. Nadie sabe con anterioridad como será la carrera ni en terreno ni en pruebas. En la Spartan Race se guarda el secreto a la perfección. Gracias a ello, sientes ese hormigueo que no te deja dormir. Esa impaciencia. Al igual que un enamoramiento.
Os lo confieso: tengo un pánico absoluto a las alturas. Y cuando nos adentramos en la zona vegetal superamos los primeros muros y troncos. Agilidad y altura. Brutal. Nos acercamos a un obstáculo duro para mí. Una ‘escalera’ prácticamente sin ángulo, casi vertical, de unos 5m. Me planto arriba rápido sin pensar en la bajada. Arriba me entra un nudo en el estómago, me cuesta dar la vuelta y bajar. Un chico desde el otro lado me anima, me va indicando cómo descender y superarlo. Olvidarme del miedo. Y lo hice. Me sentí poderosa, capaz de todo. Gracias a la fuerza que todos los espartanos dan.
Es difícil de explicar con palabras. Es una carrera en la que piensas que la gente será egoísta, irá a su bola e intentará lucir músculo, pero no. Aprendes y mucho. Algunos lo comparan con la misma vida en la que acabas con tus peores pesadillas gracias a las personas que se cruzan en tu camino.
Uno de los últimos obstáculos también es de altura, éste mucho más alto que el que os explicaba antes. Un chico me acompaña en toda la red para que no me preocupe. Está conmigo y me dice que no se irá, que lo pasaremos juntos. Lo hacemos. Salta, me coge la mano y me lanza. Nos queda pasar una piscina helada gigante y el muro final. Las fuerzas flaquean, el barro y el agua dificultan superarlo. No lo consigo. Pero no pasada nada. Nos arrastramos por debajo de los Mercedes y saltamos la última línea, la línea de fuego, la línea de meta.
Abandonar no es una opción
Puedes coger tus bártulos y largarte, pero no vi a nadie hacerlo si no fuera por lesión. Yo me hice daño en un pie muy al principio lo que complicó las partes de carrera. ¿Rendirme? No estaba en mi mente. Se asomó en algún momento, pero decidí que sólo había un objetivo: la meta, la medalla, la satisfacción.
En muchos momentos, sobre todo en las pruebas de la Spartan Race de altura, necesitas que un compañero te haga escalón y te lancé directa por los aires. Siempre te ayudan.
Se ha acabado y mi sensación, como os decía al empezar, es de orgullo de mi misma, de mis compañeros de carrera, de haber sido capaz de hacer algo que en la vida hubiese imaginado. Una cosa tengo clara: mi objetivo es la próxima Spartan Race. Ha sido la primera, pero no será la última.
En Mallorca las pruebas fueron de lo más complicadas. Muy similares a las de Andorra en cuanto a dureza del terreno. Desniveles y pendientes muy considerables. En el tramo más largo nos tocó pasar por el famoso alambre de espinos en pendiente. Cuando pensábamos que había acabado, ¡sorpresa! giramos la cara y nos encontramos con una zona rocosa. Valió la pena. Al levantar la cabeza vimos el impresionante paisaje a nuestro alrededor. Nos paramos un momento para saborearlo (y recuperar el aliento) mientras mirábamos la Bahía de Palma. Hacía frío, mucho frío y viento. Había llovido durante los días anteriores y el terreno estaba aún más complicado, pero nada nos impidió continuar.
Las caídas te hacen más fuerte
Y todo lo que sube baja. En medio de la marina, rodeadas de vegetación seguía nuestra aventura. Increíble.
3 pruebas y notaba el calor de la gente, de los acompañantes y de la línea de fuego. Al final siempre está el muro más alto. Un chico enorme me lo pone fácil. Me hace el escalón, como os decía, y casi sin esfuerzo me coloca en la parte superior. Me planto mal, de cara, para saltar de pie. Error.
En los muros pequeños no hay problema, en los grandes la mejor táctica es girarte, colgarte de la parte superior y dejarte caer. Lo intenté, pero ya iba mal encaminada. Este chico me ayudaba desde el otro lado. Me tenía cogida de las manos y me animaba. Era tarde. Resbalé y ‘crac’. Todo el mundo oyó un ‘crac’, yo también. Me rasqué todo el antebrazo izquierdo, la parte interior del codo y la mano derecha. Necesité unos segundos para recuperarme. Oigo personas que me hablan, que me animan y me preguntan si estoy bien. Lo estoy, pero en ese momento todo cuesta. Una voz me reconforta especialmente. Se trata del chico que me ayudó a saltar. Me pedía disculpas por haberme soltado. Era alto, llegaba a mí, pero milagros tampoco podía hacer. Me abraza, se queda conmigo un rato, mira que no sea grave y nos vamos juntos a revolcarnos debajo de los tanques militares.
Me llevo cosas preciosas: la solidaridad de los compañeros de aventura, la de las amigas, los ánimos, los aplausos, las palabras de esfuerzo, la mano tendida cuando caes para volver a levantarte. Me llevo una manera diferente de pensar. La consolidación de una nueva forma de ver el mundo y tomarme las situaciones que llevaba tiempo aplicando.
Cada obstáculo superado no es un reto tuyo, es un reto de equipo por qué todos nos sentimos orgullosos de cada espartano que lo supera. De cada persona que decide borrar sus miedos para escribir una nueva historia. Si vas, te encontrarás a personas con kilos de más, con kilos de menos, con poca fuerza, con una fuerza gigante… pero todos con las mismas ganas y el mismo reto: llegar a la meta.
¿Qué he aprendido de la Spartan Race?
Puedes tomártelo de dos formas: con poca forma física como reto para luchar por lo que quieres y punto de inflexión o con entreno para saber que puedes llegar aún más lejos.
Debes llevar ropa cómoda, pero nada de algodón. Piensa que cuando te mojas y el barro se seca un poco pesa, y mucho. Mejor que sean tejidos mucho más técnicos.
Las zapatillas de tacos. Ponte las de running trail o los desniveles serán tu peor pesadilla.
Ante los obstáculos pon la mente en blanco. Olvídate de que antes de entrar en la carrera no lo podrías hacer, estás en otro mundo con otro tú.
Ropa interior bonita o bañador. No hay duchas a lo gimnasio, como podéis imaginar. Están al aire libre y con agua congelada.
Disfruta, disfruta, disfruta.